En julio de 1944 encontraron, en la estancia Las Margaritas, un diario entre papeles y anuarios de una biblioteca que había ido acumulando años y huéspedes. El manojo de hojas fue a parar al Concejo de Venado Tuerto. Se lo declaró documento histórico y formalizaron una comisión de investigadores con profesores de historia de la ciudad, presidida por un docente de la Universidad de Buenos Aires. La comisión nunca funcionó y el docente porteño no estuvo en la ciudad más que de pasada, en otro viaje.

Los anuncios eran apocalípticos. Las descripciones generalmente negativas. Los comentarios angustiantes y desesperanzados. Las páginas hablaban del fin, del no va más. El mayordomo que, según se dijo, escribió ese diario, se suicidó en el '24. Contaba de las relaciones y los negocios de sus patrones irlandeses y los funcionarios porteños que venían a visitarlos. Habían purgado la zona hasta dejarla como una sola estancia. 

"Hablar con los locales es percibir el rumbar misterioso de los árboles. Es una región llana, como todas las otras de por acá. La casona es grande y cómoda. A los patrones los servimos como si se tratara de oficiales franceses o capitalistas ingleses. Son dueños de las tierras y fundaron dos o tres pueblos. Son gente demasiado presumida para ser fina. Sin embargo, son amables y respetables".

En el diario señala que algunos de los que habían nacido ahí se la pasaban explicando fenómenos incomprensibles y fantásticos como si fueran parte natural del clima. Recordaban mares subiendo de la tierra crujiente después de la sequía; llamas que cubrían el horizonte los días nublados; animales que se hundían en pozos abiertos de la nada; espejismos del abismo; trampas desparramadas a lo largo y a lo ancho del perímetro.

"Por su apariencia, son difusos. Se alargan y se enredan en el aire, se vuelven incapturables. Están ajenos a toda condición de realidad".

No sé de cuántas noches hablamos, no hay que olvidarse que nadie salió ileso. Finalmente llegó eso que solo los imbéciles vaticinaban, y esperaban merendando mácula en las confiterías o echados panza abajo mirando una vitrina. Con tanta ilusión nos creímos sus ilusiones, todas y cada una. No podía incendiarse o doler como había dolido, como duelen los huracanes.

El problema es que se excite un ímpetu, una rabia, un arrebato y las polillas se coman las cortinas y haya ambiente en el olor y cielos descomunales abiertos, incoherentes, áridos, que meten y sacan dientes de todo el cuerpo, dientes de tabaco, boca de vino y guiso pastoso.

Por eso el diario quedó guardado en las oficinas del Concejo durante cincuenta años. Nadie le prestó interés en una ciudad que no quiere acordarse que tiene historia.

Que no hay que preocuparse tanto es la enseñanza repartida en avisos clasificados. La madre superiora habló de mantas y colchas para niños hambrientos en medio de una selva del norte, y una traffic que dejará todo y serán benditos, y de viejitos tristes que temblaban de frío en unas habitaciones infectas y oscuras. Debe ser que nunca aspiramos a algo en serio, para qué. O dígannos dónde estuvo la justa medida. Nadie perdió nada, quizás ese haya sido problema.

Recién a finales de los '80 se recuperaron parte de los papeles del diario y un historiador los leyó, preguntó y se puso a tomar anotaciones en cuadernos que nunca se editaron y casi no podía ni mencionar durante sus clases en secundarias y terciarios. Unas pocas veces lo entrevistaron en medios locales, junto con el otro historiador, que había escrito los pocos libros que se conocían sobre la ciudad y consolidó las leyendas del visionario prometedor, los hijos futuros presidentes, los fundadores de clubes y ciudades, los compradores de tierras arrancadas.

Desconocernos tanto nos hizo olvidar qué bueyes aran todavía, aunque la tierra esté envenenada y las gallinas rebuznan como vacas recién ordeñadas. Todos supimos perfectamente conseguir lo que nunca necesitamos.

Agregó comentarios sobre la constancia del terror, el funcionario infiltrado, el caudillo policial, el banquero asaltante, y unos fantasmas trasplantados de otros infiernos que sobrevolaban la ciudad especialmente los domingos y feriados. Era la amenaza, siempre una lámina para morder, unos modales y un orden. Ahí siguieron siendo los mismos dueños. 

