Las relaciones entre Psicoanálisis y Estudios de Género tienen una historia de intercambios prolongados y fructíferos. La necesaria articulación entre ambas lleva a repensar teorizaciones psicoanalíticas. Al respecto plantea Ana María Fernández: "¿Cuánto de lo que ha sido pensado como estructura inconciente universal no da cuenta sino del modo socio‑histórico de subjetivación de la modernidad para varones y mujeres? ¿Cuál es la articulación entre deseo e historia? ¿Podemos seguir pensando lo inconciente como estructura invariante universal?"(1)

Tiene sentido construir relaciones entre los conceptos aportados desde el psicoanálisis referidos a la psicosexualidad y los atinentes a los vínculos de poder que impregnan las relaciones intra e intergenéricas.

Tendría sentido rescatar en este punto los planteos de Emilse Dío Bleichmar respecto al riesgo de manipular conceptos psicoanalíticos acusando de falicismo el empeño de los seres humanos de ser considerados tales, cuando tales seres son mujeres. Todavía encontramos esos estereotipos.

En un trabajo anterior (2) desarrollé como notas constitutivas de la subjetividad femenina lo que describí como vigencia aún hoy, de la prescripción de las tres "s". Las "s" de Silencio, Sumisión y Servicio que en la lengua española, bien podrían concebirse como las tres "k" del alemán, cuando destina a las mujeres a las "k" de kinder, kuche, kirche, es decir: chicos, cocina e iglesia.

Respecto a la prescripción del silencio, la vinculamos a su condición de gran silenciosa de la historia, en el transcurso de su prolongado exilio de la palabra, fue hablada (desde afuera y desde arriba: ciencia, religión, derecho, tradiciones) por quienes con supuestas solvencias describieron como "debía ser" para ser "femenina". (Recordemos también aquel bolero...) Podemos asumir que es reciente el ejercicio, por parte de las mujeres, de la propia palabra, despejando enigmas, desdiciendo viejos errores sostenidos como verdades consagradas, expresando, en suma, como puede concebirse a si misma cuando elude y/o resiste tradicionales mandatos.

En una nota, Hilda Habichayn (3) describe como forma embozada de violencia la censura y prohibición respecto a las manifestaciones orales y gestuales, que implica que el tono e intensidad de la voz, el léxico empleado, los gestos, los movimientos deben pasar un fino tamiz para ser considerados "apropiados" para una mujer. ¿Entrarán en esta categoría nuestros comportamientos censurados? ¿Por no adecuarse al estereotipo de lo "exquisitamente femenino"? ¿Será ese el feminismo considerado por algunos "agresivo"?

Confundir la crítica al patriarcado que nos atraviesa a todos y todas,  con enfrentamiento y confrontación de las mujeres hacia los varones de la especie es simplificar una cuestión que nos atañe en tanto seres humanos en crisis.

Hilda Habichayn también se refiere a la violencia implícita en lo que llama la censura desde el lenguaje, que opera cuando las mujeres son negadas al subsumirlas en la categoría masculina. El vocablo hombre se utiliza para designar no sólo a los varones de la especie.

El pretexto de incluirnos en un concepto de humanidad más amplio, nos roba la posibilidad de pensarnos a nosotras mismas, reconociéndonos en la diferencia. Se nos impone, y en esto el lenguaje no es inocente, la referencia a un modo de ser humano, el modo de ser humano masculino.

Un discurso que incluya a las mujeres se presenta desde la crítica a las estructuras androcéntricas y desde el cuestionamiento al poder patriarcal en todas las áreas. Es eso lo que tal vez resulte inquietante.

*Psicóloga.

1‑Fernández, Ana María: "Autonomías y de‑construcciones de poder", en Meler Irene, Tajer Débora (comp.), Psicoanálisis y Género. Buenos Aires, Lugar Editorial, 2000.

2‑Marini, María del Carmen: "Ser mujer, un desafío". Rosario Editorial Casa de la Mujer, 1989.

3‑Habichayn, Hilda: "Algo más que magullones", en Página 12. 25 de noviembre de 1998.