En el Día de la Mujer, Mauricio Macri agradeció “a todas las mujeres que me han hecho feliz” como si se tratara del Día de la Geisha. Desde la marcha, las “geishas” le respondieron con el hit del verano: MMLPQTP. Macri ni debe saber que se eligió el 8 de Marzo para conmemorar a las 120 obreras textiles que murieron al incendiarse la fábrica donde trabajaban en 1857, en Nueva York cuando acompañaban un conflicto de miles de obreras que reclamaban una jornada laboral de diez horas. Y el 8 de marzo de 1917, las obreras textiles de Rusia decretaron una huelga que fue el prolegómeno de la Revolución de Octubre. El feminismo surge de las sufragistas socialistas y fundamentalmente de las filas anarquistas obreras, como la argentina-uruguaya Virginia Bolten, directora de La Voz de la Mujer, el primer periódico feminista argentino.
“La mujer proletaria –decía Bolten a principios del siglo pasado– esclava del hombre, esclava del esclavo mismo, se halla hoy gracias a la civilización salvaje de que tanto alardean las clases cultas, relegada a la categoría de un mueble que se arroja al montón de lo inservible, cuando nos cansamos de su uso; pero ella debe luchar a la par del hombre y reclamar imperiosamente sus derechos; sí!” Bolten estaba casada, tenía varios hijos y fue una figura importante en los movimientos obreros y feministas de Argentina y Uruguay.
Por eso, las columnas sindicales que concurrieron este jueves a la marcha forman parte esencial de la lucha feminista. Es el corazón de donde surgió la lucha contra el patriarcado como sistema de poder y se amplió a derechos más abarcadores que los laborales, como el derecho a decidir sobre sus cuerpos.
Es paradójico porque muchos de los derechos que reclamaron las mujeres anarquistas y socialistas fueron llevados a la realidad por el peronismo, más precisamente por Evita que, sin definirse como feminista, tenía muy claro el potencial de las mujeres: “Tenemos, hermanas mías –dijo en su discurso tras la aprobación del voto femenino que había impulsado– una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional. Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro pueblo la injusticia y la sujeción”.
Algunas feministas le critican a Evita su devoción pública y permanente por Perón. Seguramente en la intimidad podría ser así. Pero hacerlo tan explícito tenía un sentido político porque se daba cuenta de que la única garantía de avanzar en esas luchas era fortalecer el liderazgo de Perón frente a la presión de la embajada norteamericana, la oligarquía, la Iglesia y los militares. Y al mismo tiempo, ella, que proyectaba una imagen tan potente, tenía que ser taxativamente clara de que no competía con su pareja por ese liderazgo.
Desde sectores que reclaman la ortodoxia peronista se ha criticado también a Cristina Kirchner como “socialdemócrata” por enfocarse en políticas de ampliación de derechos, como la ley de matrimonio igualitario, las políticas de género y demás. Como si fuera una desviación del eje excluyente de la lucha por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Pero el peronismo siempre actuó en temas de ampliación de derechos, como fue la ley del voto femenino, la jubilación y los derechos de la ancianidad y los derechos de la niñez. Con su tosquedad y su estilo más plebeyo (como han sido siempre los avances sociales), el peronismo siempre estuvo en esas luchas junto a un sector del radicalismo alemista-irigoyenista-alfonsinista y de la izquierda en general que contó con feministas como Alicia Moreau de Justo o Fanny Edelbaum.
La marcha del jueves fue multitudinaria. Desde la primera del Ni una menos, las marchas feministas del 8M han crecido y ya forman parte del calendario de lucha, como el acto del 24 de marzo o del primero de mayo. El gran triunfo del feminismo ha sido instalar sus reivindicaciones en la agenda nacional. Cuando Macri anunció que liberaría el debate, –que hasta ese momento había obstaculizado– para la despenalización del aborto, es cierto que estaba tratando de utilizarlo para tapar la crisis económica, pero también es cierto que en ese intento debía utilizar un tema que estuviera instalado en la sociedad. Y ese lugar había sido ganado por el movimiento feminista.
Es otro paso en un largo camino. La masividad del 8M, la presencia de decenas de miles de chicas jóvenes y las columnas de trabajadoras lo convirtió en otro acto en un país muy movilizado, en un proceso revulsivo en ascenso por el bombardeo de medidas antipopulares. Pero aún así, el acto se realizó en la ciudad de Buenos Aires, donde el gobierno conservador se sostiene por la gran mayoría de los votos. Con menos diferencia, pero de la misma manera fue votado el gobierno nacional que mantiene una presa política como Milagro Sala, cuya libertad estuvo entre los puntos del reclamo de todas las marchas.
Muchas de las mujeres que asistieron seguramente han votado por las listas de Cambiemos que ahora plantea una especie de política igualitaria entre hombres y mujeres sobre la base de una concepción meritocrática que al mismo tiempo sirve para justificar la desigualdad desde el punto de vista social. Mauricio Macri envió una ley que supuestamente trata de expresar el reclamo de “mismo salario a igual tarea”, pero al mismo tiempo sus políticas económicas tienden a enriquecer al rico y bajar los salarios. Iguala para abajo a hombres y mujeres trabajadoras. Son puntos que necesita desbrozar el feminismo.
Desde el primer Ni una menos hasta ahora se ha mantenido el altísimo índice de femicidios y de violencia de género, en una sociedad que tiende a negar esta realidad de esencia muy machista y se considera civilizada y cosmopolita. Hay una distancia muy grande entre la percepción que tiene de este problema el activismo feminista, y el que percibe el resto de las mujeres y el resto de la sociedad, incluyendo a los hombres. Y hay una distancia incluso generacional. No será un problema que se resuelva con una ley. La ley de despenalización del aborto, por ejemplo, facilitará la solución, pero después habrá que enfrentar las situaciones “normales” de represión familiar, el machismo en la pareja o el conservadurismo de los médicos.
Hay problemas de representación política que no son ajenos. A pesar de la fuerte oposición de Mauricio Macri y la mayoría de Cambiemos a la ley de matrimonio igualitario, esa fuerza recibió el respaldo de gran parte del voto gay. Y lo mismo sucede con el voto femenino. La ley de matrimonio igualitario no acabó con la discriminación, aunque fuera un hito en ese camino. Y su impacto favorable, al igual que la despenalización del aborto, está relacionado con el nivel socioeconómico.
La sociedad capitalista tiene 250 años y sin embargo sus valores tienen profundas raíces y no se le ha encontrado la vuelta. La sociedad patriarcal sobre la que se asienta el femicidio, la violencia de género, la discriminación política y laboral de las mujeres, tiene milenios y muchos de sus valores subsisten naturalizados sin ser percibidos por los hombres o introyectados en las mismas mujeres.
Destruir el patriarcado como institución no es terminar con los hombres, sino con el machismo. Y feminizar a la sociedad. Son procesos culturales complejos. Hacer más femenina a una sociedad que debe dejar de ser machista, son temas de espacios físicos, culturales, de poder y de economía. En ese sentido, el debate sobre la participación de los hombres en la marcha no es alocado. En una sociedad patriarcal hasta en sus formas progresistas, es legítimo que se exprese con fuerza un espacio masivo y exclusivamente de la mujer, aún sabiendo que muchos hombres estén dispuestos a acompañar esa transformación.