La primera tanda de episodios de Beavis & Butt–Head, la serie animada creada por Mike Judge, se emitió entre 1993 y 1997, justo abarcando los primeros cuatro años de la administración de Bill Clinton. Una presidencia más recordada por los detalles sensacionalistas del affaire extramarital del mandatario con la pasante de la Casa Blanca Monica Lewinsky –y sus intentos posteriores de impeachment– que por sus logros legislativos. Los adolescentes protagonistas de Judge –dos cabezas huecas siempre entre risitas, que sufrían todo tiempo pasado lejos de su amada TV– probaron ser el par perfecto para encarnar ese momento cultural peculiarmente sórdido. Un cuarto de siglo después, los rastros de ADN de su influencia pueden ser trazados, en diferentes cantidades, en casi todas las comedias y animaciones que siguieron, de South Park (iniciada en 1997) a Jackass (2000 - 2002) y The Inbetweeners (2008 - 2010). Pero esos masturbadores farfullantes raramente consiguieron el reconocimiento que sin dudas se merecían, una injusticia que el tiempo ha corregido.
Para aquellos que no los vieron en su momento o no recuerdan sus payasadas, Beavis y Butt-Head eran unos nihilistas sin idea alguna, sin vigilancia parental a la vista ni aspiraciones, sentados en su sillón en un pueblito cualquiera con muy pocos proyectos realistas y sin mayores intereses más allá del heavy metal, las tetas y los actos de vandalismo. Miraban televisión y emitían juicios sobre si los videoclips que veían eran una porquería o no, y tiraban bolas de bowling llenas de explosivos desde la terraza. Eran unos vagos idiotas con cero consciencia política, y aún así tocaron instantáneamente una cuerta entre los espectadores de la Generación X que veían MTV, quienes enloquecieron al ver su propio descontento y su propia imprudencia tan fielmente representada y a la vez satirizada en la pantalla. Un fenómeno había nacido, extendido a todfo, desde remeras a discos y videojuegos. Beavis y Butt-Head eran auténticos, un retrato altamente ajustado de los adolescentes como realmente son –salvajes, en una palabra–, a un millón de kilómetros de las sonrisas de aviso de dentífrico de Saved By The Bell (1989-93), Dawson’s Creek (1998-2003) y The OC (2003-07). Eran también conmovedoramente dependientes uno del otro, a la manera de Laurel y Hardy. Hermanos del alma que no tenían nada más en el mundo que su compañía y un sentido del humor compartido. Hay allí una verdadera intensidad y hasta cierto patetismo en el incansable torrente de bromas escatológicas.
Judge había estado estudiando un posgrado en Matemáticas en la Universidad de Texas cuando empezó a experimentar con placas hogareñas de animación a fines de los 80, comprarse una cámara de 16 mm Bolex y aprender por su cuenta el arte a través de los libros de la biblioteca. Músico y graduado en Física, Judge creció en Albuquerque (Nueva Mexico), y previamente había trabajado en una oficina de una compañía de software que desarrollaba programaciones para aviones caza F-18. Luego se mudó a California para trabajar en una incipiente compañía de tecnología. Esas experiencias le proveerían la base para dos de sus más conocidas películas con actores: el título de culto Enredos de oficina (1999) y la sitcom Silicon Valley, que se emite desde 2014 en HBO. Beavis & Butt–Head hicieron su primera aparición en el corto “Frog Baseball” en 1992, que Judge vendió a Liquid Television (MTV), iniciando así su fructífera asociación con un canal de videos musicales cuyo brillo se ha desvanecido drásticamente con el correr de los años.
El director había escuchado al pasar a un colega contando una historia de unos pibes pegándole a ranas y sapos con bates de béisbol, y se preguntó qué clase de persona haría algo tan idiota y cruel. Las extrañas encías y frenillos de Beavis y Butt–Head fueron su respuesta, trucos tomados de viejos compañeros de escuela y vecinos. A medida que el rating crecía, MTV le exigió nuevos episodios, y una pequeña industria se montó para producir más cortos. Judge escribió, dirigió y realizó el doblaje de ambos personajes, construyendo gradualmente un universo que creció a la Highland High School y al restaurant Burger World donde (no) trabajaban, y agregando personajes de reparto memorables como el director McVicker, el profesor hippie Mr. Van Driesser y el vecino Tom Anderson.
