En su cabina primorosa cubierta de plantas, detrás de una persiana americana, el cuerpo lustroso se adivina hasta que su estampa pertrechada con el atuendo de vigilante se planta en escena.
Ella suelta su discurso rapero porque tiene a la presa atornillada por su mirada triste de princesa abandonada que sabe que todos los manjares de este mundo le serán negados. El pibito que se anima a robarle a los ricachones que ella vigila no se imaginó que esta muchacha de pelo cortito, con un uniforme tan pensado para los varones, se lo iba a llevar a la cama, que iba a desnudarlo con sus palabras que se escapan y vuelven. Porque la narración es, en Vigilante, un mapa de tiempos advenedizos que Laura Sbdar construye para hacer del conflicto un campo de imágenes enemistadas que viajan por esa carretera de la que el chico viene y a la que la protagonista irá, aunque la escena sea la marca detenida que la actriz deja como una ofrenda.
Ella dispara su discurso hacia varios frentes. Tiene el celular en una llamada eterna con sus hijas mientras describe y desmenuza a ese pibito con el que se mete en la casa de los ricos para blasfemar la propia virtud de su oficio. En ese acto de alianza con el chorro, Sbdar propone una dramaturgia que se adentra en las contradicciones de clase de su personaje. Mientras esta vigilante humaniza a ese ser que delinque y lo reconoce en su misma miseria, sabe que esas chicas violadas y tiradas al costado de la ruta pueden ser la obra de este chico que también va a tratarla como un manojo de carne descartable. En el texto de Sbdar la fantasía y el realismo conviven para encontrar una poética de lxs desclasadxs, de los seres que tambalean en una sociedad que los usa como espías o custodios mientras los humilla. La autora comprende a su personaje instalado en un oficio que parece poner su propio género en una zona de disputa y lo hace a partir de un lenguaje delicado y robusto, de acciones que no definen, que juegan con una ambigüedad cadenciosa donde la política se ubica siempre en una frontera inaprensible.
Vigilante es el encuentro entre una escritura original y riesgosa y una actriz que sabe calzarse un personaje como si saliera a las calles del Bronx, orgullosa de su tonito hip hopero melancólico. Porque la angustia es como una base sobre la que Mariana de la Mata investiga toda la furia y la sensibilidad de esta mujer que tiene sueños locos derramados en una lengua que recuerda a Gabriela Cabezón Cámara, donde el idioma de lxs oprimidxs se mezcla con un desvarío poético que destella la conquista de un imaginario nuevo.
De la Mata hace de la violencia (la que sufre y la que está en el aire de la noche en la que debe montar guardia) un intento de voz de barricada leve que se pierde cuando entra en los detalles. El cuerpo del pibito chorro, los consejos que le da a sus hijas para no mostrarse fácil, el deseo como un romanticismo maltrecho que termina en violación múltiple, y la muerte como una figura invocada y presente, también como una posibilidad de fuga.
La complejidad de este personaje desmembrado en todos los discursos que una mujer debe combinar en un instante para cumplir y no olvidarse de quien es, pero también para perderse, como si la palabra entregada a tantas direcciones la disolviera, es todavía un territorio desconocido para el teatro. Vigilante es una estética sociológica de las recientes configuraciones precarias, esas que tienen un espacio de pertenencia tan pequeño como la garita desde la que señalan con su linterna al probable delincuente oscurecido por el pasamontañas. Pero que ni bien sacan el pie de su guarida no saben a qué bando pertenecen y entran en el fluir de la conciencia de lxs pobres, el inconsciente salvaje de la mujer proletaria. M
Vigilante. Viernes a las 21.30 en La Materia. Malabia 1077. CABA.