Una mujer pregunta, en una charla: ¿qué sería ganar en un paro como el del 8 de marzo?, ¿contra quién se para? Un paro sindical suele tener una reivindicación explícita, calculable. Un porcentaje de aumento para las paritarias, una lista de condiciones de trabajo, frenar despidos, ser eximidos de un impuesto. Hay un cálculo y una medida. Se gana o se pierde. Y se dirige a una patronal, privada o pública.
El Paro Internacional de Mujeres pone en escena una desmesura. Desborda toda medida aunque agite una agenda de reivindicaciones. No desborda porque elabore un documento colectivo de dieciséis páginas. No sólo por acumulación ni síntesis ni vocación de incluir los matices de los colectivos reunidos. La desmesura es su condición. Que se materializa allí, pero que surge de otro sustrato: el del paro como experiencia colectiva, catarsis y proceso de organización, momento privilegiado de un amasar subjetividad política.
El paro de mujeres es desmesura porque la idea de trabajo que reconoce, sobre la que se propone interrumpir, no es unidimensional. No acepta la reducción del trabajo a empleo asalariado, sino que menciona toda labor productiva, el esfuerzo creador, el hacer con la materia, el tejido de lazos comunitarios.
Todas somos trabajadoras es consigna de este paro. Lo somos en la máquina de la fábrica y en la costura hogareña, en la organización barrial y en la cocina familiar, en el aula de la clase y al volante de un camión, en el cuidado de otrxs y en la escritura. Si trabajo es todo eso y mucho más -y cada una abonaría la infinita lista de lo que reconoce en su propio hacer- parar es interrupción diversa, múltiple. Con tantos modos como los que exige la multiplicidad de nuestra condición de trabajadoras. Una idea clave de las luchas socialistas fue: a igual trabajo, igual salario. Hoy se revela insuficiente. Esa equivalencia estalló y reclamamos el reconocimiento de todo el trabajo productivo y reproductivo que hacemos. ¿Qué medida tiene un paro así?
¿Contra qué se dirige y a quiénes interpela? Afecta los cimientos mismos del orden social: se dirige contra el ideal de domesticidad y la norma de género que condena a las mujeres a las tareas de la casa y, al mismo tiempo, contra la sumisión al trabajo mal pago en nombre de la libertad que da el salario. Discute los techos invisibles a las carreras profesionales y a la vez postula una noción de igualdad que hace temblar también esas jerarquías. Se dirige contra las patronales, con una agenda de reivindicaciones laborales y contra el Estado que criminaliza protestas, contra los machistas en la casa y en la cama. Atraviesa la pareja, la política, la familia, el espacio laboral, el arte, la ciencia. El mismo paro. No un paro para cada ámbito o esfera de la vida. Un paro que es desobediencia y que recorre la vida entera como anhelo de interrupción y deseo de fundación.
¿Es vaguedad o vacuidad del paro lo que permite que junte todo? No. No se trata de un significante vacío que todo puede enlazar. Revela un enlace habitualmente invisible: la acumulación de riquezas no sólo es apropiación de lo que se crea en los ámbitos laborales, también captura el excedente producido por el saber y hacer comunitario y por los oficios de la reproducción doméstica. El paro, al nombrar todos los modos del trabajo, muestra esa colectiva producción de riquezas que es privatizada, mientras sus creadoras son privadas de ella. El paro es, en términos de acción política, contingencia, pero pone en evidencia esa articulación social. Se dirige contra toda apropiación de ese esfuerzo creador. Contra su captura machista, que deja al varón disponer de un tiempo de ocio sobre la base del esfuerzo doméstico de la trabajadora. Contra el empresario que se enriquece sobre la base de los magros salarios. Contra los liderazgos que acumulan brillo sobre el activismo militante que se opaca, el de las mujeres. Contra el gobierno que traduce de modo oportunista y falaz las demandas del feminismo.
En 2017 se discutió mucho: ¿se podía llamar a un paro cuando no lo hacían los sindicatos?, ¿podíamos llamar paro a una serie de acciones diversas, que no se limitaban a cesar de hacer lo que la cotidianeidad laboral o doméstica indicaba? En 2018, esas discusiones ya estaban asentadas y el movimiento de mujeres pudo hacer pie en la pesquisa de esos modos de parar y a la vez darse a la invención de las medidas. En el quehacer colectivo de las asambleas, pero también en las pequeñas reuniones en espacios de trabajo y en barrios, se fueron definiendo las acciones a tomar.
¿Cómo para una partera que le toca guardia en la maternidad? Con sus compañeras de guardia deciden atender vestidas con ambos violetas. ¿Y en un comedor comunitario en un barrio popular? Las mujeres, en asamblea, dicen: repartimos crudo, no le agregamos trabajo. Son dos acciones bien distintas y ambas surgen de la imaginación ante la dificultad de parar. Las trabajadoras del subte llevaban la bandera de Yo paro. Los trabajadores, en una universidad, colocaron un cartel: “Ellas paran, todos luchamos”, para indicar que estaban en sus puestos y cuidando a lxs niñxs de las que querían ir a la movilización. En las cárceles, las presas hicieron un ruidazo. El paro tiene muchos niveles, acciones, pliegues. Se abre en los territorios y se da su propio ritmo. Cada acción se inscribe en el horizonte mítico del paro internacional. Es nuestro modo de estar allí, el que podemos, el que inventamos, el que surge de desobedecer todo tipo de mandato. Con el vértigo de saber que millones en el mundo, al mismo tiempo, estamos conjuradas.
Un paro así, ¿puede ganar?, ¿qué sería ganar? El crecimiento del sujeto político, la extensión del feminismo como reguero de pólvora, la construcción de una apuesta de transformación social radical. Todo eso se construye en cada paro. En cada movilización. Desmesura, sin dudas. Por lo mismo, inapropiable. El Gobierno tratará de ocultar su rostro represivo y excluyente bajo una luz violeta, pero el sujeto transversal, políglota y heterogéneo que construye el paro sabe bien que su destino es confrontarlo.