El cuerpo fibroso de Franco Rivero no fue labrado por la casualidad: todos los días, de todas las estaciones, este poeta nada kilómetros y kilómetros por el Paraná. Dice que es un adicto a esas aguas. Tal vez a esa cualidad meditativa que el río favorece, se deba la emergencia de su poesía  tan profunda como visceral, la construcción de una voz contracorriente que en Disminuya velocidad, libro por el que recibió el premio del Fondo Nacional de las artes, se expresa diciendo cosas como: “Allá volví a ver/ manos morochas que/ se parecen a esas hojas / de tela casi / con venas como caminos// me enamoro / de esas manos/ el día que ame/ él las tendrá así”.  Y a ese sol litoraleño que dora la costa, acaso se deba también esa voz de Rivero capaz de endulzar el más amargo de los amargos. Tan amargos como ese olor que se respiraba en una tierra donde ser el puto del pueblo era un peligro, o como los recuerdos de Loreto, el sitio donde se supo cada noche aleccionado: “Cuando empecé a trabajar ahí –dice– me quedaban cinco kilómetros por ruta y siempre estaba mi viejo esperándome para acompañarme a casa. Yo sabía que él hacía eso para cuidarme. Los putos del pueblo siempre la pasaron muy mal: dejarle mandiocas o cosas adentro.  Allí yo tengo un tío que desde los 18 se travestía, ahora se asumió trans y adquirió cierto prestigio, hace los trajes, dirige la comparsa. Algo totalmente impensado no tantos años atrás. Esta gente era violada, yo corrí siempre peligro y varias veces la pasé mal, por suerte tuve una ayudita del Gauchito Gil. A mí costó salir del concepto de condición sexual: esto es lo que hago con mi cuerpo, no tiene por qué ser una condición. Cuando sentí que el componente sexual de mi poesía había desaparecido, lo que hice fue mostrar en los poemas que mi forma de habitar el espacio es homosexual. Ya en el libro anterior, Usted no viaja asegurado, aparecía un sujeto oliendo hombres, no cualquier hombre sino uno que se parece a su padre”.

Es inevitable asociar el vocablo guaraní “reviró” de tu poema “Pombero reviró” con tu apellido, Rivero…

–(Risas.) Juro que no lo había visto así porque básicamente en guaraní no tenemos el sonido de “erre” sino “ere”. Es una de las primeras veces, según me decía Lalo Ortiz, hablante autóctono y conocedor de la lengua, que se usa esta palabra poéticamente: reviró. Es la que se utiliza para decir puto. Cuando alguien quiere decir puto por lo general lo dice en español, pero “reviró” quiere decir “por el culo”. Ojalá ése hubiese sido mi apellido. Ojalá. Hubiese sido una tómbola. Lo que quise es posicionar un sujeto poético identificado como homosexual y justificar desde ahí el mundo. Pero no de cualquier forma: yo tuve una apuesta por la ternura. Una suerte de militancia por la ternura que no hay que confundir con fragilidad. Creo que conseguí que el lector entre por ahí al poema, primero por algo más delicado: la infancia –una infancia gay–, paso por un joven que oficialmente tiene pareja y finalmente, la parte mítica: una versión del pombero, un espíritu que a diferencia de lo que aparece en la leyenda donde busca vírgenes o niñas, está con otro pombero y lo desea sexualmente. Desmitifiqué la leyenda y la recreé. Tiene que ver con varias cosas de mi historia.

¿Con qué cosas?

–Con el recuerdo de unos amigos que eran cuatro hermanos y que debutaron los cuatro con un empleado doméstico que se llamaba Ramón. Pensé mucho en él, en Ramón, cuando escribí “Pombero Reviro”.  Es una población requetehomofóbica ésta, que avanzó mucho con la ley de matrimonio, igual sigue siendo conservadora. Es algo que me trajo mucho conflicto. Posicionarme como escritor siendo abiertamente homosexual obstaculizó mucho el terreno hasta que obtuve un reconocimiento fuera de la provincia. Por ejemplo, lo que yo hacía en Corrientes ni fu ni fa hasta que gané el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes. Ahora con este primer premio, están todos contentos de que sea puto. De hecho, hace poco un periodista me preguntó cómo era ser puto, artista y vivir en Ituzaingó. Yo no lo hice buscando la provocación sino cierta transformación. 

El gaucho correntino puto que vos construís se aparta diametralmente del folklórico…

–El gaucho correntino tiene una mediación folklórica con el paisaje que no me cerró nunca, quedé excluido. Ahora me paro como puto y desde ahí describo la exclusión social; en el ritmo poético este gaucho está totalmente amalgamado al paisaje y resuena en los lectores. Creo que hay un reviró en cada lector correntino. Busqué generar ese punto: donde el lector se identificara homosexualmente, que llegara al final del poema en que el gaucho se enamora de unas manos masculinas sin sentir que es algo extraño, sin sentir que le cuesta diferenciarse, porque entró en ese ritmo. Esa fue mi apuesta. Es una suerte que en todos los ámbitos donde se me reconoce como poeta esto haya dejado de ser para mí una amenaza.  

Muchos de los poemas de tu libro están escritos en parte en guaraní. Esto también es la construcción de un otro.  Un otro de la sexualidad, de la cultura gaucha, del idioma oficial… 

–Yo no soy guaraní, pero me crié en una zona donde es segunda lengua y en un contexto político en el que estaba mal visto hablarlo, de hecho la significación de la palabra guarango surge de la escuela donde las maestras trataban a los alumnos de guarangos. Y ahora se utiliza a esa palabra para decir mal educado. Muchos de mi familia hablaban guaraní, pero lo utilizaban  como una lengua adulta. A mí me llegó por mis primos –los dejaban porque vivían en una zona más rural–. Ellos tuvieron contacto con el español recién en la escuela. Mis abuelos hablaban en guaraní, y siempre tuve muchos deseos de saber qué decían. Fui entendiendo y me quedó un guaraní de oído que nunca tuve oportunidad de hablar, pero antes de rendir inglés en el doctorado quiero salvar esa insuficiencia idiomática. No pasó mucho hasta que me di cuenta de que la representación de mi mundo tenía mejores palabras en guaraní.  Estaba fascinado con ese mundo que se actualzaba con palabras que me resultaban entrañables. Cuando empecé a escribir me di cuenta de que era necesario hacerlo en guaraní, porque era el mundo tal cual lo percibí en un comienzo. No tengo las palabras en español para decir la forma en que me relaciono con esta gente que es mi gente y con este, mi lugar. Estaba muy viva la creencia de que si aprendías guaraní te iba a costar mucho aprender, la escuela, desarrollarte intelectualmente, era considerada una lengua que te conducía a la ignorancia. Entonces es un acto de justicia demostrar que el guaraní es la única lengua que verdaderamente sirve para mostrar este mundo que quiero mostrar.