¿Será desaconsejable escribir “imponente” en la crónica de una movilización? La cautela induce a disimularla en la mitad del texto. Hagamos excepción por esta vez.
Hay quien ignora o hasta supone imposible que una jornada de lucha y reclamos sea jubilosa. No entiende lo esencial o no participó en ninguna. Un consejo sano: vaya a la del próximo 8M, que será otra tarde multitudinaria cuyo éxito se garantizó ayer. El movimiento de mujeres crece, se multiplica, se recrea.
La vara argentina para los actos de masas es muy alta. Asisten muchedumbres más cuantiosas que en la mayoría de los países del mundo. Se mete bulla record, las letras de las consignas rebosan ingenio y hay variedad en la música. Ayer rayó muy alto, aún en el exigente ranking interno. Cuadras y cuadras, más de diez a lo largo de la amplia Avenida de Mayo, grupos extendidos en la 9 de Julio. Actos en todas las provincias multiplican la cifra y el impacto.
Tal vez las columnas sindicales dieron la nota de la jornada. Abigarradas, masivas. Varias corresponden a gremios combativos, habituales animadores de la calle. Lo que mutó, drásticamente, es la proporción de género. Las mujeres también coparon eso.
Las que fueron solas o en pequeños grupos llegaron antes a las inmediaciones del palco, también se contaban por decenas de miles.
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Papas y otros consumos: El sol resplandece en Buenos Aires. Si uno tuviera esos poderes, bajaría el termómetro un par de grados, aunque a la sombra se está bien, una mínima brisa ayuda.
Los vendedores de agua y gaseosas facturan de lo lindo. A la hora pico con tanta gente apiñada, alguno sube el precio. Cuestan más que en los quioscos abiertos a veinte metros de distancia. El mercado de los microemprendedores es, de todas formas, menos coercitivo que otros. Se puede regatear. Además, las que quieran o los pocos que quieran, pueden caminar un cachito y elegir el mejor precio.
“¡Hay papas! ¡Hay papas!” vocea un vendedor. El cronista, embriagado por la fiesta, se delira o fantasea. ¿Habrán ido Benedicto XVI y Francisco para ver de cerca, escuchar “todas las voces”, dar el debate cara a cara? No hay tal, son papas fritas, tipo snack, segunda marca.
Una mujer menuda viste una remera estampada: “migrantes en lucha”. Ahicito nomás, otra vende “chipa casera” que pronuncia sin acento final, como cuadra. Tienen rasgos comunes. ¿Será inmigrante ella también o habrá llegado desde el NEA? Un racista o discriminador las vería iguales y así las repudiaría. Para la mejor tradición argentina, sencillamente no importa.
“Lucha” es una de las palabras más repetidas en la ropa o carteles. La violencia o “las violencias” se señalan por doquier.
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Música, maestras: Se canta o se baila: decenas de grupos se expresan en las calzadas, saben y aman lo que hacen. Se las mira y aplaude.
A título de muestra, el cronista se arroba con “Femimúsica” un coro que se establece en las escaleras del portón del viejo Teatro Avenida, clásico escenario de zarzuelas y comedias. Les queda justo. Lucen remeras blancas, sonríen todo el tiempo, muchas combinan la voz con el uso de un instrumento. Les dan ritmo a consignas o a temas siempre politizados. La densidad por metro cuadrado en las cercanías crece minuto a minuto. Pocos tipos, que vamos quedando atrás. El hit del verano no podía faltar en el extenso repertorio. Es un tema entre tantos. Algo así como la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito: una reivindicación crucial pero a la vez, uno de los ítems de la agenda. Violencias, explotaciones, desigualdades, carteles con rostros y nombres de mujeres asesinadas. Se denuncia en plural y en singular: se exige libertad para Milagro Sala, la primera presa sin condena del macrismo. Mujer, humilde, morena... todo cierra.
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Clases y edades: Diversidad de procedencias geográficas, de clase, de edades. Conmueve ver grupos de pibitas del secundario que comienzan un recorrido democrático, gallardas, contentas, resplandecientes.
Si hay mucha gente, el periodismo in the pendiente tiene el deber de aguzar la mirada y denunciar. Allá vamos. Se expenden bebidas alcohólicas. No se advierten pasamontañas, pero abundan manifestantes con pañuelos verdes, que dificultan la eventual identificación.
Lo peor, lo de siempre. Micros en la 9 de Julio. Para el ojímetro ideologizado del cronista, no dan los números. No bastarían ni por asomo para mover cientos de miles de personas. De cualquier forma, estremece pensar que se habrán pagado 500 pesos por cabeza, más el viático. No hay tal. Quienes van son, caramba, libres. Bregan por algo que sonaría chocante: una emancipación que busca la igualdad consagrada en la Constitución y las leyes.
Llegan desde lejos, en el tiempo y en el espacio. De anteriores convocatorias, del origen sangriento de la conmemoración del 8 de marzo.
El paro lo hacen quienes más trabajan todos los días, en todas las latitudes. La violencia enardece a quienes la padecieron y la noble igualdad es una quimera. Por eso luchas, gritan, cantan, bailan, se amuchan. Les sobran motivos.
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Hasta el 24: “Ni una menos” es mayoría que convive buenamente con “En el INTI no sobra ninguna trabajadora”. Planteos arraigados y globales, entremezclados con la explotación, aquí y ahora. El creciente involucramiento de personas encuadradas y militantes fortalecen la movida.
Toda movilización es política, es un simplismo negarle eso a la de ayer que celebra avances y conquistas colectivas, cuestiona a los poderes del Estado (anche al Gobierno), apunta contra las fuerzas de seguridad. Discierne alianzas, adversarios, enemigos.
La calle y el lenguaje son territorios en disputa. A primera vista, el 8M (de innegable especificidad) se parece cada vez más a actos del 24 de marzo, desde 1996. Arraigan en el pasado mientras interpelan y exigen por los derechos humanos de ayer, de hoy y de siempre.
Los cuerpos ganan el espacio público. El movimiento de mujeres se hace valer en las redes sociales, avanza en los medios masivos, aun en los programas de chimentos. Política es también trascender al conjunto ya convencido, jugarse a sumar. El número, ejem, imponente lo corrobora.