No deja de ser injusto que una frase de la película que forjó su leyenda, cuando solamente tenía 18 años, hoy sea su más repetido epitafio. “T’as d’beaux yeux, tu sais” (“Tenés ojos bellos, ¿sabés?”), le susurraba nada menos que Jean Gabin, entornando los suyos, en El muelle de las brumas (1938). Michèle Morgan, fallecida en la noche del martes en París, a los 96 años, fue una actriz de fuerte personalidad durante más de medio siglo, pero siempre será recordada como “los ojos más bellos del cine francés”.
Es cierto que sus directores no podían sino concentrar la cámara en su mirada melancólica, celeste, casi cristalina (“La tristeza es mi elemento”, fue una de las primeras líneas que un guionista puso en su boca), pero su carácter todo emanaba una rara determinación, que iba más allá de la típica mujer objeto que el cine solía preferir. Aquel tándem consagrado en El muelle de las brumas, la famosa realización de Marcel Carné, dio sus frutos: Gabin y Morgan harían dos films más al hilo, El arrecife de coral (1939) y Aguas borrascosas (1939-1941), típicos exponentes del llamado “realismo poético” del cine francés de aquel momento, con su cuota de romántico desencanto y pesimismo existencial, con la ominosa sombra de la Segunda Guerra Mundial asomando en el horizonte.
Cuenta la leyenda que fue Gabin quien la pidió para Le Quai des brumes cuando la descubrió, todavía adolescente, en Gribouille (1937) y quedó deslumbrado por su belleza. Hubo allí un romance, pero eran tiempos difíciles y la guerra terminaría separando sus caminos, como si la realidad se hubiera apropiado de la ficción. Casi como sucedía en Aguas borrascosas, que culminaba con el capitán de barco Gabin despidiéndose de su amada mientras partía hacia un destino incierto, el actor fue reclutado por la armada francesa y enviado al puerto de Cherburgo, mientras Morgan tomó la decisión de exiliarse en Hollywood.
Nacida como Simone Roussel el 29 de febrero de 1920, en Neuilly-sur-Seine, Michèle Morgan no tuvo en la Meca del cine la misma suerte de otras actrices europeas. Estudió aplicadamente inglés, canto y baile, para estar a la altura de las exigencias de los grandes estudios, pero perdió dos papeles cruciales: pudo ser la pareja de Cary Grant, en La sospecha (1941), de Alfred Hitchcock, pero Joan Fontaine se quedó con el personaje, mientras que Ingrid Bergman le ganó el lugar en Casablanca (1942) al lado de Humphrey Bogart. La actriz francesa tuvo revancha con Bogey en Pasaje a Marsella (1944), que reunió a buena parte del mismo equipo de Casablanca, empezando por su director, Michael Curtiz, aunque la película no estuvo a la altura de su predecesora.
Concluida la guerra, Morgan hizo en Londres El ídolo caído (1948), de Carol Reed, sobre una novela de Graham Greene, y a su regreso a Francia volvió a filmar junto a Jean Gabin, en El minuto de la verdad (1951) y el film coral Napoleón (1955). Pero sus películas más recordadas de ese período son las que hizo junto a Gérard Philipe: Los orgullosos (1953), sobre un relato de Jean-Paul Sartre, y Las grandes maniobras (1955), dirigida por René Clair. La nouvelle vague, con François Truffaut a la cabeza, la identificó con el cinéma de qualité que despreciaban y Morgan no tuvo participaciones de prestigio a partir de los años ‘60, aunque su carrera prosiguió de manera ininterrumpida hasta 1999, cuando hizo su última película.