Que los autores de Vidas pasadas sean dos, Martín Pérez (poemas y prosa), y Juan Soto (gráfica) no habilita para que se pueda hacer de este libro (como es costumbre cuando literatura e ilustración se entrecruzan) una lectura desdoblada. Editado por el sello Moebius, este trabajo no sólo es el resultado de un encuentro entre sensibilidades afines y hasta generacionales: no solo sucede que ambos autores nacieron en 1967, sino que cada uno, Pérez desde el ejercicio del periodismo cultural y Soto como ilustrador de portadas de discos, establecen una conexión íntima entre palabra y dibujo ligadas a ciertas vivencias y a cierta estética que atraviesa el universo el rock.
La dupla se formó luego que Pérez editara La vida es otra cosa (El 8vo loco), antología de poemas, textos y comentarios escritos para el programa radial Piso 93 del que fue guionista, y que Soto decidiera hacer un alto en su tarea de ilustrador de libros y de revistas. Uno llegó con un conjunto de poemas de juventud que saludablemente rescató de diversos cuadernos de apuntes, y el otro tras haber encontrado la llave de un decir gráfico personalísimo en el libro Un auto en dirección hacia (con David Wapner). La química fue instantánea.
Ambos discursos (literatura e ilustración) están imbricados y yuxtapuestos de tal manera en Vidas Pasadas que logran la construcción de una breve y sólida obra que, siempre en tono evocativo, escarba en el tiempo de la juventud perdida, el tiempo de los años locos donde lo único importante era el compromiso con las vivencias del presentes: amores que llegan y se esfuman; desamores que nunca dejan de pesar; encuentros fortuitos con amigos y gente de raras intenciones; el rock marcando el paso macabro de las horas; las drogas como refugio y exploración; y una serie de situaciones de aparente contidianeidad (una hornalla prendida, un partido de fútbol, un paseo por el parque) que profundizan en la soledad de la existencia. Algo así como el reverso de aquella legendaria canción (con permiso de Charly y compañía): hermoso fue el tiempo que hubo.
Ni a los poemas de Pérez le faltan imágenes, ni a los dibujos de Soto narrativa. Ninguno comete el error de amplificar los silencios del otro; ambos lenguajes se respetan y se simbolizan. Por eso Vidas Pasadas es un libro de poesía y dibujo, un libro de dibujo y poesía, nunca lo uno o lo otro.
“Este trabajo nació como un blog donde comencé a postear textos rescatados de viejos diarios y anotadores”, explica Pérez, para luego explayarse: “Son textos breves con aliento poético que había escrito más que nada como descripciones de una época, como necesidades del momento, sin pensar en su publicación. La mayoría están fechados a fines de los ‘90 o comienzos del 2000, son recuerdos de mi camino de los treinta a los cuarenta años. Si en el libro anterior, La vida es otra cosa, rescaté escritos entre los veinte y los treinta, éste vendría a ser el capítulo siguiente. La diferencia es que aquellos textos fueron pensados para ser leídos en radio, y esta nueva tanda pasó por varios filtros, hasta que comenzamos a pensarlo con Juan Soto como obra”.
Un ejemplo: la escritura brevísima de Pérez cuelga en lo alto de la página 54 donde se lee: “La ausencia es algo presente/ como una manzana que se va oxidando/ al contacto con el aire/ ocureciéndose/ poniéndose morada mientras nadie/ se decide a tirarla”, y entonces Soto “clava” sin temor alguno un manchón negro aprovechando el silencio de una doble página sobre un fondo apenas azulado (cierto clima de ensueño que recorre todo el libro) mientras se muestra la silueta un hombre que mira y se asombra no sólo del proceso de oxidación de la fruta, sino de su pasado. La sencillez con que Pérez traza ciertos momentos perdidos son convertidos en figurones por una mano decidida a clausurar la evocación. “Cuando nos separamos, yo me quedé con el gato y ella se quedó con el dealer”, escribe Pérez, y Soto arremete (cierto tufo a collage) con una escena previa al desenlace amoroso. Palabras y dibujos puestos a dialogar con el tiempo.
