Florencia Dávalos trae consigo la fuerza de su canto, pero también la de un pasado y un presente. Ella es la hija de Jaime Dávalos, y lo que hizo con eso lo mostró en Memoria de la semilla, un exquisito y premiado trabajo que actualiza la obra del poeta y músico, con el que recorrió tanto escenarios como escuelas, sumando lo artístico y la necesaria divulgación. En su siguiente búsqueda, ha puesto su mirada y su voz hacia Latinoamérica, con canciones que, cuenta, también forman parte de esa memoria personal y social. Mientras madura un disco, mostrará esas canciones hoy a las 21 en Confluencias, un espectáculo con invitados en Café Vinilo (Gorriti 3780).
“Es un recorrido por canciones que tienen que ver con la memoria musical del continente, pero también, y mucho, con mi recorrido desde la infancia, con lo que se escuchaba en mi casa”, cuenta Dávalos a Páginai12, mientras aparecen en el relato Chabuca Granda, Violeta Parra o la voz de Cecilia Todd. “Son parte de mis recuerdos de niña, pero también son músicas que todavía resuenan en nosotros y que nos invitan a seguir cantando”, explica, y queda claro que el camino seguido es el mismo. En ese camino hay una impronta familiar fuerte, donde aparece su padre, claro, pero también su madre, a la que Jaime apodaba cariñosamente “Musi”: la musical. “Mi mamá recorría toda la casa cantando ‘Pajarillo verde’ de acá para allá. Me crié con los discos de Todd, de Nicomedes Santa Cruz, de Chabuca, a quien mi viejo conoció. Amo esa música, me toca y me atraviesa”, dice la cantante.
Por eso resulta bastante natural que junto a Pepe Luna en guitarra, Mario Gusso, en percusión e invitados como Matías Martino, Sergio Zabala, Lilian Saba y Georgina Hassan, Dávalos proponga ahora canciones como “La jardinera”, “Cardo o ceniza”, “Tonada del cabrestero” o “La embarazada del viento”. “Quise sumar también algo de repertorio que están haciendo hoy compositores como Zabala o Hassan, como una pequeña muestra de los que son los continuadores, los que siguen haciendo esas músicas hoy. También habrá algo del Cuchi, de Marziali y Juan Falú. Y de mi papá, claro. Algunos clásicos y otros como ‘Río de tigre’ que en su momento quedó afuera del disco, y ‘Orillas del Xibi Xibi’, un tema que hace referencia a la memoria de mi mamá, que estaba inédito y que recuperamos para el disco. Saqué la melodía de lo que se acordaba ella, porque no había ningún registro grabado de la música”, cuenta.
–Estas canciones, entonces, son una continuidad de aquellas de Jaime Dávalos...
–Ahora lo entiendo así, pero la verdad, me costó mucho encontrar otro camino; fue muy fuerte todo lo que pasó con Memoria de la semilla. Por todo lo que pasó con ese disco, desde los premios hasta lo que sucedía en el vivo, y porque es tan poderosa esa poesía y esa música que una se queda como atrapada ahí. Es también un poco abrir el juego y, como siempre que se encara algo nuevo, asumir un desafío, eso es hermoso. No sé en qué va a derivar todo esto, pero de eso se trata, también.
–¿Qué era lo que pasaba al cantar las canciones de su padre?
–Lo más significativo, la conexión con el público, un diálogo –a veces era así, literalmente– entre el público y lo que despertaban esas canciones. En muchos había una necesidad de venir a contarme: “Uy, esa canción, me recuerda a tal cosa de mi época, yo viví esto con ese tema”... Los más jóvenes hacían referencia a sus padres, y muchos otros me decían que las habían descubierto y estaban maravillados. Se despertó algo. Siento del despertar de esta memoria tiene que ver con un montón de tiempo que pasó en el que la obra de Jaime Dávalos un estuvo poco reconocida y difundida. Y que como a todos los grandes artistas, lo seguimos descubriendo. Muchos decían: “Ah, ¿eso era de Jaime?”. Ahí uno entiende la música popular, esto que se instala en el pueblo sin que importe ya de quién es.
–¿Cómo trabaja esas canciones en las escuelas?
–Con conciertos y talleres didácticos en jardines, primarias y secundarias. Venía con todo el ímpetu de hacer y hacer, de llevar la obra donde se pudiera, pero también pensando cómo lo iban a tomar los chicos. Empecé a darme cuenta de lo hermoso que pasaba, por ejemplo en mi ciudad, Zárate, donde estuve todo un año recorriendo las escuelas con el poyo del municipio. Con los más grandes trabajábamos la poesía. Y es hermoso lo que los chicos empiezan a percibir, todo lo que salía de “padre río, tus escamas de oro vivo”... También estoy trabajando con la orquesta y el coro de la Universidad de Hurlingam. Y ojalá llegara a más y más escuelas y lugares, con lo que pueda hacer yo y con el hacer de muchos más. El motor es el mismo que el del disco: difundir la obra de Jaime. Invitar a descubrirla o a redescubrirla.