Parte del encanto de Beavis & Butt-Head y su serie sucesora King of the Hill (1997–2010) es la perspectiva de outsider de Judge, un tipo que comenzó todo como un hobby, sin lazos con la escena del entretenimiento de New York o Los Angeles. Algo que le permitió presentar una visión auténticamente personal sobre los Estados Unidos. Los rotosos estacionamientos de restaurantes al paso, los moteles, los matorrales y las autopistas llenas de basura que presenta bien podrían estar en un planeta diferente al Manhattan o el Beverly Hills que a menudo se ven romantizados en las películas. La especificidad de los gustos y el ambiente de Beavis y Butt-Head también resultaban verdaderos. Al preferir a las bandas de rock que precedieron a la era grunge, como Black Sabbath, Metallica, AC/DC, Megadeth, Anthrax, Primus, White Zombie y Gwar, Beavis y Butt–Head al mismo tiempo pertenecían a su era y estaban levemente desfasados. Eran suficientemente cool para despreciar a Bon Jovi y Terence Trent D’Arby, pero no se enganchaban con nada más moderno.
El show fue un impacto nacional, pero no escapó a la controversia. Al arribar en un momento en que se cuestionaba la violencia en televisión y su posible impacto en jóvenes impresionables, quedó bajo el escrutinio de los círculos conservadores; Beavis y Butt–Head se encontraron rápidamente bajo el microscopio. El retrato de Beavis como un tembloroso piromaníaco llevó a que lo “culparan” por la trágica muerte de una nena de dos años y su hermano de cinco, que murieron en el incendio de un trailer en Ohio a causa de un encendedor, en octubre de 1993. El presentador de la CBS Dan Rather fijó el tono para la cobertura nacional que siguió, al decir que el caso debería hacer que los ciudadanos se preguntaran cómo habían pasado de Leave it to Beaver (en alusión a una inocente sitcom de los 50 y 60) a Beavis & Butt–Head. La acusación fue desestimada cuando se descubrió que el trailer no tenía conexión de cable, con lo que los niños no podían haber visto el show. La atención se dirigió entonces a la madre que había dejado a los niños solos para ir a una cita. Judge respondió a todo el asunto en un estilo remarcadamente irónico, llevando el absurdo a la histeria con un episodio en el que los dos personajes remontaban un barrilete en medio de una tormenta eléctrica y culpaban a Benjamin Franklin como mala influencia para sus actos. Solo Marilyn Manson supo ser tan elocuente en el sinsentido de culpar a los artistas por atrocidades cometidas por los jóvenes.
Habiendo capeado la crisis con éxito y con la popularidad del show intacta, lo siguiente fue un llamado de Hollywood. Beavis & Butt–Head hacen la América fue estrenada en diciembre de 1996 y rompió records de taquilla por su lanzamiento a fin de año... y por ser simplemente una obra maestra. La trama se dispara cuando los pibes se despiertan y descubren que su televisor fue robado, lo que los envía al exterior para recuperarlo; una historia al estilo MacGuffin que precede al comienzo del robo de la alfombra en El Gran Lebowski (1998). Al cruzarse con el gangster alcohòlico Muddy Grimes (con voz de Bruce Willis), este asume que ellos son los asesinos a sueldo que contrató para matar a la traficante de armas y ex mujer Dallas (Demi Moore), y los envía a Las Vegas para encontrarla. Beavis y Butt–Head están encantados con el encargo. “¿Querés que nos hagamos a tu esposa?”, preguntan incrédulos, malinterpretando el sentido del verbo crucial. Un malentendido cómico clásico basado en las palabras, directo al territorio de la farsa.