“Yo no decidí que los textos fueran ilustrados –comenta Pérez, actual subeditor del suplemento Radar de este diario–, eso lo hizo Soto. Lo conocí en la época en que yo era uno de los directores de la revista La Mano. Un día, entre discos, me llegaron unas postales suyas que me encantaron. Años después, en 2013, lo convoqué para un especial de dibujantes que hicimos en Radar, respondiendo al atentado en Charlie Hebdo. Me dijo que estaba retirado, y yo le insistí para que participara. Al final lo hizo pero tarde, su trabajo no pudo salir, pero en vez de putear, Soto estaba contento: me dijo que aquella invitación lo había vuelto a poner en marcha, y se puso a leer mis poemas del blog, Le gustaron y empezamos a imaginar un libro. Fueron tres años de pruebas, con otro orden y otra paleta de colores, hasta que tanto él como yo encontramos la manera que esos textos recorriesen una historia, y ahí Soto encontró ese estilo para el libro. Todo encajó maravillosamente”.
Si para Pérez los textos de Vidas Pasadas acompañan su “paulatino abandono de la poesía que supe escribir de adolescente”, y se muestran como el testimonio de una escritura fracturada, para Soto fue todo apertura: “Un libro como este no cuaja ilustrando textos”, dice. “Hacerlo tuvo muchos momentos, algunos, incluso, de puro descarte. La decisión de Pérez de mover el orden de los textos para construir una suerte de relato, una larga historia de amores y desencuentros, me animó a probar y probarme. Yo quería también hacer ‘mi libro’, es decir, mostrarme de una manera ruidosa, como si dijera: ‘guarda loco que acá estoy yo’. Y entonces en primera instancia quise ocupar con la gráfica todo el espacio que los poemas abrían, hasta que una noche una amiga me dijo ‘el dibujo no respira nunca’. Y tenía razón. Volví entonces a cero, y encontré lo que buscaba. De alguna manera estos textos me hablaban a mí, las experiencias relatadas por Pérez son también las mías, todo eso juega cuando se piensa una gráfica para un trabajo de este tipo. Todo es emoción. No es lo mismo dibujar esta historia desde un lugar absolutamente ignoto; yo me creí esta historia porque de alguna manera la viví, por eso la dibujé así, inclusive hasta los altibajos o lo desparejo, tiene que ver con esa emoción que manda”.
Sobre el uso del plural en el título, Pérez argumenta: “Las vidas que ya no están siguen resonando de alguna manera en nuestro presente. Me gusta entonces ese diálogo con esa fantasía o mito que hace que cierta gente intente recuperar las vidas que supuestamente vivió su espíritu, alma o como sea que lo llamen, en anteriores encarnaciones. Esto es más mundano, y al mismo tiempo real, se trata de rescatar otros momentos de la vida propia, que forman parte del presente, pero al mismo tiempo están perdidos en un pasado que se fue. Y también, por la naturaleza de los recuerdos, ‘pasadas’ es un guiño también a estar pasado de rosca. Porque los retratos de personajes que se delinean en el libro son de gente pasada de mambo”.
Escribe el poeta Horacio Fiebelkorn con acierto en la contratapa que las historias de este libro marcan esos instantes en que “caen las fichas. Un momento en que, parece, lo comprendemos todo. Porque tienen una duración: lo que tardan las fichas el caer”. Exacta descripción del espíritu que cruza este libro.
Bien podría decirse que los poemas de Pérez pueden leerse como una suerte de epitafios sobre el tiempo vivido, y que los dibujos de Soto ilustran el clima que antecede a ese final. “Sí como clausuras, como epitafios de lo que fue, porque de alguna manera así funcionan. Si bien son retratos de diferentes épocas, su linealidad es algo buscado a la hora de ordenarlos, el hecho de haberlos recuperado primero para postearlos online y luego para su publicación en papel, responde a esa idea, a etapa cerrada, a la confirmación de una época que ya se fue, que no volverá, a la cicatrización de heridas”.
* Vidas Pasadas se presentará hoy enl a ciudad de La Plata. El encuentro será a las 19.30 en el local de Residencia Corazón ubicado en la calle 2 número 736, entre las calles 46 y 47. Acompañará a los autores el poeta Horacio Fiebelkorn. El cierre estará a cargo de El Milano y su bajo.