Tantos años mirando hacia arriba. Tantos años ha estado la saga The X-Files oteando desde el llano ese cielo en el que se urdió la madre de todas las conspiraciones paranoicas: el tongo entre el FBI, el gobierno y los poderosos de la Tierra, unidos y organizados con los invasores extraterrestres, sus armas biológicas y su meticuloso plan de dominación planetaria. Tantos años –25, desde el estreno de la serie en 1993, con 218 episodios y dos largometrajes– dándonos ganas de creer (no hay spoiler en el eslogan I want to believe, “yo quiero creer”) que no había nada más importante que ese complot entre alienígenas y la elite terráquea. Y es ahora que nos damos cuenta de que no hay misterios más maravillosos que los que nos rodean cada día acá abajo: los pequeños enigmas cotidianos de industria terrícola.
Cuando sólo restan dos episodios para el final de su undécima temporada (hoy y el próximo miércoles a las 22, por Fox), este clásico de los 90 que se había tomado catorce años de descanso en la TV hasta su regreso, en 2016, no sólo prepara su fin de ciclo, sino que también podría cerrar los expedientes para siempre: la actriz Gillian Anderson ha anunciado que se baja y cuesta creer que The X-Files pueda continuar sin ella. Icono feminista dentro y fuera de la serie, su personaje Dana Scully forjó, junto al Fox Mulder de David Duchovny, una pareja histórica de la televisión: los agentes de la división de asuntos paranormales del FBI, el crédulo y la escéptica. The X-Files había sido un hito televisivo en el siglo pasado y su retorno, en este último bienio, termina mucho mejor que lo que empezó.
Es que, durante la “primera era” de la serie (la ininterrumpida etapa 1993-2002), aceptamos que Los Expedientes X tenían un arco narrativo principal, la posta, aquello que sí importaba y cuya información clasificada se nos pijoteaba: una mega-meta-conspiración galáctica, sobre la que obteníamos datos con cuentagotas al principio y al final de cada temporada. Y que el resto de los capítulos, autónomos, con principio y final, no eran más que (sabrosas) viñetas pasajeras para conocer un poco más a Mulder y Scully y para ganar tiempo mientras nos fascinábamos con pequeños y puntuales enigmas filopoliciales, inciertos espectros de barrio o presuntos monstruos rurales. Que ilustraban y asustaban, pero que en el esquema central de la serie tenían (sabroso) regusto a relleno.
Aunque algo cambió desde 2016. El reparto de la tensión parece haberse invertido, pese a que las dos temporadas de retorno (la anteúltima y la actual) han respetado y mantenido la lógica narrativa, siempre organizada con mayoría de capítulos autónomos y apenas un par de episodios con trascendentes revelaciones dramáticas y espeluznantes sobre la tan meneada conspiración oligarco-alienígena. Pero ahora los mejores momentos de The X-Files no descansan en la cuestión del alto complot, sino en esas otras piezas, más aleatorias, más impredecibles, inclusive más alegóricas, irónicas, sabias. ¿Será que ya no nos sorprende tanto pensar que el FBI pueda estar detrás de una conspiración maléfica? ¿Será que no hay instituciones menos prestigiosas y más funcionales a los intereses oscuros que el servicio secreto y los organismos de seguridad? Lo cierto es que, mientras la gran historia conspirativa transcurre lentamente, esos pequeños incidentes extraños y maravillosos se convierten en grandes momentos. Y ricos: The X-Files siempre tuvo el juego abierto a la hora de los episodios autónomos y en la temporada en curso han pasado terroríficos mitos urbanos, pasajes humorísticamente autorreflexivos y hasta coqueteos con la alienación virtual-tecnológica que parecen guiños a Black Mirror, tal vez el gran exponente actual de la saga de TV paranoica con relatos autónomos.
Por supuesto, la esencia de la serie sigue estando: en cada investigación, los cuchicheos entre Mulder y Scully siguen siendo deliciosos choques de paradigmas, con cambios de roles cada vez más veloces. Y ambos personajes parecen haber ganado la experiencia que los actores obtuvieron por fuera de The X-Files: Duchovny acaso ha añadido algo de espíritu cínico y after-todo tras sus siete años en la serie Californication y Anderson tal vez haya sumado el espíritu hedonista de su paso por The Fall; ¿quién hubiese imaginado al Mulder créelotodo de 1993 burlándose de las explicaciones basadas en realidades paralelas; quién hubiese imaginado a la novata Scully de 1993 bromeando sobre sus juguetes sexuales?
Es un enigma si la salida de Gillian Anderson, de confirmarse, será el carpetazo definitivo para Los Expedientes X (la serie ha tenido temporadas con escasa o nula presencia de Mulder y Scully, aunque fueron las peores, claro). Pero está más claro cómo la serie se resignificó para sobrevivir. Ya damos por sentado el complot entre los poderosos, los servicios y los aliens; ahora lo que realmente nos asustan y fascinan son esos pequeños misterios, tecnológicos, románticos, urbanos, rurales, poéticos, tan terrícolas.