El 8 de marzo la encontró marchando. Las fotos la registraron a la cabecera de la bandera verde, inmensa, de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, junto con otras feministas históricas. Nelly “Pila” Minyersky dice que es un momento particular. “Esto a mí me tiene sumamente conmovida, te voy a decir, muy conmovida. Me parece maravilloso lo que está pasando con la juventud. Me parece maravilloso porque está bien, soy muy vieja, pero yo me casé y no sabía cómo era un hombre. ¡Éramos unas ignorantes!”, agrega en diálogo con PáginaI12 unas horas después de acompañar, por séptima vez, el ingreso al Congreso de un proyecto de legalización del aborto, que nuevamente la tiene entre sus autoras.
Abogada especializada en Derecho de Familia –en su estudio, pero también como docente y como jurista que tuvo injerencia, por ejemplo, en la redacción del Código Civil actual–, activista en derechos humanos, militante feminista desde hace tanto tiempo que no puede encontrar la punta del ovillo donde todo comenzó, a los 89 años dice que sí, claro, que se cansa y cada vez un poquito más porque la edad no llega sola, pero que resistir más o menos “es cuestión de suerte”, no tanto de voluntad. “El Che no podía respirar y hacía cosas. Yo no tengo eso y no siento que hago un sacrificio. Por ahora, hago lo que hago porque puedo”.
Minyersky, la mujer que nunca fue contemporánea porque siempre estuvo un pasito adelante, busca razones para su activismo (múltiple pero siempre con el mismo foco: cómo garantizar los derechos que pueden reparar injusticias) y dice que no las encuentra. “No sé cómo explicarte”, se excusa de a ratos, aunque las anécdotas, los recuerdos, los datos, inunden su estudio jurídico de la calle Corrientes y demuestren qué razones son las que le sobran.
–Decía que cuando usted se casó no sabía cómo era un hombre.
–Era muy joven, 18 años tenía, no había tenido novio antes. Y aunque hubiera tenido, me hubiera sido la misma sorpresa. Era un desconocimiento de qué era ser mujer, cómo era el placer. Por eso yo tampoco perdono a una institución religiosa esto de haber privado a la sociedad del goce, del placer, de las sensaciones. Entonces, ahora, me parece bueno que las chicas conozcan, pero conozcan bien. Yo tengo una hija de 60 y pico de años, y tengo la impresión de que la generación de ella también se fue un poco de mambo: era una vergüenza si no te acostabas.
–Otro mandato.
–Todos mandatos. Entonces, el mandato de la autonomía tiene que ver con una madurez también de qué querés ser en la vida, cómo querés sentir, qué querés privilegiar. Y creo que entonces se está construyendo algo muy importante. Compará los 20 años míos, los 20 años de mi hija, los 20 de las chicas más jóvenes y ves que realmente hay un avance. Un avance en el que falta mucho, porque esto tiene que llegar a todo el mundo. Hay clases sociales en las que más o menos vas accediendo a esas cosas un poco...
–También la clase puede hacer que una misma práctica que la ley no permite quede habilitada en los hechos sin que nadie se meta.
–Por eso. La verdad, creo que se está desmitificando todo lo sexual, hay una cosa de más naturalidad, más derechos. Creo honestamente que la única forma de enfocar el femicidio y la violencia es considerar que no se arregla con más educación. Es un problema de autoestima, de sentir que tenés derechos. Eso te ayuda, no quiere decir que por eso no vayas a tener una agresión, claro. Aparte, hay que terminbar con el tema del tabú, lo desconocido, lo prohibido. Otro tema que a mí me preocupa siempre es el doble discurso de esta sociedad, porque hablamos de paridad y al minuto caminás por la calle y todas las revistas no hacen más que mostrarte culos y tetas y que la maternidad y el amor es lo único que existe, como en la época de mi mamá. Mirás la tele y lo mismo. Entonces, bárbaro: tenés un debate sobre el aborto, pero después te bombardean diez avisos mostrándote que tenés que ser linda, que tenés que estar así o asá. Esa cosa esquizofrénica.
