Es imposible imaginar una fecha de estreno más apropiada para el segundo largometraje de Pablo Giorgelli, aunque nadie puede ser acusado de oportunismo. Si bien el lanzamiento comercial siempre estuvo previsto para coincidir con el 8M, ¿quién podía imaginar, algunos meses atrás, que Invisible llegaría a las salas de cine apenas dos días después de la presentación del proyecto de ley para despenalizar el aborto en la Argentina? Mucho menos durante el pasado mes de septiembre, cuando el director de Las acacias presentaba en sociedad su nueva creación en el marco del Festival de Venecia. Dejando de lado coyunturas, Invisible es un nuevo ejemplo de los diáfanos esfuerzos del realizador por construir universos realistas ligados a determinadas circunstancias personales y sociales que, en un caso como el del relato del film, están íntima, ineludiblemente ligadas. A tal punto que, cuando el conflicto central que moviliza a la protagonista se hace claro, cualquier tipo de decisión íntima se verá ceñida por las condiciones –no precisamente favorables– que la rodean.
Ely tiene 17 años, vive en un típico edificio de monoblocks en la zona sur de Buenos Aires y está cursando el último año de la secundaria. Todos los días, luego de asistir a clases, trabaja en una pequeña veterinaria, único sostén económico aparente, tanto para ella misma como para su madre, quien parece estar atravesando el comienzo de una depresión clínica de cierta envergadura. La primera escena la encuentra sentada en su banco escolar, “escuchando” el dictado de una lección acerca de los husos horarios en el mundo. Su rostro es una clásica efigie de la adolescencia: desinterés absoluto ante lo que considera un saber innecesario. O tal vez haya otras cosas que la preocupan en ese momento, como podría indicarlo el “estoy descompuesta, no puedo ir a trabajar” que le comunica telefónicamente al dueño de la veterinaria. A los quince minutos de proyección, Invisible, cuyo guion –escrito por el propio Giorgelli junto a María Laura Gargarella– hace de la concisión una de sus mayores virtudes, resulta evidente que Ely mantiene una relación con el hijo de su jefe, bastante mayor que ella, y que uno de los corolarios de ese vínculo es un embarazo en curso.
“No lo voy a tener”, le dice Ely a la obstetra que le comunica las novedades en el hospital, quien rápidamente le aconseja hablar con su familia y con “el padre”, recordándole asimismo que en la Argentina abortar es absolutamente ilegal, salva notables excepciones. Primer escollo en una serie de muros de gran altura y pocos puntos de asidero. El segundo llegará cuando intente infructuosamente, junto a su mejor amiga, conseguir ciertas pastillas en una serie de farmacias, situación que el mercado negro parece ser capaz de subsanar rápidamente. Mientras trascurren las primeras jornadas del embarazo y Ely ve madres con hijos pequeños en todos lados, las noticias en los televisores destacan los guarismos de la pobreza en la sociedad argentina, algún robo a mano armada, un paro o un corte de calles, la única caída en la tentación de una descripción general y un poco al paso que parece pergeñada, en gran medida, para el espectador de otras partes del mundo.
El modelo estético e incluso ético de Invisible es deudor, al menos en parte, del de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne: una situación inesperada pone a la protagonista en una disyuntiva, ante la cual deberá tomar una difícil decisión. En este caso, un embarazo no deseado, cuyo origen y circunstancias suman otra serie de complicaciones, es el punto de partida para una descripción indirecta de las escasas posibilidades que se le ofrecen a una joven de clase poco acomodada a la hora de decidir qué hacer con su propio cuerpo. Giorgelli evita en gran medida la declamación y el uso de elementos que subrayen dramáticamente las acciones y diálogos, y resulta notable la ausencia absoluta de música incidental. Cine realista y social en el cual resulta evidente el compromiso con el tema, pero que a pesar de ello nunca abandona a su protagonista en el lodo de la alegoría, Invisible cuenta con la notable actuación central de Mora Arenillas, uno de esos roles rutilantes que parecen definir en gran medida el éxito artístico del proyecto cinematográfico en su conjunto. Su silenciosa Ely encarna a la perfección la resistencia a esa invisibilidad que el título de la película pone de relieve.