No es ningún secreto: el tango es históricamente machista. Como artistas, las mujeres solían ser dejadas de lado en el género y cuando cantaban, muchas veces se les exigía que “cantaran como hombres”. En los escenarios se cuentan con los dedos de una mano las figuras que consiguieron hacerse un nombre que les permitiera presentarse más allá de sus compañeros varones. Y en la milonga, al rol de seguidora, presuntamente pasivo, se añaden algunos códigos vetustos: es él quien saca a bailar y ay de aquella que ose una contrabarrida a su pareja.
Pero la cosa está cambiando.
El cambio viene gestándose desde hace unos años, sedimentando lentamente en las conciencias tangueras, con cierto recambio generacional imponiéndose a las voluntades más recalcitrantes. Abundan, por ejemplo, los grupos de chicas que hacen tangos tradicionales y propios. Las voces femeninas son moneda corriente en el sector e incluso son las más destacadas en las típicas más populares del ambiente milonguero. Y justamente en el campo del tango social se advierte una nueva forma de construir los vínculos entre bailarines. Hay muchos espacios gestionados por mujeres, abundan los talleres para aprender ambos roles de la danza y varias milongas flexibilizan esos códigos anquilosados en el tiempo. Pero aunque el caldo de cultivo y el fermento para estos cambios está y es un hecho, lo cierto es que en el tango las mujeres siguen relegadas.
Así las cosas, fruto de estos nuevos aires y ante la certeza de una configuración de relaciones desfavorable, este 8M impulsó dos movidas paralelas de mujeres tangueras, que se plantan contra la discriminación y buscan visibilizar las injusticias de género. Una es el encuentro Tango hembra, impulsado por la cantante y letrista Marisa Vázquez, que convocó a una veintena de colegas para un gran concierto hoy a las 21 en el espacio cultural Oliverio Girondo (Vera 574).
La otra iniciativa es una gran semana de actividades –comenzó el lunes y se extenderá hasta el domingo– en la que el naciente Movimiento Feminista de Tango propiciará intervenciones artísticas en las milongas más populares del circuito, la lectura de un documento, y alentará las tandas de baile interpretadas por mujeres (porque, oh sorpresa, salvo en unos contados espacios, oír una voz femenina en una milonga es tan raro como encontrar un segundo semestre en el fondo del bolsillo).
“Tango hembra surge de una inquietud personal de reunirnos para charlar estas cosas; yo hace mucho que llamo a radios y festivales para preguntar por qué no hay mujeres en su programación”, plantea Marisa Vázquez. Según explica la cantante, comenzó llamando a las que veía “más en la cresta de la ola” y luego se fueron sumando las demás. “Se armó una bola muy grande porque me llamaban con sus inquietudes, sus historias, y también me pasó de llamar a las jovencitas y que no supieran qué poner en el video que difundimos hasta que hablaban y aparecían historias de machismo que habían naturalizado y no podían ver”, cuenta. Para Vázquez, sin embargo, lo importante no es tanto el concierto como la charla previa, que moderará una investigadora del Conicet. “Hay una necesidad de hablar de las cosas que nos pasan y aunque vamos a terminar tocando, lo que menos importa es el concierto”, considera. “Nos importa estar arriba del escenario, pero no sólo para el día de la mujer, queremos que nos pongan en la radio y nos difundan todo el año”, reclama Vázquez.
En las charlas previas, destaca la cantante, hay historias espantosas, de instrumentistas contratadas para una orquesta “si son lindas para que estén de adorno” o reclamos a las cantantes para usar “vestidos más ajustados y sexys”, entre otras situaciones del mismo tenor. “No me molesta el que está muy grande, me molesta los que se dicen compañeros, los que hacen tango con nosotros y son igual de machistas. Recién las formaciones nuevas toman con naturalidad el compartir entre hombres y mujeres.”
El nacimiento del Movimiento Feminista de Tango, integrado básicamente por bailarinas, nació por un impulso inesperado. Según cuenta Nadia Johnson, una de las voces del MFT, a dos chicas de la coordinación les llegó una propuesta de una colega de Rosario. “Ella tiene una milonga hoy y contaba que hará una clase con conciencia de género y que le gustaría que se replicara en Buenos Aires”, cuenta la bailarina. Como viene sucediendo en el ambiente, después de la reunión la iniciativa tomó vida propia y se convirtió en algo mucho más grande de lo que ninguna esperaba. Así pasaron de hacer algo hoy a hacer muchas cosas toda la semana.
En muchos aspectos, la milonga es uno de los baluartes del conservadurismo tanguero. Sea por los códigos que se sostienen, sea por la música (que ni pone mujeres ni por asomo un tango compuesto después de 1970). Y en la pista, las mujeres se llevan la peor parte de esto, con compañeros que, por decirlo con suavidad, se desubican. “En lo laboral a esto hay que añadir otras situaciones: el pago no suele ser equitativo y muchas veces si un compañero te invita de gira luego se toma atributos para negociar favores sexuales, por no hablar de la cantidad de situaciones de violencia física, psicológica y verbal”, denuncia Johnson. “En los camarines las bailarines aparecen golpeadas, moretoneadas. No se habla de eso y es algo que sucede de antaño. Ese es otro punto que queremos cambiar: no por trabajo hay que seguir manteniendo como secreto de ultratumba al golpeador, al que te lleva de gira.”
El cambio de época también llega a la danza y por eso proliferan los espacios gestionados por mujeres. Desde el MFT señalan que “las mujeres están despertando ante el hecho de que pueden hacer las cosas solas. Antes la desesperanza aprendida culturalmente hacía que ni se les pasara por la cabeza. Por esto surge el MFT, no para enfrentarnos, sino para generar mejor cultura, situaciones mejores, un tango que nos convoque a todos y todas. A generar consciencia, que cada uno se pueda parar desde otro lugar”.