Un niño de 11 años que iba de acompañante en moto con un amigo fue asesinado de un balazo en la nuca luego de que la Policía de Tucumán los intentara detener por “circular de forma sospechosa”. El conductor, un chico de 14 años, terminó con una herida leve en la cabeza causada por la bala que salió por la frente su amigo fallecido. Para Matías Lorenzo Pisarello, de la ONG Abogados del Noroeste en Derechos Humanos (Andhes), este hecho ocurrido en la madrugada de ayer se trata de un caso de “gatillo fácil fogoneado por la doctrina Chocobar”, que en Tucumán produjo al menos cuatro víctimas de casos similares en lo que va del año.
Como siempre en estos casos, hay dos versiones. La oficial, publicada en la web del gobierno tucumano, relata que en la madrugada de anteayer “Motoristas del 911” que patrullaban por la zona del parque 9 de Julio divisaron a tres motocicletas que, para la mirada policial, “circulaban de forma sospechosa”. Cuando los agentes “iniciaron la persecución”, los jóvenes habrían comenzado a “hacer disparos con armas de fuego” y eso fue “lo que obligó al personal policial a repeler la agresión”.
La versión de Juan, el chico de 14 años sobreviviente de ese hecho, sostiene lo contrario. En su relato a la fiscal Adriana Giannoni contó que él y su amigo fallecido, Facundo Burgos, volvían de una picada de motos que se corre en una vieja terminal de colectivos, cuando se les cruzaron tres motos perseguidas por policías. Al llegar al cruce de Avellaneda y Río de Janeiro, su amigo cayó baleado y él herido en la pierna y en la cabeza.
Burgos fue trasladado al Hospital Padilla, donde murió a las 4:30 de la madrugada producto del proyectil le dejó un orificio de entrada y otro de salida. Los peritos tratan de determinar de qué arma provino el disparo. Juan quedó detenido durante varias horas hasta que su defensa presentó un hábeas corpus.
“A mi amigo lo mataron los policías, yo me salvé por milagro”, aseguró Juan al diario La Gaceta. Sin embargo, los dos agentes que habían sido detenidos quedaron en libertad. Es que en las últimas horas, los esfuerzos de la Policía provincial se concentraron en responsabilizar a los chicos de haber iniciado “el enfrentamiento”. Aseguraron que un peritaje detectó restos de pólvora en la mano de Juan y hasta se dijo que en el lugar de los hechos se hallaron armas calibre 22 y casquillos de 9 milímetros. Para abonar esta posibilidad, lo vincularon al chico con el asesinato de un policía ocurrido en 2016.
“No tengo dudas de enmarcar en hecho en un caso de ‘gatillo fácil fogoneado’ por la ‘doctrina Chocobar’”, refirió Matías Pisarello, responsable del área de Seguridad y Derechos Humanos Andhes, en referencia al caso del policía local de Avellaneda que hace tres meses mató por la espalda a un delincuente y que, por ello, fue elogiado por el Gobierno nacional y recibido por el presidente Mauricio Macri.
En el caso de Burgos, “lo grave es que la misma policía acepta que comenzó una persecución a jóvenes que no estaban haciendo nada y que un chico de 11 años convertido en ‘sospechoso’ por andar en moto terminó con un tiro en la nuca, que salió por la frente”, añadió en diálogo con Página/12.
Para Juana Herrera, madre del chico de 14 años que sobrevivió, lo que ocurrió con el niño de 11 años fue “una injusticia”. A su hijo, agregó, “en ningún momento lo llevaron al hospital” sino que, herido y todo, lo trasladaron a la comisaría. “Si la gente no se hubiera arrimado (al lugar de los hechos), lo matan. Esa es la gran policía que tenemos en Tucumán.”
Pisarello reveló, además, que “desde 2018 han crecido los casos de violencia institucional” en esa provincia. “El uso de arma de fuego por parte de personal policial ha aumentado notablemente”, añadió. Le atribuyó esto a la “doctrina Chocobar que avala este tipo de procedimientos y exacerba al personal policial a tener ese tipo de actitudes”.
Para dar ejemplo de ello, el abogado enumeró algunos de los casos inspirados en el policía de Avellaneda que mató por la espalda. El 4 de febrero pasado, Ángel Alexis Noguera murió de un balazo de goma en la cabeza luego de que la Policía lo persiguiera hasta su casa. “Le tiraron gas lacrimógeno adentro de la vivienda y el relato oficial que la bala de goma pegó en el piso, rebotó y dio en la cabeza de Noguera, que luego murió”, sintetizó el representante de Andhes.
Dos días después de esa muerte, Víctor Robles, de 17 años, fue asesinado por un policía de civil mientras intentaba robar una moto. Su cuerpo fue dejado en la vereda del Hospital Padilla. En esa misma semana, Maximiliano Tapia perdió una pierna producto de un disparo policial, durante un procedimiento en el barrio Las Talitas.
La lista de “irregularidades” la cierra el caso de un comisario de apellido Pineda, quien entró a la casa de un supuesto delincuente al que perseguía y le disparó en el glúteo. “Presentó un acta falsificada y luego salió a la luz que ese procedimiento fue mentira. Entró a la casa de manera ilegal y le disparó sin más”, aseguró Pisarello.
“Estos casos –concluyó el abogado- muestran que la muerte del chico de 11 años no fue un hecho aislado, sino algo que se convirtió en una metodología de trabajo fogoneado por la ‘doctrina Chocobar’. Hay un resurgimiento del abuso de la figura del ‘sospechoso’ y esto nos preocupa sobremanera.”