Cincuenta especialistas en globoflexia, léase artistas del globo, se reunieron los pasados días en un shopping de Richmond, Virginia, el Regency Square Mall, para crear un pequeño oasis verde a fuerza de pulmón. Literalmente. Se trata de un efímero vergel de plástico que emula, –hasta que inevitablemente se desinfle, claro– el jardín botánico Lewis Ginter, rincón favorito de su colega, la artista Deborah Fellman, mente tras la notable instalación: un jardín con árboles y césped hecho a base de 30 mil globos, que ostenta además tulipanes en flor, jacintos y narcisos, pájaros y ranas, mariposas, agua en cascada y demás. El equipo se armó especialmente para la ocasión, habiendo volado las decenas de artistas desde diversos puntos de Estados Unidos, Canadá e Irlanda, para ayudar a Fellman, de 54 años, a dar forma a su última creación. Sucede que la mujer –“extraordinaria artista del balloon”, según el Washington Post–, fue diagnosticada recientemente con un raro cáncer que no admite tratamiento; y decidió homenajear a su querida ciudad con una obra para el recuerdo como despedida. Y los autoconvocados artistas, a su vez, decidieron homenajear a Fellman prestando una mano experta y cariñosa a su amiga. “Los artistas de globos somos una comunidad muy unida, personas desquiciadas que no solo tuercen perros y espadas sino que arman esculturas gigantes de impresionante complejidad valiéndose de un medio que está destinado a explotar en cuestión de días”, anota la periodista y artista Julie Zauzmer. Y cuenta cómo, desde que la noticia de la enfermedad de Fellman trascendió, le llueven tarjetas de anónimos que le agradecen sus obras para festejos, celebraciones de la ciudad. “Siempre quise ser uno de esos grandes nombres que hacen cosas grandes. Pero ha sido una epifanía darme cuenta de que lo que más le importa a la gente son los pequeños gestos. Realmente me siento avergonzada por no haberlo notado antes”, le confió Deborah, sinceramente emocionada.