“A lo largo de los años, me he encontrado periódicamente en situaciones en las que me sentía desesperado y, en esos momentos, sentía que tenía que hacer ciertas cosas.” Toda la obra de David Wojnarowicz puede ser pensada en esa frase: una respuesta inmediata a la desesperación. Una vida difícil es una descripción suave para hablar de su infancia y adolescencia, pero fue ese fuego el que lo empujó hacia adelante y lo volvió un militante, un activista, al mismo que tiempo que aparecía, transfigurado, en su trabajo artístico. Wojnarowicz fue una de las estrellas marginales de los febriles años 80 en el East Village de Nueva York, junto con otras figuras como Basquiat, Nan Goldin y Keith Haring. Artista diverso, impactante, heterodoxo, algunos de los medios mediante los cuales se expresó fueron la fotografía, el video, la escultura, la pintura, la performance, la escritura y el grafitti. Muchas veces como testimonios o más bien iracundos puntos de vista de un joven gay y outsider en el contexto homofóbico y violento de los Estados Unidos de Ronald Reagan.
Hay una imagen que probablemente muchos conozcan de Wojnarowicz sin saber que era de Wojnarowicz: la fotografía del búfalo tirándose de un precipicio, que fue tapa del simple ONE de U2. Una fotografía que habla de su fuerza y su búsqueda de registrar justamente la parte más autodestructiva del sueño americano, el lado oscuro del rodeo, el modo en que toda tradición oculta una traición. Wojnarowicz murió a los 37 años, en plena tarea, por una enfermedad derivada del VIH. Antes vio como morían sus amigos, colegas y hasta su gran amor Peter Hujar, a quien retrató en la cama del hospital, en todo su deterioro. Los políticos hablaban de cuarentena, de mandarlos a islas y la sociedad les daba la espalda. Wojnarowicz trabajó para revertir esta situación y luego su nombre fue tomado como estandarte de la visibilización de la obra de artistas gays que murieron de HIV en esa década. Su trabajo tuvo que ver con un activismo explícito sobre las injusticias, sociales y legales, que fueron la respuesta a la epidemia del VIH.
Una arista muy poco conocida de este personaje emblemático fue su estadía en Argentina a mediados de los 80. Junto con Luis Frangella, un arquitecto y artista visual argentino que se había afincado en Nueva York, emprendieron un viaje largo. Hacia sus orígenes para uno, hacia lo desconocido para el otro. Haciendo base en la casa de los padres de Frangella ubicada enfrente al ItalPark –del que escribió con melancolía en su diario– se movieron en distintas direcciones. Y todo esto registra Wojnarowicz & Luis Frangella en Argentina, el libro de Ian Erickson-Kery y Verónica Flom, editado recientemente por Cosmocosa. Imágenes inéditas y un ensayo iluminan este episodio desconocido que explica algo de los cruces, los encuentros fortuitos y la importancia de la amistad en la historia de arte.
Un Flaneur desposeído
En su cruda autobiografía Closer to the Knives: A Memoir of Disintegration (1991), Wojnarowicz narra su infancia y adolescencia: su nacimiento en el seno de una familia de los suburbios de New Jersey y cómo, cuando aun era un niño, fue secuestrado junto a sus hermanos por su padre alcohólico y golpeador. Tuvo que escapar y no le quedó otra que convertirse en un chico de la calle, un prostituto adolescente, un jovencito flaco y de anteojos que vendía su cuerpo a los pedófilos de Times Square. Ser homeless fue una pesadilla de la que le tomó años emerger, pero también las calles, como una fuente de salvajismo y libertad, fueron un espacio de atracción durante toda su vida.
Su primer trabajo fue la serie de fotografías Rimbaud in New York, realizada en 1978. Durante un año retrató amigos, amantes y a sí mismo en las calles, el subte, casas abandonadas y baños públicos, con una máscara de papel con el retrato icónico del poeta maldito en la portada de Iluminaciones. Wojnarowicz acumuló alrededor de 500 imágenes en blanco y negro que ponen en escena un posible devenir contemporáneo y homeless del poeta francés. Muchos críticos coinciden en que eligió la figura de Rimbaud porque sentía una profunda identificación con él: ambos habían sido abandonados, ambos tuvieron que escapar, ambos eran gays, ambos luego se enamoraron de un hombre mayor que fue también protector y muso. En el caso de Rimbaud fue Verlaine y en el de Wojnarowicz, Peter Hujar: ya bien establecido por sus retratos en blanco y negro y paisajes urbanos, serviría como mentor, amante, confidente y amigo cercano. Lo mas extraño de todo es que ambos –Wojnarowicz y Rimbaud– murieron a la misma edad: 37 años.
La participación de David en la escena de los 80 estuvo definida por su presencia en muestras de galerías, vida nocturna, y fundamentalmente la comunidad queer que frecuentaba los muelles abandonados que se extendían a lo largo del río Hudson. Los piers del 45 al 52 eran los lugares de encuentros sexuales, definidos por él como “un gran prostíbulo a cielo abierto.” Allí mismo, en esos muelles montó una suerte de galería de arte. Fue en 1983, junto a su amigo Mike Bidlo que decidieron ocupar el Pier 34 y llenarlo de obras de arte. Distribuyeron una gacetilla de prensa en la que invitaban a participar, declarándolo como sitio de libre expresión. Discutían contra un sistema de galerías que se había vuelto comercial, invitando a ocupar el espacio de cualquier modo, algo que ninguna galería toleraría. Más de treinta artistas participaron en esta movida que durante un año funcionó como un vigoroso espacio de prueba y libertad, hasta que en 1984 el sueño se vino literalmente abajo cuando el pier fue demolido.
