Por Jorge Halperín
En una película de los hermanos Marx, Groucho es descubierto en una mentira, y reacciona con descaro interpelando: “¿A quién le creés, a tus ojos o a mis palabras?”.
Es chiste porque se basa en la premisa de que no está en cuestión la idea de la verdad. Menos aún en un mundo en el cual últimamente el actor que personifica al protagonista de la serie estadounidense del momento (“House of cards”), celebrado en su composición de político malvado, resulta que es echado de la serie por ser malvado en la vida real.
Este dato podría convencernos de que el mundo distingue perfectamente los hechos de las ficciones. Y entonces tomarnos con calma el insólito discurso del presidente Macri en la apertura de sesiones del primero de marzo dibujando una Argentina que no existe y diciéndonos por tercer año consecutivo que “lo peor ya pasó”.
Tomarlo con calma en la confianza de que la mentira tendrá su costo. Pero es preferible no confiarse y poner en cuestión nuestras nociones sobre lo que la sociedad acepta por verdadero.
Lo examina el pensador esloveno Slavoj Zizek, quien justamente eligió el ejemplo de la frase de Groucho Marx, señalando que la lógica de Groucho, aparentemente absurda, da cuenta perfectamente del funcionamiento del orden simbólico, en el cual el mandato enmascarado pesa más que la directa realidad del individuo que usa esa máscara o asume ese mandato. Para él, este funcionamiento incluye la estructura de rechazo fetichista: “sé muy bien que las cosas son como las veo (que esa persona es corrupta y cobarde), pero de todos modos la trato respetuosamente, dado que viste la insignia de un juez (n. de J.H. ¿un presidente?), de modo que cuando habla es la propia Ley la que habla a través suyo”.
Y sigue Zizek: Así, efectivamente, creo en sus palabras, no en mis ojos, es decir creo en Otro espacio (el dominio de la autoridad puramente simbólica), que importa más que la realidad de sus voceros.
Podemos agregar a la mirada que expone Zizek en su libro “La suspensión política de la ética” que si no salteáramos lo que nos dicen nuestros ojos para creer en la verdad científica invisible para nosotros todavía estaríamos convencidos de que la Tierra es plana y permanece inmóvil.
Creo que muchos de los que nunca comulgamos con las ideas de Macri, vista la sangría de las fuerzas que desde 2015 pasaron a ser oposición, hemos vivido estos dos años esperando el momento clave en que el daño que causan sus políticas a las mayorías les hiciera caer las vendas de los ojos. Es decir, esperando una crisis que erosionara para siempre la autoridad del presidente de Cambiemos (quizás perdiendo de vista los daños materiales y el sufrimiento con el cual vendría acompañado ese colapso).
La crisis no ocurrió. La autoridad de Macri y la de los gobernantes de los dos distritos más fuertes del país en poder del PRO fueron relegitimadas hace apenas cuatro meses. Es desde esa autoridad relegitimada que el presidente dibuja lo que bautizamos Macrilandia.
Es cierto que desde diciembre su imagen no deja de caer, pero también es cierto que, según una encuesta de estos días que ya encontró una imagen negativa del 64 %, quienes confían en que las cosas van a mejorar superan el 50%.
Es igualmente cierto el impacto que tienen en la economía de las mayorías los tarifazos, la caída de las jubilaciones, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y la frustración de quienes creyeron en el cambio y verifican las noticias de corrupción asociadas a los actuales gobernantes.
Pero no se puede descuidar el hecho de que hoy permanecemos bajo la hegemonía cultural de la derecha, que persuadió a mayorías de que ellos son una alternativa republicana, que el peronismo y los sindicalistas son voraces y viven en el delito, y que las “irregularidades” de muchos funcionarios actuales no alteran la promesa de “integrarnos al mundo” y llevarnos a recuperar la “normalidad”.
Otra vez, la idea de que “sé muy bien que las cosas son como las veo (que esa persona es corrupta y cobarde), pero de todos modos la trato respetuosamente, dado que viste la insignia del Cambio”.
Para que no nos gobiernen las ficciones, no parece inexorable la perspectiva de un colapso del gobierno de Cambiemos antes de octubre de 2019 (asunto que, en realidad, debe traernos alivio).
Y hay que eyectar el simplismo respecto de lo que viene. Aún con una agonía política del oficialismo no habrá un giro dramático de las políticas actuales sin la construcción de una alternativa fuerte y unificada, y no habrá cambio verdadero si no se asume que el desafío no se completa con una fuerza unificada.
Hay un paradigma cultural de la exclusión que mueve los vientos de hoy y que debe ser transformado.
Lo advierte Zizek: la guerra de culturas es una guerra de clases, sobre todo para aquellos que plantean que vivimos en una sociedad pos clasista.