Con la elección, cinco años atrás de Bergoglio como obispo de Roma y jefe del catolicismo, comenzó a gestarse un nuevo liderazgo global, en un mundo que exhibía entonces y hoy,una mediocridad desoladora. Recordemos quiénes eran los protagonistas del poder mundial en tiempos de la Guerra Fría. Compararlos con los que los reemplazan hoy luego de la implosión soviética, nos hará sentir la orfandad de una victoria sin dueños. Los líderes políticos del capitalismo triunfante solo pueden ofrecer al mundo incertidumbre, inequidad, fragmentación y un devenir con rumbo de colisión universal. En ese contexto aterrador que solo anestesian los placebos del consumo desenfrenado y minoritario; Francisco comenzó a forjar lo que solo cinco años después es, sin margen de duda, el primer y más importante liderazgo religioso y moral de este siglo, aún adolescente.
Sobre dos pilares se sostiene este liderazgo. Uno el de haber reinstalado, luego de décadas de retroceso conservador, el espíritu transformador del catolicismo rescatado hace medio siglo por San Juan XXIII y continuado por Paulo VI. Transformación que tiene como objetivos la lucha contra la corrupción interna en todas sus manifestaciones y la recuperación de una institución que solo tiene su razón de ser en su capacidad de encarnar el mensaje de Cristo y ser la expresión colectiva de su testimonio de entrega ilimitada, por la liberación y salvación del género humano. Sin esta capacidad y su opción preferencial por los pobres, la iglesia es una cáscara vacía y un recipiente que solo puede albergar aguas servidas y nauseabundas.
En la primera carta a los Corintios, Pablo nos recuerda la misión de la iglesia, cuando dice que “predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos (que esperaban un mesías que los liberara de la dominación romana) y locura para los paganos…Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”.
No sin duras resistencias de la casta clerical, el rumbo de Francisco se mantiene, sostenido en el respaldo mayoritario de un pueblo que junto a los pastores con “olor a oveja”, ven en él un testimonio de la razón de su esperanza y del sentido de su fe.
El otro pilar de su liderazgo se construye desde el humanismo moral. Una defensa a ultranza de la dignidad inviolable de la persona humana, lo lleva a Francisco a confrontar abiertamente con el sistema global donde reinan las mil caras del poder transnacional del capital. El dios dinero, en cuyo altar se sacrifican los destinos de naciones enteras y las vidas de millones de víctimas inocentes es denunciado reiteradamente, como el responsable de la “globalización de la indiferencia”.
Este liderazgo se fortalece y no reconoce competencia, pese los esfuerzos histéricos, de los mercenarios de la letra y la palabra que lo acusan de creador del “pobrerismo” (Loris Zanatta, La Nación, 7-2-18) como si Jesucristo hubiera nacido y gastado las alfombras palaciegas. El Papa es hoy el referente mundial de una santa rebeldía: que se expresa en la voluntad pacífica de poner la agenda de los pueblos y de los pobres, por encima de la agenda del poder.
El respaldo de Francisco a los movimientos populares y su convocatoria a un protagonismo social y político activo que se atreva a cambiar la historia, es una prueba de su voluntad y compromiso.
Finalmente, existe una “reacción” que intenta en nuestra patria devaluar su mensaje y su misión universal, para hacerlo protagonista de mezquinas disputas de la política local. Son los escribas y juglares del poder empeñados en hacer realidad lo de Lucas 4, 24-30 “En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”. Tengamos conciencia de que somos testigos y protagonistas de un tiempo histórico e irrepetible. Un argentino, un hermano nuestro, se ha transformado en un faro que ilumina en el mundo un horizonte de esperanza frente a la prepotencia de los poderosos y la resignación de los anestesiados. Recemos por él.
* Cristianos para el Tercer Milenio.