Amigos complementarios
Fue en esos muelles cuando David Wojnarowicz conoció a Luis Frangella. David había comenzado a experimentar con murales a gran escala, jugando con una estética de historieta que sería una marca distintiva en su obra. En uno de esas paredes pintó la célebre vaca loca con lengua afuera y ojos desaforados que se convirtió en una de sus imágenes más emblemáticas. Las dimensiones de esos hangares eran ideales para un pintor con la técnica de Frangella. Luis podía ocupar grandes superficies pintando con un pincel o un rodillo en la punta de un palo largo, y crear formas sumamente expresivas y contundentes.
Toda esta etapa y la formación de la amistad está contada en el libro de Ian Erickson-Kery y Verónica Flom. Allí, retomando la palabra de Carlo McCormick, un crítico de arte que cubrió la actividad del East Village, dicen: “Eran tan diferentes entre sí, y sin embargo adquirieron, a través de su amistad y sus trabajos en colaboración, un estilo de simbiosis creativa que le agregó enormes y nuevas dimensiones al trabajo de ambos artistas. Claramente David arrastró las refinadas sensibilidades de Luis hacia una especie de espontaneidad, crudeza y energía primaria y urgente que no se correspondía con la gracia y la majestuosidad del clasicismo de Luis. Pero de Luis aprendió a pintar de verdad.”
Luis había nacido en Buenos Aires en 1944, estudió arquitectura y viajó por una beca a Estados Unidos luego de la cual se instaló en Nueva York. En principio trabajó en colaboración con John Cage en Massachusetts y luego, en 1976 comenzó a mostrar sus dibujos y pinturas en la gran manzana. Allí también frecuentó asiduamente la comunidad queer del entusiasta East Village. Su trabajo tenía una fuerte sensibilidad hacia la figura humana, con la que trabajaba tanto de forma realista como expresionista. Su sensibilidad estuvo enmarcada en el retorno a la figuración entre los artistas plásticos argentinos luego del fin de la Dictadura. El cuerpo aparecía en las calles y también en las performances, los teatros y las pinturas, un cuerpo que se hacia imprescindible ver en tiempos de postrauma, de transición.
El viaje de los amigos a las pampas tuvo lugar en 1984. El motivo tuvo que ver también con una exposición que ambos artistas realizaron en el CAyC de Jorge Glusberg. La muestra se llamó Desde New York: 37 pintores del East Village. El montaje hecho por Luis y David fue caótico, intentaron pintar las paredes de la galería y hasta estuvo todo a punto de suspenderse. Pero finalmente la muestra inauguró y tuvo muy buen recibimiento del público. Wojnarowicz quedó flechado con el contexto, el clima, la energía del lugar.
Hay que decir que ya había demostrado interés por la situación argentina en obras y collages anteriores. Pero una vez llegados al país su trabajo artístico se volvió imparable: constantemente sacaba fotos, dibujaba, juntaba materiales para sus collages, sin separar arte y vida. En una entrevista de la época contaba: “En dos semanas pinté doce cuadros e hice varias esculturas. Muy en bruto porque tenía poco tiempo. Tenían que ver con la gente secuestrada y asesinada y con la nueva planta nuclear que inauguraba en Córdoba y con cosas de economía.”
Y no es raro que un artista cuyas trabajos tenían que ver con la aniquilación, la privación de derechos y el pavor se haya sentido cautivado por la Argentina en esa época. En la misma entrevista Wojnarowicz contó acerca de la muestra en CAyC: “Mostrar mi trabajo ahí tuvo un tipo de comunicación totalmente distinto. No tenía nada que ver con lo económico. Quiero decir: hubo gente que lloró delante de las cosas que hice en Argentina... creo que la amenaza de muerte en la vida cotidiana, el ciclo de muerte de los desaparecidos, la amenaza de muerte expresada son lo mismo que yo experimenté de chico: el miedo a que me mataran o me traumatizaran. Para mi fue una experiencia muy emotiva mostrar mi trabajo afuera, en un contexto completamente diferente, sin relación con el dinero, y darme cuenta que las imágenes pueden afectar a la gente.”
De ese viaje se conservan además de pinturas, objetos, y cuadernos con acuarelas, fotos tomadas por David de los viajes que hicieron al interior de la provincia de Buenos Aires, Entre Ríos y Misiones, a donde llegaron a las Cataratas del Iguazú. Las imágenes de ambos amigos dialogan, hay similitudes y también sutiles diferencias, puntos de vista, hermosos retratos uno del otro. Al retornar a Estados Unidos, sus vidas se distanciaron. Pocos años después, ambos confirmaron su diagnóstico de VIH. David enfrentó la enfermedad con solo 33 años y se volvió un activista a través de la organización ACT UP. La enfermedad fue devastadora para Luis, que falleció en 1990. Dos años después, David.
La amistad viajera que tuvieron estos dos artistas ocurrió antes de que el arte se convirtiera en ese universo globalizado, tal como funciona en la actualidad. De ahí la singularidad de ese conocimiento e influencia mutua, ese diálogo entre un latinoamericano y un outsider norteamericano; más aun que la obra de este último se viera en un contexto tan específico como el local. Un encuentro que por su fugacidad no deja de ser profundamente significativo. Y esto, como dicen Erickson-Kery y Verónica Flom muestra la importancia, contra todos los pronósticos: “De la amistad y el sentido de la comunidad en la creación del arte, aun frente a la incertidumbre y la dificultad”.
Foto de tapa: una de las imágenes de la serie Arthur Rimbaud in New York, 1978-1979 de Wojnarowickz.