Salí de casa para ir a la marcha con la expectativa de que iba a ser una jornada inolvidable. Y lo fue. Llegué a la parada del colectivo, en el conurbano, casi a la par de un grupito de adolescentes, tres varones y cinco chicas, de entre 13 y 15 años. Ellos y ellas también iban a la marcha. Los cuerpos y sus vestimentas intervenidas los delataban, como a mí, el pañuelo verde. La palabra feminista escrita en un brazo como tatuaje con letras fucsias, purpurina alrededor de los ojos, y el entusiasmo a flor de piel, eran parte de sus atuendos. Llevaban, también, un cartel de cartulina violeta escrito a mano, que resumía las consignas que un rato más tarde se replicarían, en cientos de carteles, en miles y miles de voces: “Ni puta por coger. Ni madre por deber. Ni muerta por abortar. Aborto legal, seguro y gratuito”. Verlos me hizo emocionar, hasta las lágrimas.
Escuché que querían conseguir pañuelos verdes. Tenía uno de más en la cartera y se lo di. Ahora se emocionan ellos. Una de las adolescentes se lo puso inmediatamente en el cuello, exultante. Llevaban otro cartel: “Duele gritar pero más quedarnos calladas”, habían escrito también con fibra. La postal marca el momento histórico: las pibas, acompañadas por amigos, no se callan. Para exigir los derechos primero hay que conocerlos. Tal vez antes que sus madres (o a través de ellas), tomaron conciencia de la desigualdad que nos afecta históricamente a las mujeres en todos los ámbitos en los que transitamos: la calle, la escuela, la casa, la cama, el trabajo, la política, los medios de comunicación... Ellas, las adolescentes lo tienen claro. Por eso los últimos encuentros nacionales de mujeres –ese gran semillero feminista– se vienen poblando de jóvenes. Quieren saber de qué se trata, aunque –sin dudas– ya saben. La marea feminista no es un amor de verano. Es imparable. Lo evidencia ese activismo adolescente que desbordó ayer la marcha. Lo que se viene pregonando desde el movimiento de mujeres desde hace décadas, con un impulso amplificado desde el surgimiento del movimiento Ni Una Menos, en 2015, no ha sido en vano. La semilla prendió y está floreciendo.
La manifestación fue claramente opositora. Opositora a las opresiones pero también –o sobre todo– al modelo económico del Gobierno macrista que las profundiza, traducida en ajuste y despidos, como quedó expuesto en la consigna de la bandera de arrastre, y en el lugar preferencial que se acordó que tuvieran las despedidas del INTI, del Hospital Posadas, de la minera de Río Turbio, entre otras trabajadoras en conflicto. No fue como algunos medios pretenden hacer creer que ese posicionamiento fue minoritario o que se impuso desde partidos de izquierda o el kichnerismo. El movimiento feminista es mayoritariamente opositor al macrismo.
Las mujeres salimos masivamente a las calles no solo para denunciar las violencias machistas, reclamar por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito y poner en evidencia la brecha salarial de género. Esas tres son demandas prioritarias. Pero no las únicas. Nos hacemos eco del impacto negativo de la políticas económicas de corte neoliberal en nuestras vidas. Lo personal es político.
El jueves se marchó en el marco del Segundo Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans. Recurrimos una vez más a la herramienta del paro porque nuestras demandas son urgentes, para mostrar lo que aportamos cada día –en trabajo remunerado y no remunerado– a la economía del país. “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, fue el espíritu de la medida.
La multitudinaria marcha mostró sobre todo organización. Mujeres, lesbianas, travestis y trans, organizadas, aunque también fueron muchas “sueltas”, solas y acompañadas, con sus hijas, con sus nietas, con sus compañeros o compañeras. Pero el documento que leyó Liliana Daunes, como cierre de una jornada histórica, fue parte de esa organización: fue el resultado de un extenso proceso asambleario –cuatro asambleas, cada viernes, en febrero– con cientos de participantes, en las que se expresó la diversidad de reclamos que cada voz, cada sector, reivindicó. Hay en ese documento un diagnóstico del momento político en clave feminista. Esas asambleas desbordantes de cuerpos feminizados se replicaron en el último mes a lo largo y ancho del país. En grandes y pequeñas ciudades. Otra marca de época.
No somos una nota de color, aunque nos pintemos los rostros, nos pongamos pelucas violetas o guirnaldas de flores. Quedó demostrado que ese colectivo –diverso y extenso– que viene poblando las calles –en la ciudad de Buenos Aires y en tantas otras ciudades– es un actor político que hoy le está marcando la agenda al Gobierno. No hay que confundirse: Macri no es feminista. Es fácil darse cuenta: propone debatir el derecho al aborto pero no está a favor de su legalización. Dice que “lo más importante que tiene una mujer” es su “libertad” y no está de acuerdo en que podamos decidir sobre nuestros cuerpos. Habla de la importancia del “empoderamiento” femenino y tiene apenas dos mujeres como ministras en su extenso Gabinete y cuando tuvo que proponer integrantes para la Corte Suprema, eligió a dos abogados. Pero sobre todo porque nunca puede ser feminista un Presidente que encabeza un Gobierno de derecha que afecta los derechos de las más vulnerables, que debilita el Programa Nacional de Educación Sexual Integral –restándole presupuesto y limitando las capacitaciones a docentes–, que pretende criminalizar a las migrantes, que no garantiza a las adultas mayores los medicamentos esenciales –porque sus precios se disparan sin que el Estado les ponga coto–, o que impide que las amas de casas se puedan jubilar, dejando de reconocer ese trabajo “invisible” pero que es fundamental para sostener la economía del país, por enumerar apenas algunos ejemplos.