El valor que adquieren las cosas suele darse de acuerdo al interés personal que le otorga su propio dueño. Y a partir de ahí, el grado de preponderancia va acompañado por el sentido genuino de lo que representa. El trofeo que estará en disputa esta noche entre Boca y River, sólo tiene valor real por los nombres de los clubes que lo pueden ganar. De lo contrario, si alguno de ellos no estaría hoy en Mendoza, la dimensión de la Supercopa Argentina no sería significativa. Lo que se generó alrededor de este encuentro está muy lejos del ideal, debido a que se lo instaló como una contienda más cercana al “combate” que al fútbol, y los jugadores tendrán la oportunidad de desechar todo eso dentro del campo.
“Matar o morir”, fue el sentido que el público fue adquiriendo durante las últimas dos semanas para este Superclásico. Inclusive, algunos de los propios jugadores fueron extendiendo ese rótulo con determinadas declaraciones, mientras otros eligieron bajarle el tono al lugar que le corresponde.
Lo desparejo del encuentro decisivo también se centra en el camino que recorrieron los dos conjuntos. Boca arribó por ser el campeón del campeonato de Primera División, luego de 30 partidos en los que obtuvo 18 triunfos, nueve empates y tres derrotas. Y River por haber ganado la Copa Argentina, donde tuvo que jugar cinco encuentros: uno ante un adversario de la Primera D, el siguiente de la B Metropolitana, otro de la B Nacional, y los dos últimos de la máxima categoría.
Sin embargo, ante la necesidad de ubicarla como “decisiva” para el futuro de ambos, esta Supercopa tomó una dimensión inesperada. El último antecedente de una final auténtica entre los dos más colosos fue en 1976. El 22 de diciembre de ese año definieron el Torneo Nacional en la cancha de Racing, con un calor agobiante, y en un marco imponente que contaba con 70 mil espectadores. Igualmente, los que estuvieron en el estadio de Avellaneda cuentan que había cerca de 80 mil.
La gloria fue para el lado de Boca ese día, cuando venció 1-0 con un gol convertido por Rubén Suñé, el cual es muy recordado ya que sólo hay registros fotográficos. El conductor de ese campeón era el legendario Juan Carlos Lorenzo, mientras que a River lo dirigía otro emblema como Angel Labruna.
En ese caso, el equilibrio fue preponderante, ya que los dos se instalaron luego de sumar la mayor cantidad de puntos en sus respectivas zonas, y luego de pasar con autoridad las instancias de cuartos de final y semifinales.
Boca llegó ayer a Mendoza con demora por un problema técnico en el avión, y fue recibido por muchos hinchas en la puerta del hotel. El viaje de River fue sin inconvenientes. En el caso de que el resultado sea una igualdad, la definición será con remates desde el punto del penal. Una Copa en juego. Y que el clima externo no gane por goleada.