“Creo en el arte que está conectado con el sentimiento humano genuino, que se extiende más allá de los límites del propio mundillo artístico para abarcar a todas las personas que luchan por alternativas en un mundo cada vez más deshumanizado”, expresó Judy Chicago, autora de la mítica pieza Dinner Party, en cierta ocasión. Y en consonancia con tal idea, es posible interpretar ciertos hitos de la lucha feminista de distintas épocas y lugares, donde el arte –en sus diversas expresiones– fue contundente herramienta para manifestar reclamos por la equidad. ¿No fue, en cierto modo, performática la manera en que marcharon las mujeres en Washington en marzo de 1913 para demandar el voto femenino? Sobre lustroso caballo, abría entonces camino a miles de manifestantes la sufragista Inez Mulholland, seguida por cinco brigadas de mujeres montadas, nueve orquestas femeninas, 26 carrozas. Arte visual fueron los carteles que el pasado año, en el Día Internacional de la Mujer, desfilaron por la Gran Vía, sostenidos por españolas que anotaban: “Ya seas cura o imán, ¡a la mujer, igualdad!”, “Somos más raudas que un río bravo, tenemos la fuerza de un gran tifón”. Y arte activista han sido cantidad de expresiones que el pasado 8M sacudieron las calles del centro porteño en otra histórica jornada local. Activismos con la fuerza de un tifón, sobra aclarar.
Las músicas, por caso: desde los tracks pop que lanzaba un parlante con brujitas adolescentes bailando a su alrededor, hasta el folclore más autóctono, dispensado por rondas de muchachas que alternaban sicu y bombo en vivo. O bien, las incitantes batucadas de mujeres que se calzaron redoblantes y tamboriles en sonoro y festivo gesto de resistencia. Además del aluvión de gestos que corroboraron cierta cita de Gloria Steinem: “La mayor parte del arte no lleva una A mayúscula sino que es una manera de convertir objetos cotidianos en expresiones personales”. Bajo esa lente es posible leer alas chicas trans descalzas que, sobre Avenida de Mayo, sacudían cintas cual gimnastas artísticas. Los talleres de serigrafía improvisados para imprimir encantadoras figuras y poderosos lemas. Las muchachas sin cartel y con look deliberadamente fifties que –paradas sobre una rejilla del metro– propinaban un grito silencioso en el preciso instante en que, por lo bajo, pasaba el subte. Las varias docenas de chicas que caminaban en procesión, sosteniendo no una santita sino una vagina (escultura en plush, valga la aclaración). Y, por supuesto, la mar de afiches, muchos alzados por chicuelas underage o de cortos 20: “Abortá al sistema ¡Uteros libres!”, “Respetá mi existencia o esperá resistencia”, “Hermana, yo sí te creo”, “Mirá lo que hicieron con su machismo. Ahora el mundo es feminista”, “Sisterhood is Powerful”, “FucktheCis-Tem”, “Matá tu Repetto interior”, “Libertad”.
Uno de los gestos artivistas más comentados, por cierto, involucró bragas, muchas y muy coloridas bragas. Y es que el colectivo de artistas escénicas Escena Política, en articulación con el Foro Danza en Acción y el colectivo La Vaca-MU, desplegó el viralizado Bombachazo, invitó a taparse los rostros con la mentada prenda íntima a modo de pasamontañas. “Un gesto femenino, callejero y popular”, explicaron a Las12 integrantes del grupo: “Muy claro, directo y sincrético, además de fácil de reproducir, incluso por quienes no pudieron parar y quisieron manifestarse en redes”. ¿Suerte de pussy hat a la argentina?, interrogó la cronista. “Más bien Pussy Riot”, se sonrieron las artivistas; que ese mismo día, a partir de las 14, recorrieron cuatro puntos emblemáticos del teatro porteño (el Colón, el Cervantes, el San Martín y el Alvear) para referirse públicamente a problemáticas de género específicas de su sector: por ejemplo, que solo el 20 por ciento de las obras estrenadas en salas oficiales en 2017 fueron dirigidas por mujeres, y que el 94 por ciento fueron escritas por hombres.
“Por la representación igualitaria en las artes. 50/50”, solicitaba una de las banderas que flamearon las integrantes de Nosotras Proponemos, red de mujeres artistas, curadoras, investigadoras, directoras de museos, escritoras, galeristas, reunidas desde el noviembre pasado para “instalar prácticas feministas y la igualdad de oportunidades en este medio”. Antes de marchar al Congreso, el mismo jueves al mediodía, empapelaron damiselas del grupo uno de los muros de la fachada del Malba con los nombres de más de 1350 artistas argentinas (Adriana Lestido, Alicia Penalba, Liliana Maresca, Emilia Bertolé, Margarita Paksa, etcétera): “Una lista inconclusa, parcial, abierta y dinámica de artistas -algunas de ellas conocidas, muchas invisibilizadas- que realizan y han realizado sus obras entre los siglos 19 y 21”, en palabras de la agrupación.
Acompañadas por las tamboras feministas de TUMMBANDA, brillaban las exultantes Mujeres de Artes Tomar al entonar letras como: Se mueve el mundo, se mueve el mundo / Paramos y se mueve el mundo / Vengan mujeres del sur, vengan mujeres del norte, vengan de todos los pueblos a crear un horizonte / Vengan también del oeste y las hermanas del este, que en todo el mundo nos matan cada día impunemente. Cantaban y danzaban gozosamente, chispeantes y empoderadas; y desplegaban rompecabezas gigantes: varios puzzles de 6 partes que de un lado llevaban los rostros individuales de compañeras, y del otro, una vez reunidas las piezas, la cara en gran tamaño de una mujer ¿El lema? “Yo soy. Juntas somos”. En otros, formaban las partes un mapamundi al revés, el globo dado vuelta donde el sur devenía norte y el norte, sur.
Mientras, al unísono bramaban los colectivos artísticos Aúlla y Las Mariposas A.U.Ge, que bajo el lema “Bailemos nuestra revolución”, ofrecieron una performance por las desaparecidas por las redes de trata. Por momentos, convirtiéndose en una red humana donde el cuerpo de una equilibraba a la otra. O bien, interpretando coreos cargadas de sentido; en una, yendo hacia adelante, 1, 2, 3, 4 veces, hasta que un (simbólico) “tirón” del codo las echaba hacia atrás; tomándose luego la cabeza, el pecho, la pelvis. Golpeando, con fuerza y con el puño, la palma de la mano. Cerrando los puños. Yendo hacia abajo para luego... ¡saltar! “Es como un ritual para salir a combatir. Nos estamos fortaleciendo”, reveló una de sus integrantes.
Solo cuando el sol bajó, alrededor de las 20, activó la bici maravilla de Articiclo: grupo de VJsy artistas multimediales feministas que, con su triciclo equipado con caja con proyector, batería y laptop, frecuentemente se presenta en marchas y movilizaciones masivas a favor de los derechos humanos, a favor del aborto, contra la violencia de género y por los derechos del colectivo LGBTI. Para el 8M, intervinieron la fachada del Museo Parlamentario con loops visuales, montajes breves, preciosas animaciones, creadas colectivamente y aunadas en un banco de imágenes de libre uso (amén de que quien guste pueda replicar la acción en su barrio, su ciudad). ¿Algunas consignas en sus piezas presentes? “Tiembla la tierra con nuestra fuerza”, “Somos el grito de las que ya no tienen voz”, “Trabajo doméstico no es amor”, “Disculpen las molestias: nos están matando”, “Violencia es desigualdad”, “Justicia por Diana Sacayán”.