Lo confieso. Soy un machirulo. O por lo menos un varón heterosexual en crisis. A mi favor podría argumentar que tengo una edad suficiente como para haber visto El Chavo del Ocho en capítulos de estreno en un televisor blanco y negro a válvulas. Este argumento sirve, al mismo tiempo, para sostener que ya es hora de dejar atrás algunas cosas y aceptar las propias responsabilidades por las cosas que uno hace.
No estoy precisamente orgulloso de ser un machirulo, pero en estos días de furia en la ciudad de la ídem, no me queda otra que enfrentarme e esta condición. Veamos.
Mis actividades laborales, lúdicas y familiares se desarrollan en un contexto predominantemente femenino. Y no hablamos de princesitas de Disney. Hablamos de mujeres empoderadas. Hijas, madre, exnovias, filitos y simpatías, compañeras de trabajo, de entrenamiento, de teatro, jefas, docentes, alumnas, analista.
Esta cercanía inevitable a las protagonistas de los movimientos "de género" me expone a enfrentarme con una parte oscura de mí mismo. Así es que a la crisis del paradigma tradicional del varón heterosexual hay que sumarle la representación de clase/género y mas de una vez me vi colocado en un lugar que no me agrada y creo que no me corresponde. Calculo que esta situación le debe acontecer a más de un congénere, así que trataré de asumir un yo/nosotros ambiguo y tal vez un poco impostor o exagerado. Quiero decir que soy machirulo, pero estoy absolutamente ajeno a ese colectivo de "varones" imbéciles y trastornados que increpan a las chicas por la calle o las considera una cosa de su propiedad. Ni hablar de violar, matar o maltratar.
Pero con eso no alcanza.
Hay un territorio agreste más allá de la ausencia de galanterías callejeras. No rebuznar desde un andamio el volante de un auto es apenas el comienzo del prólogo.
La convivencia con estas mujeres implica aceptarse y reconocerse en una frase que tiene la palabra "nosotras" y/o "chicas". O sea que yo también soy un nosotras en el grupo de whats app de "Acro en telas" o de "Mamis del cole" y por suerte me llevo bien con mi putito interno. Y también hay que dejar de lado quien sabe qué cosa cuando nos damos cuenta de que no seremos, en ese ámbito, un "macho alfa". Vamos, que hay mujeres con más pito que uno -aunque no todas se lleven bien con su machirulo interno‑ Otra arista difícil de la convivencia es el celo con que los varones somos excluídos de la discusión de "la problemática de género". Después de mucho tiempo, y aún hoy, apenas estoy entendiendo que la queja no es hacia el "no te metás" sino en todo caso a la ausencia de un "acá tenés que meterte" donde los machirulos en crisis podamos discutir la deconstrucción/construcción de nuestro paradigma. Si existe ese foro, no me han llegado noticias. Si no existe, deberíamos inaugurarlo, sin esperar la habilitación femenina para este menester... Aunque debo reconocer que esta idea/habilitación se la debo a una querida y militante mujer. Gracias Carla.
Y volviendo al asunto de los cojones, otra cuestión interesante. Cuando una mujer nos marca alguna falta, error de concepto, pifia o límite, ¿por qué la reacción primitiva se parece mucho a un "no me retes"? ¿Qué me pasa, machirulo? ¿Estoy nervioso? Voto a Santa Yocasta.
Soy machirulo y me duele en el ego que esa mujer que me gusta no me de bola, y que además casi nunca sepa cómo abordarla sin esperar una puteada por acosador como respuesta a un "hola". Tal vez se haya pasado la bola de que, como dice el tanguito de la Sanzo, por culpa mía alguna mujer ha endurecido su corazón. Santos temores, Gatúbela.
Una solución al asunto podría ser abandonar todo intento de comprensión, convivencia o relación alguna con este grupo de féminas, pero resulta que no. Por un lado, porque machirulo o no, el paradigma de la masculinidad está puesto en crisis desde el momento en que comenzó a discutirse el paradigma de lo femenino. Mucho antes de enterarnos de que existe la sororidad o la pastilla anticonceptiva, el voto, la igualdad de derechos o la minifalda. Por encima de esto, está el pequeño detalle de que las mujeres sumisas, "machistas" o indiferentes a estas cosas no me mueven el amperímetro. Perdemos el tiempo si no intentamos, al menos, el carreteo previo al decolaje. Pero hay algo mucho más importante. Ninguna revolución verdadera, ningún intento de hacer un mundo mejor, ningún enfrentamiento contra el sistema actual será exitoso sin la participación de las mujeres empoderadas y el acompañamiento, hombro con hombro, de varones asumidos. Los machirulos no pasamos de hacerle frente a Gendarmería para ver quién tiene más huevos y nada más. Y así estamos. Otro aspecto, con el que estoy más o menos amigándome, es esta cosa de ponerle "e" o "x" a las palabras que designan género. "Nosotres", "todes", "les". En lo particular prefiero la "e" antes que la "x" porque así puedo pronunciar las palabras ‑misión imposible con las "x"‑. Al principio me daba un no se qué, un qué sé yo. ¡Abrase visto tamaña desfachatez! ¡Deformar el idioma español que es tan lindo y tan europeo! Eso decía yo por les adentres. Y ahí me cayó la ficha. Justamente por lindo y europeo, por esa lejanía que tiene de nosotres, tan feos y latinoamericanes es que hay que meterle esa degeneración al leguaje. ¿Capishe?
Y hablando -escribiendo‑ de lenguaje y discurso, se me ocurre que este discurso pueda interpretarse como una queja hacia afuera, o una apología del "nadie menos". Nope. No se trata de meter el dedo en donde le duele a la otra, o hacerse pasar por víctima. Se trata, en todo caso, de mirarse un rato el ombligo, o un poco más abajo o adentro o donde sea y ver qué carajo estoy haciendo yo solito con mi machirulez. Hay muchas cosas en juego. Y el pasto crece. Habré, como machirulo que soy, dejar de serlo para ser un hombre, varón o como quiera que se diga cuando alguna vez salga de mi laberinto.