Desde París
Los movimientos de las opiniones públicas contemporáneas están con ella. Nunca, desde la Segunda Guerra Mundial, la extrema derecha había gozado de tanto crédito en las democracias de Occidente. Con esa evidencia como telón de fondo, con resultados electorales dignos de partidos de gobierno, la ultraderecha francesa emprende este fin de semana su proceso de cambio. Su actual dirigente, Marine Le Pen, lo llama “refundación”. Las bases y el nombre del partido creado por su padre, Jean-Marie Le Pen, en los años 70 se transformarán a lo largo de dos días en un congreso excepcional organizado en la norteña localidad de Lille y cuyo invitado especial fue una de las estrellas de los ultras del planeta: Steve Bannon, el ex consejo presidencial del presidente norteamericano Donald Trump y artífice de su victoria en el tramo final de la campaña electoral. Bannon, que es el representante de la derecha norteamericana más dura y supremacista, le dijo a los militantes frentistas: “la historia está de nuestro lado y va a conducirnos a la victoria”.
Toda la cultura y la estrategia de la extrema derecha estaban en sus palabras. “Ustedes forman parte de un movimiento mundial que es más grande que Francia, más grande que Italia, más grande que Hungría, dijo Bannon en la primera jornada del congreso”. El ex consejero trumpista y ex director de Breitbart news prolongó la moda que consiste en atacar a los “medios del establishment” y restó legitimidad a las definiciones que aún envuelven a la extrema derecha. Según dijo, “si luchan por la libertad los tratan de xenófobos. Si luchan por su país los tratan de racista. Pero los tiempos de esas palabras asquerosas se han terminado “. Más allá de la presencia sorpresiva de Bannon, la líder del muy pronto ex Frente Nacional se enfrenta a una situación contradictoria. Al mismo tiempo que las ideas de la ultraderecha nunca tuvieron tanta influencia como hoy, ella, como líder, está cuestionada en su capacidad para llevar las ideas del FN al poder y, a la vez, aparece en los sondeos de opinión (el último fue realizado por la consultora Odoxa) como la personalidad más rechazada por el conjunto de los franceses. La doble derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 ante al actual jefe del Estado, Emmanuel Macron, y en las legislativas, abrió un poderoso frente disidente en el seno de la extrema derecha francesa. Pese al resultado obtenido por Marine Le Pen, 10, 6 millones de votos, casi un 34% de total, electores, militantes y dirigentes pusieron en tela de juicio la línea que adoptó y exigieron una retorno a los valores fundamentales del partido. Muchos consideras que Marine “está acabada”. Ella no. Contra vientos y mareas internas y una escisión dentro del FN que acarreó la ruptura con su ex mano derecha, Florian Philippot (se fue y fundó el movimiento Los Patriotas), Marine Le Pen se mantuvo y apostó por este congreso con el objetivo de reformular el acervo de la ultraderecha, cambiarle el nombre al FN y ponerlo en la trayectoria de victorias futuras.
Pocas dudas hay sobre la reelección de Marine Le Pen a la cabeza del movimiento. No hay, todavía, rivales de peso que le puedan arrebatar la victoria. La transformación del nombre tampoco está en dudas. Aunque estrecha (52%), hay una mayoría que está de acuerdo con ese principio que terminaría de sacar definitivamente al FN de la herencia de su creador, Jean-Marie Le Pen. El padre dijo en el canal BFM que sentía “compasión” por su hija porque estaba en “una situación muy difícil”. Le Pen deploró la desaparición del nombre porque, dijo, “es una referencia”. Las consultas internas realizadas en los medios militantes traducen las fracturas y la crisis del Frente Nacional. Sólo 30 mil militantes respondieron al cuestionario enviado antes del congreso. 67 por ciento declaró estar de acuerdo con que Francia salga del euro pero sin que, como antes, este tema sea prioritario. 90 por ciento se pronunció a favor de un “referendo” para decidir si Francia sale o no de la Unión Europea. Y sin sorpresas, 98% está de acuerdo con reducir la inmigración.
Entre tantos los obstáculos, Marine Le Pen tiene un aliado consistente: el populismo nacionalista cuentan con una pirámide social y política muy sólida. La victoria presidencial del europeísta Emmanuel Macron no alejó los espectros del populismo gris, tanto más cuanto que el Partido Socialista ha prácticamente desaparecido del panorama político francés. La ultraderecha francesa se ha expandido ideológicamente en todo el territorio. La mayor crisis la encarna la perdida de legitimidad de Marine Le Pen, derivada no sólo de la derrota presidencial sino del debate que precedió la elección donde la candidata frentista hizo un ridículo cinematográfico. Los electores sintieron esa humillación como propia. El castigo se tradujo luego en las elecciones legislativas de junio, donde el FN se vistió de partido casi invisible con apenas 8 diputados en la Asamblea Nacional. Hoy, “refundación” quiere decir sobre todo dejar de lado las propuestas que antes eran prioritarias como la salida del euro para romper el muro que separa al FN de muchos electores que si bien comparten sus narrativas contra la inmigración, no coinciden con que Francia deje el euro o se vaya de la Unión Europea. Estos pilares retóricos del FN podrán pasar al olvido en el futuro, lo que facilitaría las alianzas con otros sectores de la derecha y, por consiguiente, la ampliación del abanico electoral. “El Frente Nacional cambió de naturaleza y es preciso que ese cambio se traduzca en un cambio de nombre”, explicó Marine Le Pen en varias ocasiones. Para ella, se trata de proseguir con la tarea que inició en 2011 cuando accedió a la dirección del FN y se propuso como meta esencial desdiabolizar al partido de su padre. Ello tuvo como consecuencia más votos pero, también, cierta ruptura con la base. Marine Le Pen no piensa cambiar de metodología. Según explicó hace unas semanas, “el Frente Nacional llegó a la edad adulta. En su juventud, era un partido de protesta. Luego pasó de ser un partido de oposición a un partido de gobierno”.
La historia la ayuda en su proyecto, más allá de su personalidad. Las ideas de la ultraderecha suben a las cumbres con una impunidad dolorosa. El diario New York Times reveló que Steve Bannon viajó a Europa con la ambición de “fundar una infraestructura planetaria para el movimiento populista mundial”. La extrema derecha está convencida de que ha llegado el momento de recuperar el poder. A su manera, el ex estratega de Trump es un hijo del Frente Nacional francés. El antiguo partido marginal europeo trazó un camino y él viene a decirles hoy que no “están solos”, que la historia juega para ellos y que los “propulsará de victoria en victoria”. No importa la fragancia descompuesta de sus retóricas, el racismo y las agresiones de todo tipo. La ultraderecha vuelve a irrumpir para demostrar que incluso está permitido matar con la palabra sin que nadie se inmute.