De no haber sido su último disco, Blackstar quizás ahora sería considerado como en su momento Diamond Dogs, Outside o Lodger: discos de transición, fascinantes, sí, pero demasiado abstractos para ser grandes éxitos comerciales. No en vano David Bowie siempre insistió en que consideraran Space Oddity (1969) como su primer disco, olvidando voluntariamente intentos menos levitantes. Si su “primer disco” arrancaba con la cuenta regresiva para una nave espacial a punto de despegar de la órbita terrestre, al escuchar los casi 10 minutos de Blackstar se puede sentir cómo los números vuelven nuevamente a cero.

“Mírame, estoy en el cielo”, canta en Lazarus, cuyo nombre remite a Lázaro de Betania, ese amigo al que Jesús devolvió de la muerte a la vida (ventajas de ser amigo del Mesías). Como si la cercanía con el final lo hubiera inspirado, el último disco de Bowie, en el que el protagonismo del saxo de Donny McCaslin reivindica su perfil jazzero, es también una de sus obras más originales.

Claro que el hombre siempre supo cómo inspirarse, pero aunque el disco remita a su adoración por Scott Walker y él mismo haya mencionado a la estrella negra Kendrick Lamar como referente, acá el mambo parece haber sido el filo cada vez más brillante de la parca: las letras del disco confirman su autoconciencia sobre su inminente partida, incluso sobre el impacto global que luego generaría la muerte de un hombre que quizás había vendido la tierra, pero ya debía dejarla.

Además de recordarnos el carácter siempre experimental de su obra, a nivel temático Blackstar está más cerca del Libro Tibetano de los Muertos del legendario maestro tántrico Padmasambhava que de Ziggy Stardust o cualquiera de sus recordados personajes. La inusual propuesta de este álbum es la de acompañarlo en su último viaje, quien sabe adónde. “No soy un gángster, no soy una estrella pop, no soy una estrella porno: soy una estrella negra”, clama Bowie en este misterioso testamento despedida que, lejos de la decadencia senil o el sentimentalismo de obituarios, resultó finalmente tan mágico como didáctico.