–A lo largo de su vida, usted vio cambiar mucho el mundo.
–No sé si cambió tanto el mundo.
–¿De 1929 hasta ahora no?
–Bueno, la vida cotidiana sí cambió. Yo pienso siempre que decían “ay, la crisis de la familia”, pero no creo en eso. Si en una clase de sesenta alumnos pregunto uno por uno “¿usted qué hace en su vida?”, me dicen “veo a mi abuelo” y así. La gente tiene sus vínculos. No los tiene cuando sus condiciones de vida son desastrosas, pero si no, los tiene.
–Ahora son un poco más democráticos esos vínculos.
–Sí, pero como mi familia no era autoritaria, o si lo era yo no lo sentí, no me afectó en lo personal. Eso también te hace un poco diferente. A mí me pasó que soy hija del medio. Tengo una hermana mayor, mujer, y un hermano menor, hombre, y una hermana 15 años menor, o sea que no interviene mucho en la formación nuestra. Creo que a mí me signaron como mujer que tenía que pelear por sus derechos diversas historias, el relato, como dicen algunos, que circulaba alrededor desde niña. Soy de una familia tucumana, de un padre inmigrante, que a los 23 años vino de Europa y se fue a Tucumán como llegó, más o menos en pijama. Llegó en 1923, y él ya estaba signado por una historia de mujeres, porque antes que él vino una hermana que a los 17 años, en el año 1920, vino sola desde Europa a encontrarse con su novio, y como su novio se había casado con otra, la casaron, se enfermó psiquiátricamente y yo nunca la conocí. En cambio, mamá nació en Buenos Aires y vivió en Tucumán. De mamá circulaba la historia de que la habían elegido de cinco hermanos de una familia más bien modesta, que tenían un almacén, para que ayudara: tenía dos hermanos menores que resultan ser profesionales, uno dentista y otro farmacéutico, una hermana menor que va a un colegio prestigioso de Tucumán, el Sarmiento, la otra era profesora de piano. Y a mamá la sacan de la escuela en 4to grado para que ayudara. Esa historia de amores frustrados, esa glorificación del amor. Yo naci en el año 1929, así que estos relatos son del 30 y pico. A mí siempre estas historias me quedaron como de Boquitas pintadas. Mamá debía tener 22 años, sus amigas también, eran historias de romances fracasados, frustraciones. Y tuve la suerte de tener una mamá maravillosa, que en lugar de ser resentida hizo todo lo para que no supiéramos nada de lo que se hace una casa y en cambio estudiáramos. Hay otra historia que circulaba: cuando yo nací, mi viejo se había enojado por tener otra vez una hija, era la segunda; en cambio, cuando nació mi hermano, que fue mi hermano amado, figurate, varón, familia judía, yo me acuerdo de mi padre gritando a los vecinos “¡doña Rebeca, nació un varón!”. Y yo a mi hermano ese día le grité de todo y le dije que por qué no se iba por dónde había venido. Y sin embargo todo esto terminó en tal forma que la historia a mí no me creó ninguna bronca contra mi mamá y mi papá. En los hechos, me dieron mucho.
–En los hechos tenía libertad.
–Bastante libertad. En mi casa siempre había un poco mas de libertad. También, claro, como éramos buenas alumnas no hizo falta mucho. Y otra cosa que creo que me signó mucho fue que vivimos la Segunda Guerra Mundial muy de cerca, porque mi papá tenía mucha familia en Europa. Estaban en lo que ahora es Moldavia y que era Besarabia. Él no era de esos inmigrantes que tuvieron una vida hasta migrar y otra después; siempre quedó vinculado, nunca olvidó. Entonces te quedan recuerdos. Yo recuerdo a mi padre llorando cuando se invadió Rusia, suponete. Todas esas cosas escuchábamos en la radio. Yo he escuchado la voz de Hitler. Eso también te va dando una cosa, creo yo, en relación a la inclinación por los derechos humanos.
–¿Y cómo llegan las militancias, entonces?