"Tenían categorías para designar lo inferior. Especificaban cómo el árbol cede a la muerte. Había hombres y mujeres hundidos en el barro. Tapados hasta la nariz, inventando sus hogares en el barro. No le daban trabajo por el olor barro que cargaban. Era el barro, no otra cosa".

La idea del ascenso no se la creyeron nunca. Todas las oposiciones terminaron con disparo directo, muerte por encargo, secuestro y abandono en un baldío, secuestro y abandono en una cárcel.

En cada párrafo de los diarios parecía repetirse una constelación exacta, línea manuscrita que, más allá de lo que estuvieran relatando, se seguía a sí misma, se ordenaba en formas y volvía a extenderse, era otro desciframiento. Uno atrapado en vibraciones, uno desleído.

"Los locales se tocan el estómago, se conversan en lenguas inadmisibles. Mueren y dan muerte con la misma discreción. No se asignan ningún destino".

Nadie dudó en obedecer a la crueldad, según las necesidades y los métodos. Ahí la tierra era progreso. Crédulos, nos comimos las rocas. Mansos, se toleró para no ver la ausencia, la sangre o la muerte. No difieren en nada los cuerpos succionados y las fosas comunes, la llama de lejos y la noche convulsionada en otro lugar.

No tuvo nada que ver con la adivinación. Ninguno le prestó atención a los cuadernos de notas del historiador, y más bien pocos se hicieron lugar para decir algo sobre el diario encontrado y la bonita historia de la ciudad como un campo llamado al crecimiento. El resto calla, duerme, come, ríe. 

"En las reuniones se añoraban los viajes y las ciudades grandiosas. Pensaban en ejércitos, comisiones, delegaciones, reuniones, una escena principal en donde todos estaban disparando sus armas, fusilando al pasado para adueñarse de su cuerpo, desaparecer el cadáver".

Todos los párrafos, un mismo párrafo. Uno que se prolonga y muta. Todos los textos un mismo texto, y ese texto, un párrafo. 

El historiador muere ignorado y viudo, con una jubilación magra de docente, en una casita del Provincias Unidas, a fines de mayo de 1994. 

Quedan dos rodajas de pan y un salame rancio congelado en el freezer. Tenemos ‑o tuvimos‑ que seguir comiendo todos los desgraciados días. Es cada vez más larga la cola para pedir perdón por una falta que no se cometió y repartir culpas entre los que deben pecar.

Su irrupción -describieron‑ levanta restos de materia y no se los puede mirar fijo. Es imposible escapar de sus insinuaciones. No sirvieron de nada los ensayos. La fábula niega la fábula. Tragamos flema de zorro y lo fundamental, es distinto.

Se leyó una y otra vez el mismo párrafo, lo copiaron en los libros y se extrajeron las artes prácticas. Se lo repitió, modificó y siguiendo siendo el mismo. El párrafo que se cierra, que inaugura un olvido. 

Demonios sin alas, o demasiado densos para volar con el viento. Se caen y se hacen pedazos. Después los apisonan y los hacen pavimento. El párrafo debe andar perdido, por ahí, en los territorios. 

"Podían estar desorientados y distantes entre el maizal, suprimidos en una idea, mirando desde las ventanas, subidos a los alambrados, expurgados en jefaturas agujereadas. Dejaron que se busquen entre ellas las criaturas sin cabeza, creyendo que nunca se iban a encontrar".

Cuándo empezó esto de mirarnos tan alegres y desconfiados, sonriendo siempre la mejor de las mentiras. Esto de andar sonámbulos como en coros de solistas. Quién piedró la primera tira. Cómo es que resucita.

Para tranquilizarse dibujaron una ciudad infinita, desdoblada, la misma en otro espacio. Es un párrafo que no termina y se inventa a sí mismo. Se decían rodeados, temían, como siempre, el regreso también infinito de la fauna, del olor agrio, de los aluviones y los cuerpos. El espanto es creciente que se da la vuelta y golpea. 

"Y ellos le contestaron: así, sin que lo esperen, en verdad, como en la peor de sus pesadillas, al final se van a enterar que ya nos dimos cuenta. No se lo decimos por respeto o gentiliza, más bien, es un desamor profundo. No queda nada por esconder: cuando nos vengan a buscar, ya los tendremos buscados".

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