Lo que sigue es una road movie que hace un uso hitchcockiano de los monumentos nacionales y presenta un arma biológica que Beavis no sabe que transporta, un agente con fijación anal (Robert Stack), una sicodélica secuencia onírica en el desierto diseñada por Rob Zombie y un cameo no autorizado de Chelsea Clinton. El esquizofrénico alter ego de Beavis, “El Gran Cornholio” regresa desde la serie televisica, causando pánico en un vuelo de cabotaje, esta vez convocado por una sobredosis de pastillas que satiriza la adicción de los Estados Unidos a los fármacos recetados. Hay también un maravilloso ataque al más rancio patriotismo, cuando un personaje junto a un idílico río dice “Nada puede haber mejor que esto, este es el país de Dios”, e inmediatamente después es arrasado por una inundación bíblica... provocada por la destrucción de un dique a cargo de Butt-Head.
Más allá de un breve regreso de la serie en 2011, en la que los chicos se metían con los reality shows en vez de los videoclips, eso fue todo para Beavis y Butt-Head. Judge se ha mantenido ocupado con otros proyectos; el más cercano en espíritu a su primer gran golpe fue la criminalmente infravalorada sátira Idiocracia en 2006. Pero en estos días la nostalgia es un gran negocio, con lo que quizá no se hayan escuchado aún los últimos gruñidos y risitas bobas del dúo. Pero mientras Beavis & Butt–Head fue enormemente popular en los 90, sin dudas hoy presenta algunos problemas para el espectador moderno y concientizado. Hay mucho de homofobia casual en los capítulos, y el acento hispano de Beavis al hacer de Cornholio seguramente ofendería a más de uno. Los mismos personajes dirían unas cuantas barbaridades sobre la corrección política de los millennials. Quizás lo que más trabas pondría a que los personajes encontraran una nueva generación de fans es que el show siempre fue un producto extremadamente blanco y masculino. En su universo redneck hay muy pocos personajes afroamericanos, asiáticos o latinos, y muy poco interés en su perspectiva; mientras que las mujeres solo existen para echarle miradas lascivas o ridiculizarlas (por supuesto, la ridiculización es mutua). Una notable excepción fue la perpetuamente inmutable compañera de clase Daria, quien con todo derecho tuvo su propia serie entre 1997 y 2002.
En estos días, el interés dominante en la cultura pop de los 90 está en redescubrir el trabajo en sus primera y difíciles épocas de artistas de minorías que luego tuvieron gran éxito, como De La Soul, Boyz in the Hood (1991) y la fantástica The Fresh Prince of Bel–Air, con un Will Smith siempre listo para el meme. Quizá este no sea buen momento para un revival de Beavis & Butt–Head, con un dúo al que le falta el encanto del crossover y siempre representa una propuesta dura. Nunca se pudo señalar que fueran progresistas o inclusivos, pero ese nunca fue el punto. Otro problema potencial es que, como otros dúos de los noventa como Bill y Ted, Wayne y Garth y Jay y Silent Bob, los tipos eran unos vagos con complicaciones, lo que hoy puede verse como la más acabada expresión de privilegios blancos. Ese estilo eludía la responsabilidad, repelía el mainstream y se reía de las expectativas convencionales en una búsqueda artística que no demandaba compromiso. Lo cual estaba muy bien, pero esa postura cínica no estaba disponible entonces ni es una opción realista ahora para muchas minorías en Estados Unidos, incapaces de darse el lujo de una existencia sin compromisos cuando el trabajo duro sigue siendo necesario para sobrevivir.
De todos modos, puede contra argumentarse que la “blancura” de Beavis & Butt-Head no podría ser más relevante. Ellos proceden precisamente del mismo pantano de pobreza, negligencia y rabia que esos votantes republicanos de clase trabajadora cuyo desinterés y alienación supo aprovechar tan bien Donald Trump para ganar la presidencia en noviembre de 2016. De cualquier manera, 25 años después de su primera emisión, resulta impensable que no haya más de Beavis & Butt-Head. Como observó Judge en una entrevista con el periodista Marc Maron en 2015, “los idiotas son universales”, y con un ejemplo perfecto sentado actualmente en Washington, ¿qué mejor momento para mandar a los emisarios gemelos de la idiocia americana? Incluso tienen peinados similares.
En la actualidad, solo cosas como Rick y Morty se acercan al inflexiblemente áspero tono de Beavis & Butt–Head. Su alegre espíritu ofensivo quizá podría ser exactamente lo que se necesita hoy, un refrescante contragolpe al imperante seriedad de una era agresivamente hipócrita.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.