Una marcha gorda. Gordísima, enorme, excesiva, que rebalsaba las plazas de Mayo y Congreso, que no podía contenerse como no se contienen los rollos que nos saltan sobre la cintura, ni se contiene la fuerza de una decisión: la de marchar, la de parar, la de crear formas políticas dinámicas y diversas. La palabra diversidad se materializa y cristaliza este 8 de marzo como forma de construcción política. Porque fue diversa la forma en que las mujeres nos organizamos para preparar este paro y jornada de desobediencia patriarcal. Fueron diversas las voces que se levantaron en cada asamblea de cara al paro. Más aún: cada asamblea fue distinta. Ninguna igual a la otra. Y la palabra diversidad nos dice más que la palabra transversal. Elegimos la diversidad para pensar la violencia que el machismo ejerce sobre nuestros cuerpos: mujeres, lesbianas, trans, travestis, migrantes, negras, gordas. Desde ahí, desde nuestros cuerpos estigmatizados, organizar un paro que visibilice la violencia con que se pretende dominar, controlar, organizar corporalidades. A este Paro Internacional de mujeres se sumaron miles y miles por primera vez convocadas por el fuego del tiempo histórico. Mientras nos rozábamos para acceder a la plaza, por momentos con más aire entre nosotras, por otros más pegadas, algunas, como en otras manifestaciones feministas marchaban librándose de los corpiños, pintando las panzas con consignas: mi cuerpo es mi decisión. Se escuchó que una compañera decía “con esta panza no puedo sacarme la remera, sino lo haría” ¿Por qué no podía? “Estoy gorda, no da”. Gorda es nuestra marcha, gordo es nuestro movimiento. ¿Por qué entonces esconder esa panza gorda? En una de asambleas preparatorias del 8M Laura Contreras, activista gorda, dijo: “Queremos hacer temblar la tierra, para eso estamos las gordas, marchen con nosotras”
Por primera vez el activismo gordo tuvo su columna en esta marcha. “Este 8M fue intenso y vibrante porque las gordas nos presentamos colectivamente por primera vez para sumar nuestras voces, nuestras ganas y nuestro sudor”, señaló Contreras. “Participamos de todas las asambleas preparatorias para decir que no toleramos más que se niegue la especificidad de nuestra opresión, la violencia, discriminación, estigmatización y patologización que recibimos en tanto los cuerpos que encarnamos, lo cual no es sin la clase, sin el género, la edad y otras intersecciones. Fuimos a poner nuestros cuerpos gordos en primer plano, con nuestra bandera como un faro entre la columna amiga del Ni Una Menos, para invitar a todas las que se sientan interpeladas por este llamado a seguir construyendo juntas, como hicimos el año pasado en el ENM, una gran resistencia gorda”. Esa resistencia se extiende al todo el movimiento interpelándolo y es también una manera de mirar y militar este feminismo activo porque denuncia no solo una discriminación sino un plan consumista y capitalista de acción sobre los cuerpos. Salomé Walosky, activista y parte del Taller Hacer La Vista Gorda, marchaba en esa columna y llevaba una remera que decía: Desertorxs de la industria de la dieta. “Todas las veces anteriores marché como activista lesbiana, pero también como gorda, que es parte de mi identidad. El jueves fue muy especial porque marchamos con compañeras del taller. Llevar la bandera, visibilizar una lucha que no existe para gran parte de la sociedad es fundamental y necesario. Después de tanta angustia, dolor, miedo, discriminación, violencia que sufrimos las corporalidades gordas, llevar bien en alto nuestra bandera me generó un orgullo que me desbordó.” Y la tierra tembló. Fuimos millones. Gordísimas. Porque tiemblan los muslos, las tetas, el “salero” con el que nos obsesionaron. ¿Por qué es tan mala esa carne temblorosa debajo del brazo que se alza con el cartel de Aborto legal seguro y gratuito? En el corazón de la libertad de nuestros cuerpos está la diversidad estética. No son solo imágenes para impactar en una nota, lo sentimos así cuando decidimos arrojarnos con nuestros kilos suculentos al cuerpo del otre con pasión sexual, con ganas de comernos más que de examinarnos.
La dominación patriarcal que nos prohíbe abortar libremente es la misma que nos somete a la tortura estética que nos dice cómo tenemos que ser madres, cuándo y por qué y también las que dice cuánto debemos pesar. Fue una marcha gordísima. Estamos chochas y hambrientas, porque no adelgazamos nuestros reclamos y vamos por más.