Se le escapó por pocos minutos a Huracán la chance de cortar la racha sin triunfos de local ante San Lorenzo. Aquel 1-0 del 2015, con gol de Patricio Toranzo, quedó demasiado atrás, y el Globo sentía que por actualidad estaba ante una oportunidad clara de alcanzar la victoria en el clásico. Es cierto, en la previa el equipo de Gustavo Alfaro lucía más entonado, sin una campaña que deslumbrara, pero consolidado en la idea del técnico. Que por trayectoria y filosofía está lejos de aquellos que moldearon un estilo de juego que trascendió las fronteras, como César Menotti o Angel Cappa, pero que desde que asumió el año pasado desplegó esas dotes de eximio administrador que el mundo del fútbol le reconoce. Lechuga tomó un Huracán que no hacía pie, tras el polémico y corto paso de Ricardo Caruso Lombardi y la fallida apuesta por un inexperto Juan Manuel Azconzábal, que derivó en otro interinato de Néstor Apuzzo, concluido en la catastrófica caída por la Copa Sudamericana ante Libertad de Paraguay por 5-1, ni más ni menos que en Parque Patricios. Alfaro firmó y se hizo cargo de ese Huracán vapuleado en el plano internacional y salvado del descenso en el plano local tras un empate sin goles ante Belgrano. Sin billetera para incorporaciones rutilantes, se conformó con “un plantel equilibrado” –según la definición del entrenador–, donde sobresalieron el regreso de Ramón “Wanchope” Abila y el arribo de Fernando Coniglio.
Con esa base y el objetivo de sumar puntos para escaparle a la zona roja de los promedios, Huracán tuvo un buen final de 2017, aunque cuando miraba para abajo en la tabla quedaba clara la obligación de seguir sumando. Encima, perdió a Wanchope, que tenía arreglada su llegada a Boca, y dejó ir a Alejandro Romero Gamarra, la joya del Globo que se fue a la MLS estadounidense. El administrador Alfaro no se desesperó. Consiguió a Andrés Chávez, convenció a Marcos Díaz para su continuidad, le hizo un lugar a históricos como Daniel “Rolfi” Montenegro y Patricio Toranzo. Y consolidó el orden que tanto le gusta y que ayer estuvo a punto de llevarlo a la gloria de anotarse entre los DT ganadores del clásico, tal vez el justo premio que hubiera merecido quien está haciendo que el Globo cumpla su mejor campaña desde que Angel Cappa lo llevara a la final perdida ante Vélez por el Clausura 2009.
La tranquilidad de Alfaro se contrapone con el frente de tormenta que amenaza a Claudio Biaggio y que la agónica igualdad de ayer apenas si consigue atenuar. Después del polémico 1-1 de local con Boca, antecedido por la derrota ante Talleres, el Ciclón apenas sumó 5 de los 12 puntos en juego y debió asumir que no estaba para discutirle al Xeneize el liderazgo de la Superliga. No lo estaba por los puntos que perdió ni por el juego desplegado. Esa cosecha de puntos luce demasiado magra sobre todo si se toma en cuenta que la eficacia lograda en el último tramo del 2017, cuando se hizo del timón que abandonó Diego Aguirre, había sido el pilar de Biaggio para pasar de técnico interino a técnico confirmado.
Hace un par de fechas que el mundo San Lorenzo abandonó la utopía de acercarse a Boca para dar paso a un objetivo más terrenal, como asegurar la clasificación a la Copa Libertadores 2019. Esta meta también empieza a estar comprometida. Porque San Lorenzo integra un lote de ocho equipos separados por apenas ocho puntos, de los cuales sólo cuatro estarán en el torneo continental. La misión del Pampa se complica un poco más por lo que plasma en el campo de juego. Hay varios futbolistas que atraviesan un claro bajón futbolístico, entre ellos Fernando Belluschi. Además, la venta de Ezequiel Cerutti y la lesión de Bautista Merlini le hicieron perder el desequilibrio que imponía por las bandas y que tanto alimentaba el apetito goleador de Nicolás Blandi. El cabezazo de Reniero para el empate de ayer en el Ducó evitó la derrota, pero San Lorenzo necesita que sea un punto de partida para recomponer su juego.