El colectivo La Garganta Poderosa difundió hoy una carta de Mercedes del Valle Ferreira, la abuela de Facundo Burgos, el niño de doce años asesinado en San Miguel de Tucumán de un balazo en la nuca luego de que la policía local intentara detenerlo junto a su amigo Juan por “circular de forma sospechosa”. En ese texto Del Valle Ferreira desenmascara a los medios que repiten sin más la versión policial de que los chicos habían iniciado “un enfrentamiento”. La abuela de Facundo también denuncia el trato recibido en el Hospital Padilla, donde “nos recibieron con mentiras los voceros arreglados con las Fuerzas”. La primera explicación de los hechos que la familia recibió en el hospital fue que el niño había sufrido un “accidente vial”. Pero, minutos después, “la tomografía nos anunció que había fallecido por el tiro de un arma de 9 milímetros.”
La noche del miércoles Facundo y Juan volvían en moto a su casa de ver picadas y se cruzaron con una persecución policial. Facundo recibió un balazo en la nuca y su amigo, que conducía el vehículo fue herido en una pierna y en la cabeza. Después del hecho, los uniformados involucrados en el episodio quedaron detenidos pero fueron liberados pocas horas después. Facundo fue trasladado al hospital, donde murió a las 4.30 de la madrugada debido al proyectil que le dejó un orificio de entrada y otro de salida. En la carta su abuela lo describe como un niño que soñaba con ser como Messi y con comprarle una casa a su familia, que acababa de terminar la primaria con buenas notas y esa noche había dejado la mochila preparada para empezar al día siguiente la secundaria.
Mataron a mi negrito
Por Mercedes del Valle Ferreira
"Ya no me quedan lágrimas. Nos destrozaron la vida. El Negro era un niño maravilloso, lleno de amistades, que no tenía problemas con nadie. Y anteayer a la madrugada, a pocas horas de su primer día en la secundaria, lo mataron, me lo mataron. Tenía 12 años: 12 años, tenía, ¿entienden? Un niño, hermanito de otras dos niñitas, de repente pasó a estar en el hospital Ángel Padilla, tirado en un rincón, con la cabeza destrozada… Era una criaturita, mi criaturita.
¿Cómo se hace? ¿Cómo hacemos? ¿Quién se lleva este dolor? Para colmo, debemos soportar infinidad de historias falsas, circulando por internet o televisión, porque no, nada hubiera justificado lo que hicieron, pero mi nieto no robaba, ni manejaba un revólver, como inventa la Policía. Había terminado la primaria en la escuela Miguel Lillo con muy buenas notas y estaba por arrancar su nuevo ciclo en la ENET Nº5. Ya tenía todos los útiles, la mochila preparada y su ropa lista. Es más, acabábamos de comprar unos zapatos que no le gustaban para nada, pero los necesitaba para arrancar el colegio. Vivía conmigo y con sus tíos, en mi casa, en el barrio Juan XXIII, conocido como Villa Bombilla, en Tucumán.
El miércoles a la noche, Facu salió en moto con Juan, un amigo dos años más grande, para ir a ver las picadas en el Parque 9 de Julio, como es común acá entre los changos… Al regresar, pasada la medianoche, unos uniformados les dispararon a quemarropa, así, ¡a quemarropa! No existió ningún enfrentamiento. Y en cuanto nos enteramos, salimos corriendo al hospital, donde nos recibieron con mentiras los voceros arreglados con las Fuerzas. “Sufrió un accidente vial”, nos dijeron. Y minutos después, la tomografía nos anunció que había fallecido por el tiro de un arma de 9 milímetros.
La versión oficial vino acompañada por un cordón policial, porque “íbamos a generar problemas”. Y entonces inmediatamente fuimos a la Comisaría 1ª, donde nos dijeron que los agentes ya estaban detenidos. Éramos dos mujeres y ellos un montón de hombres, apuntándonos con itakas. Nos ocultaron información y nos sacaron zamarreándonos de los brazos. Ahora, el barrio está lleno de patrullas y, mientras dejo caer estas palabras como lágrimas, comienza una razia en la otra cuadra, bajo la mira de un helicóptero policial que sobrevuela la zona.
El 7 de mayo, Facu iba a cumplir 13. Y sí, soñaba ser como Messi, para poder comprarle una casa a su mamá, que vive en Santa Fe. Allá, él había jugado al fútbol en Unión de Sunchales y tenía pensado volver en unos meses. ¡No podrá! Me parece verlo ahora, jurándonos que algún día nos iba a comprar “una mansión, para poder vivir mejor”. Lo pienso y todavía no entiendo. ¿Cómo que no volveré a ver a mi nieto? ¿Cómo que no volverá a correr hasta mis brazos, gritándome "Pachona, Pachona"? ¿Cómo que lo mataron, si nunca nadie dijo nada malo de mi negrito? No puedo explicar lo que siento aquí, en el pecho. ¡No saben cuántos amigos tenía! No saben cuántos niños había en su entierro.
¡Su entierro!
Ahora sólo nos queda luchar, yendo a Tribunales todos los días, caminando en los pies de todos ustedes, todas las veces que haga falta, porque nosotros no tenemos plata, pero tenemos dignidad. No entendemos y nunca podremos entender por qué hicieron lo que hicieron, pero no van a detenernos hasta que no se haga justicia, para que mi nietito pueda descansar en paz. Yo sigo llorando. No puedo parar. Siento un dolor inmenso, que ya no puedo calmar con sus abrazos...
Te juro, mi negrito, que no voy a bajar los brazos"