El debate sobre la despenalización del aborto se instaló en la agenda política. Más allá del oportunismo que pudo haber llevado al gobierno a posicionar el tema, hoy parece haberse generado la posibilidad de dar una discusión ampliamente postergada. Como toda cuestión pública compleja, las decisiones que pretendan resolver la cuestión deberían tener como presupuesto un debate profundo. A mayor profundidad de la discusión, a mejores argumentos, a mayor cantidad de voces y deliberación pública, mayor será la legitimidad de la decisión.
¿Cómo facilitamos o entorpecemos a la argumentación pública? Ezequiel Spector, en su reciente libro Malversados, propone una serie de ejercicios destinados a denunciar las formas usuales en cómo el debate se frustra: las trampas argumentativas. Se trata de argumentos que nos persuaden, pero que lo hacen con engaños. Se trata de engaños quizás inevitables y muy efectivos dentro de un sistema político poco virtuoso. Tenemos, sin embargo, la posibilidad de señalarlos, denunciarlos y, quizás, superarlos.
El debate sobre el aborto, un terreno en donde la calidad de la argumentación muchas veces pierde terreno frente a la indignación, el enojo y las emociones, se puede transformar en un buen ejemplo de lo que Spector llama la falacia del espantapájaros. Se trata de una trampa que falsea el terreno político adulterando los argumentos del otro, buscando transformarlos en posiciones más débiles de lo que en realidad son. La estrategia es simple, nuestro oponente simula decir en sus propias palabras nuestro argumento, y haciéndolo termina moldeándolo según su propia conveniencia. Después simplemente se dedica a refutar su propia versión distorsionada de nuestra idea. La aparente simpleza de la discusión se obtiene a partir de una artimaña argumentativa, eliminándose del espacio discursivo las riquezas y multiplicidad de planos que deberían ser tenidos en cuenta. No existe deliberación genuina, nuestro contrincante, dialogando consigo mismo, construye la peor versión de nuestro propio argumento y, contra esta versión, emprende su crítica.
Transparentar la problemática del aborto ilegal, sacarla de la marginalidad, despenalizar la conducta, legalizar y reglamentar el ejercicio de un derecho, establecer políticas públicas de salud reproductiva, priorizar el derecho de autodeterminación de la mujer sobre su propio cuerpo, son estas las cuestiones que están en juego. Se trata de un programa articulado, entramado, que no admite simplificaciones. Una política de despenalización reconoce que el derecho penal no solo no es efectivo en solucionar el problema del aborto, sino que lo agrava. ¿Quienes pretendan rebatir este programa están dispuestos a dar buenos argumentos contra la mejor de las versiones de este programa, o simplemente van a continuar presentando una versión pobre de la cuestión? Para responder a esta pregunta, precisamos identificar los trucos argumentativos, reconocer su efectividad, ponerlos de manifiesto y exorcizarlos.
* Universidad Nacional de Río Negro.