La entrada en escena triunfal de Franz Ferdinand, allá por 2004, activó una especie de paradoja: la flamante colección de canciones de su disco epónimo se podía escuchar como el “grandes éxitos” de una banda que nadie conocía, básicamente porque tenía poco más de dos años de existencia. Junto con Is This It de The Strokes, fue el debut más rotundo que dejó el amanecer del nuevo milenio. El compositor, cantante y guitarrista Alex Kapranos y los suyos, un cuarteto de veteranos de la escena de Glasgow que promediaban la treintena, pusieron a bailar a todo el mundo con una relectura del postpunk y la new wave que también llevaba en su ADN el pulso de la vertiente electrónica contemporánea. Un cóctel refrescante y seductor que alcanzó su clímax con esa bomba pistera hecha de aceleraciones y frenadas titulada “Take Me Out”.

Fue tan vertiginoso el subidón como progresivo su declive. La burbuja de esplendor que habían generado a su alrededor se fue desinflando disco a disco. Y los atributos que les habían permitido establecer un corte radical con el britpop de la época, en el que predominaba esa melancolía juvenil heredada de los primeros Radiohead que Coldplay y Travis levantaban como bandera, perdieron su intensidad fundacional. Franz Ferdinand podía entregar temas notables con los que renovaba periódicamente sus credenciales, pero en líneas generales la onda, la sorpresa, el encanto y el ímpetu de sus inicios se veían cada vez más lejanos. En el medio, probaron nuevos caminos con Sparks, el dúo estadounidense de art rock con el que registraron FFS. Hasta que el guitarrista Nick McCarthy, pilar de su arquitectura sonora, anunció que dejaba el grupo. 

Visto desde afuera, el panorama no parecía alentador a la hora de encarar su quinto disco. Sin embargo, cuando ya casi nadie lo esperaba, los escoceses lo hicieron de nuevo: Always Ascending está a la altura de aquella brillante carta de presentación. A los miembros originales, Kapranos, Bob Hardy (bajo) y Paul Thomson (batería), se sumó Julian Corrie, un tecladista que se hizo un lugar en la escena de Glasgow bajo el alias de Miaoux Miaoux. Con la incorporación más reciente del violero Dino Bardot para los shows, hoy se presentan en formato quinteto. El título, explicó Kapranos en una entrevista publicada por el diario español El País, alude a este presente de refundación: se podría traducir como “Siempre ascendiendo”. “Lo que queríamos decir es que evolucionamos. Consideramos a este disco como un nuevo principio”, tiró.

Según el vocalista, “el principal cambio es sonoro: hay menos guitarras y más sintetizadores. Es un disco más europeo”. La producción del francés Philippe Zdar, integrante del dúo de house Cassius, subrayó ese enfoque. Y la amplitud de fuentes consultadas en la materia va de Giorgio Moroder a LCD Soundsystem. En sus orígenes, los Franz Ferdinand parecían llevar el groove dance de “Girls and Boys” de Blur y “Disco 2000” de Pulp hasta sus últimas consecuencias. Su ensamble de riffs & beats actual sigue el camino inverso de los Daft Punk: mientras que los robots parisinos ahora coquetean con un sonido más orgánico, instrumental, casi retro, los escoceses parecen haber sido implantados con microchips de inteligencia artificial. “Es muy tentador corregir todo digitalmente, photoshopear tu música en el estudio. En este disco todo fue tocado y nada fue programado. Todavía tiene esa crudeza, ese costado rockero”, avisa Kapranos, por las dudas, en la revista británica NME. 

La chispa que encendió el motor creativo fue la misma que en un principio se veía como una amenaza: la salida de su guitarrista histórico. “Podíamos decir ‘Bueno, llegamos hasta acá’, o enfocarnos y volvernos más fuertes. Y eso fue lo que pasó: había más fuego entre nosotros, más estímulos de los que habíamos tenido en una década”, ilustra. La banda se mandó de cabeza a pintar un paisaje que fuera a la vez “futurista y naturalista”. ¿Cómo sería eso? “Queríamos tomar los sonidos que ahora están a nuestra alcance y hacer algo que nunca antes hubieras escuchado: el sonido del futuro. Cuando estás grabando en 2017, tenés que mirar hacia adelante para ver qué es lo que viene. En cuanto a lo naturalista, no caímos en lo retro, pero tratamos de hacer un disco que sientas que fue tocado por humanos”, analiza y desmenuza el cantante en la misma nota de NME. 

Después de una intro en la que sobrevuela un clima de balada espacial, “Always Ascending” recibe una inyección de beats infecciosos y sale disparada directo hacia la pista de baile. La canción no sólo abre y da nombre al disco, sino que también sienta las bases de lo que viene a continuación: una andanada de electro-rock tracción a sangre con los sintes bien al frente. Al toque, en “Lazy Boy”, la guitarra traza esas líneas angulares y cortantes tan reconocibles y características, salpicadas por las notas de un bajo funky, pero su protagonismo es siempre relativo. Y lo mismo ocurre poco más tarde en “Finally”. Si en los temas de Franz Ferdinand hay un punto donde los tiempos medios mutan de repente en vértigo dance, en este caso la transición queda marcada tanto por las cuerdas como por las teclas.

La viola acústica que sostiene a la notable “The Academy Award” introduce un clima diferente, de chanson oscura al promediar el álbum. “Mostrame el cuerpo/ Estas fotos te van a shockear/ El amor es una carga que ya no necesitamos”, susurra Kapranos. Las relaciones en tiempos de pantallas y redes sociales es uno de los tópicos que atraviesan el álbum, algo que refuerza sobre el final la trifecta integrada por “Glimpse of Love”, “Feel the Love Go” y “Slow Don’t Kill Slow”. “Huck and Jim” es otra pieza narrativa, una mirada panorámica sobre Estados Unidos que cruza referencias sociales (el Servicio Nacional de Salud británico) y literarias (Mark Twain). Son algunos de los puntos destacados de Always Ascending, que carece de un nuevo “Take Me Out” pero, a catorce años del debut, ubica a Franz Ferdinand en una nueva cima de su carrera.