La sociedad tecnológica despersonaliza no porque exija sino porque ofrece dar exactamente aquellas cosas que tornan superfluas la creatividad humana.
Paul Tillich
Según Ignacio Ramonet, “el problema no está en decir que la televisión nos manipula; el problema está en saber cómo manipula; y esto no es tan evidente”. ¿Cuál es la gravitación que los medios de comunicación tienen en la vida de la sociedad y en las personas?
Vivimos una inusitada concentración de poder que está determinando ciertas estructuras de la sociedad que limitan el desarrollo de una sociedad plural. Esta concentración es una combinación de poder económico y de medios de comunicación. Así establecen, por ejemplo, sus propias reglas de juego sobre el llamado “libre flujo de la información”. Se ha dicho que la libertad de información requiere tres condiciones: la oportunidad de acceso a todo tipo de información, una diversidad de fuentes a las cuales acceder y un sistema que provea acceso a los medios para todos aquellos que deseen o necesiten comunicarse. Se da por sentado que una democracia goza, al menos, de la primera de las tres condiciones. Pero esto bien puede ser una ilusión. Porque esta primera condición está limitada por las restricciones que las grandes compañías imponen sobre las otras dos. Cada vez más los poderes económicos se van adueñando de medios de comunicación para controlar el entretenimiento y la información. La constante que mueve a estos gigantes es obtener el máximo beneficio. Para lograrlo, todo lo demás se subordina a ese objetivo. Por lo tanto, lo mejor es no dejar ningún eslabón de la cadena suelto. De manera que el círculo de la producción de entretenimiento e información se sujete al objetivo económico que debe estar controlado en todas sus facetas.
El auge tecnológico ha permitido, además, el desarrollo de un sistema global de vigilancia, que ha llegado a ser uno de los temas claves de la comunicación internacional. Sus orígenes se remontan a los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y hoy, gracias al enorme desarrollo de la tecnología, una nueva teoría de la seguridad se ha puesto en marcha, del que nuestro país está asumiendo sin críticas. Es cierto que las fronteras geopolíticas han perdido su importancia para la seguridad nacional. Por ese motivo la noción de seguridad nacional se ha extendido del ámbito militar al comercial y penal, eliminando, peligrosamente, los ámbitos público y privado.
¿Cómo está afectado el libre compartir de la información, la soberanía de los países, el contacto directo entre diversos grupos de base en diferentes partes del mundo? ¿Quién se arrogará el derecho a entrometerse en el ámbito local, nacional y regional, y manejar la información a su antojo? ¿Cómo atenta contra los derechos humanos y la democracia participativa? Hay que indagar sobre el lugar que los seres humanos juegan en todo el desarrollo de la comunicación global. Porque, en última instancia, son las personas quienes resultan afectadas por las decisiones tomadas por países hegemónicos o grupos de poder en el ámbito global. Al mismo tiempo deberá tenerse en cuenta cómo las regulaciones en el ámbito internacional pueden afectar las posibilidades de una comunicación creativa y saludable. La mayoría de las estructuras comunicativas de muchas de nuestras sociedades responden a los grandes conglomerados económicos, ya sea porque son sus propietarios o sus sostenedores. De manera que los criterios de la información que proveen están sustentados en la preservación de la propiedad de esos medios y sus beneficios. ¿Cómo es posible entonces que el pueblo encuentre un lugar para expresar su voz en el nuevo escenario de la comunicación?
Para responder a estas preguntas habrá que pensar cómo se debería trabajar para estructurar una sociedad cuya autoridad esté al servicio de la gente y el poder se redistribuya a fin de que una verdadera participación dé lugar a una auténtica comunicación.
* Comunicador social. Ex presidente de la Asoc. Mundial para las Comunicaciones Cristianas.