A pesar de que el PIB superó el nivel previo a la crisis, el consumo de las familias en España se ubica 4,6 por ciento por debajo de los niveles de 2008, y se estima que necesitará dos años para recuperarse. Si se tomara el consumo per cápita, la recuperación costará incluso un poco más, expresa el diario El País (05.03.18). A esta evolución la denomina “crecimiento triste”: la recuperación no ha llegado a todos.
La comparación con la definición de “crecimiento invisible” por parte de Mauricio Macri surge de inmediato. El Presidente lo asoció con un edificio que está construyendo sus estructuras fundantes, que no se ven. A punto y seguido expresó: “cada trasformación está hecha sobre bases firmes y va a durar para toda la vida”.
¿Cuáles son las bases sólidas a las que se refiere Macri? ¿La liberalización económica que nos ha llevado a niveles récord de déficit comercial? ¿El elevado endeudamiento en dólares, en especial el bono a 100 años que ha sido presentado por el propio gobierno como uno de los cimientos de la confianza externa? ¿El cambio en la indexación de las jubilaciones y asignaciones, que les ha quitado en forma permanente un trimestre de actualización inflacionaria? Realmente preocupante.
La pregunta es por qué el crecimiento resulta “invisible”. En parte, la respuesta se halla en cierta similitud con la economía española: en Argentina, según Kantar WorldPanel, el consumo cayó un 10 por ciento en términos reales respecto al nivel que recibió el macrismo, y con más bocas que alimentar por el crecimiento de la población. Además, las ventas en supermercados, calculadas por el Indec, mermaron 1 por ciento en cantidades durante 2017.
Otra de las explicaciones de la no visibilidad es la persistencia de la inflación: nada más fuerte que la experiencia de los consumidores, quienes en el primer bimestre de este año no han tenido, en general, aumentos salariales, pero se enfrentan a tarifas muchísimo más caras y precios en alza de sus consumos habituales. Los índices de precios estarían llegando a más del 4 por ciento en el bimestre.
Tampoco podemos dejar de considerar como otro de los factores de esa falta de visibilidad, a los despidos que se siguen produciendo y a la sensación de vulnerabilidad del trabajador.
No es casualidad que sea la inflación la principal preocupación de los argentinos en estos días, según lo revelan las encuestas, así como el crecimiento de las expectativas negativas sobre la economía y su futuro.
Desde lo formal, los resultados del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central muestran que las perspectivas de bancos y consultoras no acompañan las visiones del gobierno: entre las proyecciones de diciembre y las de febrero, aumentaron los valores esperados de la inflación para 2018 en 2,5 puntos, del 17,4 al 19,9 por ciento para los datos del IPC nacional. En cuanto al PIB para este año, las estimaciones bajaron de un 3,2 a 2,7 por ciento de crecimiento.
Volviendo al discurso del Presidente: ¿podrá resolverse ese clima hablando de la obesidad infantil o del alto consumo de azúcar, temas importantes pero que no definen el humor social? ¿O habrá que resolver el problema de las paritarias a la baja y las caídas del consumo? El problema es que el propio esquema del gobierno busca profundizar la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores, vía paritarias y flexibilización. Se utiliza una cuestionada meta inflacionaria del 15 por ciento para impulsar los aumentos salariales a la baja. No es ilógico, entonces, que el Presidente trate de evitar estos temas ante la Asamblea Legislativa.
La economía invisible, a mi entender, tiene que ver con un modelo que “derrama para arriba”, imponiendo una distribución regresiva de la renta y la riqueza: crecen las ganancias de los grandes grupos económicos, pero caen las de las pymes y el poder adquisitivo de los trabajadores. Eso sí, se promete un futuro venturoso que con este modelo nunca se va a alcanzar.
* Presidente Partido Solidario.