Reynaldo Bignone no fue solamente uno de los principales jerarcas de la dictadura militar, que lo tuvo como último presidente de facto de la historia argentina. Fue, además, el único militar del Proceso que dejó sus memorias. El último de facto. La liquidación del Proceso. Memoria y testimonio, vio la luz en 1992 y fue la apología del terrorismo de estado en la voz de un dictador.
En el libro, Bignone repasa su carrera en primera persona, desde su paso por el Colegio Militar, donde convivió con Jorge Rafael Videla, y al que sucedió en la dirección de esa institución, hasta su paso por Campo de Mayo, como comandante de Institutos Militares y su llegada a la presidencia tras la derrota de Malvinas y la caída de Galtieri.
En las primeras páginas, Bignone recuerda un diálogo con Videla en el Colegio Militar, a fines de 1971, cuando era subordinado del entonces director, cinco años antes del Golpe del 24 de marzo de 1976. “Si el teniente primero (Aldo) Rico quiere permanecer en el Colegio, no debe tener cadetes a su mando”, le dijo el futuro primer presidente de las Juntas Militares al último presidente de facto. "Yo aquí quiero educadores y no que me formen máquinas de matar”, habría dicho Videla en aquella oportunidad en referencia a quien años más tarde se convertiría en líder de los motines carapintadas contra el gobierno de Raúl Alfonsín.
“Señores, por unanimidad ha salido electo el general Bignone”, afirma que dijo su colega Cristino Nicolaides tras la votación para elegir al sucesor de Galtieri en junio de 1982, luego de la rendición de Puerto Argentino. Así se iniciaba el año y medio final de la dictadura, marcado por el informe sobre la lucha contra la subversión, de abril de 1983, y la autoamnistía de septiembre del mismo año. Bignone reconoce en El último de facto que la ley podía llegar a ser derogada y que eso debía entenderse como un acto político. Asimismo, aseguró que “produciría su efecto en el momento de promulgarse” y que otorgaría impunidad a todos los miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en los crímenes de la dictadura. “Solo un dirigente, el doctor Italo Luder, tuvo el coraje civil de admitir durante la campaña electoral que toda ley actúa en el momento mismo de ser promulgada”, agregó.
Bignone se defendió de la acusación por la desaparición de conscriptos dentro del Colegio Militar mientras era su director afirmando que "el asunto afecta mi dignidad personal, pero lo más grave es que puso en tela de juicio la tradición del Colegio”. Y en el mismo libro agregó la declaración del general Alejandro Agustín Lanusse en el juicio a las Juntas, cuando el ex presidente de facto, primo hermano de Elena Holmberg, asesinada por el régimen, aseguró respecto del Colegio Militar: “Los oficiales salían encapuchados por la guardia en presencia de los cadetes y ésa no era forma de educar”.
Lanusse, a su turno, publicó en 1994 las Confesiones de un general, libro en el cual completa el contexto de la cita acerca de los oficiales encapuchados. Cuenta Lanusse que durante una reunión en Campo de Mayo con Bignone y el general Santiago Omar Riveros, que este último “pretendió recriminarme o retarme por mis manifestaciones públicas de repudio contra los procedimientos por izquierda, agregando que gracias a ellos yo vivía". "Le dije -agrega Lanusse- que había oportunidades en que era preferible no vivir”. El último presidente de facto de la Revolución Argentina, que inauguró Juan Carlos Onganía, agrega que “los ánimos se caldearon” y que Bignone “propio de su personalidad e idiosincrasia, pretendió mediar con muy poca felicidad por cierto y dijo: mi general, yo hasta el año pasado pensaba como usted, ahora he cambiado de forma de pensar”. A lo que Lanusse respondió: “Lo lamento, general Bignone, con la misma franqueza le digo que entonces hasta el año pasado yo tenía un concepto de usted y que ahora no lo mantengo”.
El libro de Bignone concluye con un balance de la democracia. Califica como “tendencioso” el informe de la Conadep y reivindica a los militares que actuaron en la década del 70. Por último afirma que el copamiento de La Tablada, en 1989, “sirvió para desmentir, hasta ante los peor predispuestos, la mentirosa historia que se había estado escribiendo acerca de nuestras Fuerzas Armadas, de seguridad y policiales”.
El balance final es patético: “La Argentina había recuperado la democracia. Creo firmemente que el Proceso hizo todo lo posible para preservarla en su esencia”, aunque aclara que la “batalla exitosa (...) se materializó suspendiendo la vigencia de las instituciones”.