El nombre del árbitro para el Superclásico por la Supercopa fue una cuestión de Estado para la AFA. Motivó todo tipo de especulaciones y también de presiones, hasta que Horacio Elizondo le puso el nombre de Patricio Loustau al pito elegido, echando mano a la lógica de optar por el hombre de negro mejor rankeado de Argentina, que pese a esa distinción ya sabe que no estará en el Mundial de Rusia (un lugar reservado a Néstor Pitana). Curiosidades de la historia, otra vez el apellido Loustau quedaba asociado a una final entre River y Boca, ya que Juan Carlos –el padre de Patricio– ofició de asistente cuando el Xeneize conquistó el Nacional de 1976, luego de vencer al Millonario con el gol de Rubén Suñé.
Sin la ayuda del VAR, pero con el agregado de Ariel Penel y Facundo Tello como jueces de área –como se estila en la final de la Champions League, por ejemplo–, Loustau salió a la cancha decidido a ratificar sus antecedentes de árbitro de buen diálogo con los jugadores, un aspecto al que tal vez lo ayude mucho su paso por las inferiores de Racing. En un partido que prometía pierna fuerte, marcó que no estaba decidido a tolerarlo amonestando a Ponzio a los 10 minutos, en la primera entrada fuerte del capitán millonario. Y fue consecuente cuando a lo largo del primer tiempo no perdonó las entradas fuerte de Fabra, Barrios y Nández, en Boca, y de Pinola, en River. Pero el acierto que marcó el trámite fue la sanción del penal de Cardona a Nacho Fernández. Con ese tiro desde los once pasos cambiado por gol por el Pity Martínez y el posterior tanto de Scocco, River se tomó revancha de lo ocurrido en el sombrío ‘76 y escribió otra linda página de su rica historia, pero los libros apenas consignaran que el árbitro fue un tal Loustau, porque ayer Patricio consiguió lo que le pedían los jugadores, los técnicos y los dirigentes antes de empezar los noventa minutos: pasar inadvertido.