Las redes sociales ya no son un eco de la realidad: se volvieron naciones cosmopolitas donde se jerarquiza el contenido con el peso de un like. Los creadores de esos contenidos devinieron influencers, término digital que describe a personas cuyas redes son elegidas por miles de seguidores para compartir parte de su cosmovisión, y que evolucionaron a formadores de opinión.

Sofi Morandi admite que no se siente famosa aunque su cuenta en Instagram llegó al millón de seguidores. A los 19 años, viajó de Neuquén a Buenos Aires para profundizar su carrera como actriz, trabajó en tiras de Nickelodeon como Heidi, bienvenida a casa y tiene una participación especial en la nueva Kally’s Mash Up. En 2016 ganó el Kid’s Choice Awards Argentina como “revelación digital” y este año está nominada al Martín Fierro en la terna digital. Ahora con 21 años, se dedica a crear clips humorísticos que despegaron en ultravirales. Y se descubrió feminista, trayendo a la mesa segmentos que descubren micromachismos.

“Tengo que tener mucho cuidado con las opiniones porque tengo seguidores chicos que las van a recibir. Estos temas recién los estoy tocando porque siento que hay que poner una traba y decir que algo está pasando. No podemos dejar que siga. Recibí muchos mensajes de apoyo, chicas que me decían ‘gracias por darle un apoyo a estas cosas’. Pero estas publicaciones fueron en las que más comentarios negativos tuve, en términos de cantidad. Muchos del estilo ‘Ay, pero yo conozco a un primo que su novia le pegaba’ y es algo que no se puede comparar cuando hay como 25 chicas muertas por día.”

¿Por qué creés que se genera esta contraposición?

–No entiendo por qué se da. Es como si no se quisiera defender a la mujer, una resistencia a ponerse al cien por ciento de un lado. Pasa mucho por la ignorancia también, a veces se opina sin saber, porque se quiere hablar. Y se termina defendiendo a la mina pero también justificando al agresor, y eso termina siendo… raro.

Hace poco subiste una historia de Instagram hablando de un RRPP de un boliche que les pidió que se cambiaran para entrar. ¿Cuál fue tu reacción?

–Le dijimos que estábamos vestidas tranquilas, estilo barcito, zapatilla y jean. Y nos responde ‘Si pueden ir a cambiarse me avisan’. Para él fue muy natural decirme eso. Llegamos al boliche y no pasó nada, pero estaba implícito que tenía que ser taco, short, calza o pollera, cuando todos los hombres llevan jean al boliche.

¿Sentís que existen otros ejemplos similares de la mujer siendo restringida así?

–Sí, como el hecho de que una mujer pase gratis, o más barato, que te den tragos. El descuento es porque somos el producto de la noche. Eso es machista. También en el ambiente de la actuación, en general los hombres de 40 años para arriba te quieren explicar algo, siempre como sobrándote. Me tiro que esto se produce cuando una es mujer, porque la forma en que se dirigen a un hombre es distinto: a ellos les hablan como a colegas, a un par. A nosotras siempre nos “aconsejan”.

¿Por qué decís que empezaste a identificarte hace poco como feminista?

–No milité nunca. Siempre iba escuchando los temas en amigos, en familia, nunca había formado una opinión propia. Recién estoy empezando con la movida y me da cosa llamarme así porque hay gente que está hace mucho y yo estoy aprendiendo a formar opiniones con información mía, que leo y observo, que hablo con gente. Antes salía a decir cosas sin saber realmente qué estaba pasando. Y ahora no, porque veo que hay un grupo masivo de gente en la calle y que algo está pasando. Hay que echar el ojo ahí. La gente no está loca, no sale a la calle porque se le canta.