–No sé. En la primera época de mi juventud, a los 14 años, yo me acuerdo de mí misma con una alcancía de la Unión Democrática, recaudando. ¡Y claro! Era la época, es lógico. Pensá, suponete: mi hermana mayor, que es médica, estuvo detenida en la época de Perón; tenías que pedir certificado de buena conducta para cualquier cosa. Nosotros veíamos las cosas negativas de ese momento. Por otro lado, un tío mío fue uno de los fundadores de la organización judía que apoyó a Perón, Organización Israelita Argentina. Mis padres eran antiperonistas pero no eran gorilas, no sé cómo explicarte. Mi hermana mayor ya estaba en la facultad, estudiaba Medicina y habremos contactado estudiantes, era como natural. Te inclinabas como te habías inclinado en la Guerra Civil española. Yo tuve mucha autonomía. Yo me busqué sola cómo hacer para ingresar al Liceo, por ejemplo. Mis padres me dieron esa autonomía pero no de forma abandónica, y además el placer de hacer cosas y ser independiente también se los debo a ellos.
–¿Cómo llega al feminismo?
–Yo creo que nunca descubrí el feminismo. Así como tenía libertad, era muy compinche de mi hermano varón, por ejemplo. Pero me pasó lo siguiente: yo me casé muy joven, tenía 18 años. Me casé con un ingeniero muy de izquierda, de una familia donde todos eran profesionales y progres. Y empecé a estudiar ingeniería. Tuve un hijo que estuvo muy enfermo, porque yo había tenido rubeola durante el embarazo y recién ese año se supo qué era esa enfermedad, y entonces él necesitaba mucha atención y dejé de estudiar. Tres o cuatro años después, tuve una hija y empecé a estudiar francés, cualquier cosa, hasta que dije: “No, quiero estudiar una carrera”. Me hice un test y salvo Bellas Artes podía estudiar cualquier cosa. Elegí Derecho pensando que me iba a permitir manejar mejor mi tiempo, y sufrí lo que sufren ahora las chicas: si estaba en la facultad, sufría porque estaba sin los chicos; si estaba con mis compañeras en casa, sufría porque estaban los chicos. Y después, en la profesión, me orienté para el lado de Derecho de familia, y me acerqué a cátedras que, por ejemplo, eran pro divorcio cuando no existía. En esa temática empecé a luchar por cosas que tenían que ver con el movimiento feminista. Suponete: peleé por la ley de ejercicio conjunto de responsabilidad parental, por la ley de divorcio vincular. El Derecho de Familia es fundamental dentro del tema de la mujer, del rol de la mujer.
–Pero una cosa es ser docente y otra cosa es militar.
–Andá a saber por qué yo siempre me sentí en deuda. En deuda con la sociedad, no así con la guita. En eso te diría que estoy en guerra con mi viejo, que cuando murió, a pesar de que mi hermano vivía, me encaró a mí y me hizo prometerle que ninguno de sus descendientes iba a pasar hambre. Mi papá había pasado mucha hambre y dicen que esa sensación no se olvida. Tuve cosas duras en la vida pero siempre me sentí un poco privilegiada desde el punto de vista que el sufrimiento ajeno no me hace llorar, me produce una sensación de pensar qué es lo que yo puedo dar.
–No se puede quedar quieta.
–Es que alguien lo va a tener que hacer. No te olvides de que tengo una edad… Hoy les decía a las chicas “chicas, diganmé la verdad, ¿no es ridículo que esté acá?”. Porque viste que los viejos producimos un poco de impresión. Pero lo hago, no sé, tengo sensación que creo que la tenemos todos los que hacemos algo.
–¿Había imaginado que este año el proyecto sobre aborto podía llegar al Congreso con el impulso con el que lo hizo esta semana?
–Me imaginé, pero no así. Me duele, me hubiera gustado que hubiera sido en otro momento de nuestra historia, pero es así. En Francia la ley se aprobó con un gobierno que no era súper progre, y yo creo que si acá se aprueba ahora, bienvenido sea.