Desde París
La transformación cosmética de la ultraderecha francesa se oficializó el pasado fin de semana con un congreso extraordinario al cabo del cual la hija del fundador del partido Frente Nacional, Marine Le Pen, fue reelecta a la cabeza de esta movimiento que dirige desde 2011 y que, según su propuesta, dejará de ser identificado como Frente Nacional para llamarse “Reagrupamiento Nacional”. Quedará atrás casi medio siglo de historia desde que, en 1972, Jean-Marie Le Pen creó el Frente hasta conducirlo, a partir de los años 80, hacia niveles de adhesión electoral por los que nadie habría apostado en ese entonces. Los adherentes al partido tendrán que validar, a través de un voto por correspondencia, la nueva denominación que servirá sobre todo para tapar las aristas que aún disuaden a muchos electores de votar por la extrema derecha y, al mismo tiempo, abrir la caja de las alianzas con otras fuerzas de la derecha.
Por segunda vez en el siglo XXI, Marine Le Pen asume una transformación a la que siempre la opuso a su padre. Lo hizo en 2011 cuando tomó las riendas del Frente y se planteó la desdiabolización de un partido que aparecía como altamente tóxico y cuyos lineamientos se oponían a los de su padre. Y lo vuelve a hacer ahora con una ambición aún más importante en un momento donde la historia política del mundo le abre los brazos a las propuestas de la extrema derecha. Marine Le Pen, pese al descrédito que acarreó la derrota en las elecciones presidenciales de 2017, se propone ubicar a los ultras en la línea directa que conduce al poder mediante pactos con otras fuerzas políticas. En el camino del cambio de nombre la hija enterró al padre. Jean-Marie Le Pen deja de ser a partir de ahora presidente honorífico del partido que fundó y del cual fue incluso expulsado como militante en 2015. En su discurso, la dirigente de los ultras franceses justificó el cambio de nombre como condición insalvable para ir más lejos. La hija dijo: “El nombre de Frente Nacional es portador de una historia épica y gloriosa que no debe negarse. Pero como ustedes lo saben, para muchos franceses es un freno psicológico. La palabra ‘Frente’ comporta una oposición que se justificaba. (…) Si queremos gobernar tenemos que hacerlo con los franceses y con aquellos que comparten nuestro inmenso amor por Francia”. Por ello, explicó, el nombre “debe expresar nuestra voluntad de reagrupar”.
Si el partido pierde la palabra “Frente”, no por ello abandona sus credos xenófobos y su línea central, a saber, la lucha contra la inmigración. Marine Le Pen se despachó con todo su arte retórico cuando dijo que “En Francia, uno no se viste con ropa religiosa en las ciudades. En Francia, no se acude a las piletas públicas vestido. En Francia, se puede o no creer. En Francia, las chicas se visten como quieren sin que nadie las moleste. De paso, en Francia también se le da la mano a las mujeres (…) En Francia, cuando se es extranjero se respeta nuestras leyes y nuestro pueblo”.
Su discurso fue recibido con una avalancha de aplausos y con gritos “Estamos en casa, estamos en casa”. Defender la casa, cerrar la frontera, han sido siempre las alegorías de la ultraderecha y, a juzgar por las palabras de Marine Le Pen, esa retórica no desaparecerá. Sin embargo, para ella, el cambio de nombre constituye un criterio influyente de cara al futuro y de las alianzas que, sobre todo en las localidades, el partido podría pactar con vistas a conquistar el sillón presidencial. La dirigente está convencida de que la mudanza de nombre es más que un tema decorativo. Se trata, para ella, de una decisión ineluctable si el partido anhela conquistar a más electores. Las palabra elegida, Reagrupamiento, Rassemblement, no es gratuita. La expresión evoca al general de Gaulle y su Rassemblement du peuple français (Reagrupamiento del pueblo francés), el partido gaullista lanzado luego de la Segunda Guerra Mundial. Más cerca de estos tiempos, Rassemblement fue también la palabra que el ex presidente Jacques Chirac eligió para el partido que creó en 1976, Rassemblement pour la Republique (RPR), y con el cual llegó a la presidencia en 1995 y 2002. Los viejos símbolos regresan a la actualidad como armas renovadas de la batalla política. ¿Bastará con ello?. Jean Yves Camus, uno de los mejores especialistas de la extrema derecha en Francia, comentó al semanario Le Nouvel Observateur: “con Reagrupamiento se juega algo muy diferente que tiene que ver con las alianzas. El objetivo consiste ahora en reagrupar a personas oriundas de horizontes diferentes de la derecha y que podrían unirse a una formación cuyo nombre no evoca más algo que provoca rechazo”. Tal vez Steve Bannon, el ultraderechista y ex consejero del presidente norteamericano Donald Trump, tenga razón. En el discursó que pronunció anteayer en la apertura del congreso del FN, Bannon dijo: “la historia está de nuestro lado y va a conducirnos a la victoria”.
Con 34% de los votos obtenidos por Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de abril y mayo de 2017 la candidata demostró que la siembra emprendida por su padre va camino arriba. En 2002, cuando Jean-Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta de las presidenciales donde enfrentó a Jacques Chirac, el viejo lobo obtuvo casi el 18% de los votos. Antes, en la primera, había dejado fuera de combate al ex primer ministro socialista Lionel Jospin. La historia política moderna de Francia se inició allí. El socialismo empezó a derrumbarse en ese momento y la derecha emprendió también su propia transformación con la irrupción del ex presidente Nicolas Sarkozy (2007-2012). Sarkozy le sacó los complejos a los conservadores y legitimó en sus retóricas lo que antes era del uso exclusivo de la extrema derecha. Hoy, el Partido Socialista se esfumó del territorio político y la derecha escribe a toda velocidad un borrador con las ideas de la ultraderecha. Marine Le Pen prosigue la ruta en continuo ascenso. Colonialismo, guerras, invasiones, intervenciones militares, manipulación de los mercados mundiales, todos los desastres históricos de Occidente le sirvieron en bandeja los ingredientes de una configuración muy favorable. La fuerza política más retrógrada aparece ahora como un curativo para las enfermedades de la modernidad. Los absurdos y la impunidad también conducen a la victoria.