Más que distinguir o diferenciar, un nombre define a una persona. El nombre se refleja como una contraseña, y cuando se duplica, se abre en un abanico, como un juego de heterónimos. A lo largo de su vida, Yineth se vio desdoblada y renombrada en varias ocasiones. Cada período de su vida está marcado, como un estigma, por un nombre, un alias. La infancia, su paso por la guerrilla, su vida como bailarina de clubes nocturnos, como madre de clase media, como ejecutiva. Cada nombre lleva arrastrado un significado que parece remover el anterior como círculos concéntricos.
Detrás de esa marea de nombres y alias, más allá del contrato nominal que impone el nombre a una identidad determinada por miles de factores, internos y externos, había una historia. Así lo intuyó la realizadora Daniela Castro. Alias Yineth es un proyecto que, en cierto modo, forma parte de su película anterior, Alías María, una ficción que vincula la infancia con la guerrilla, estrenado en el Festival de Cannes. Cuando estaba trabajando en el guión, Castro se entrevistó con varias ex guerrilleras para juntar material. Así conoció a Yineth. Al escuchar la historia de esta mujer, hizo algo prohibido para cualquier entrevistador: se largó a llorar. Ese gesto impensado, sin embargo, fue necesario para crear un lazo, una empatía entre las dos. Castro, junto con Nicolás Ordoñez, decidieron que la historia de Yineth tenía tantos giros, tantas vueltas de tuerca, tantas subidas y más subidas, que necesariamente debía enmarcarse en un largometraje. “La película se cristalizó cuando entendí que Yineth no sólo era una mujer que le huía a su pasado, sino que era adicta a él. Esta contradicción marcó la ruta” señala Castro.
Alías Yineth comienza con un plano general de una habitación. Una biblioteca de fondo; una luz cálida, amarilla. Como si tratara de una performance, Yineth Trujillo se va probando distintas ropas. Una ropa de ejecutiva. De enfermera seductora. De madre de clase media. Va cambiando de ropa con tono lúdico, un poco con vergüenza, un poco contenta. Hasta que se pone el traje de guerrillera, el clásico overol camuflado verde loro, junto con un rifle. Posa frente a cámara este vez con desgano, derrotada. “Este era mi piyama” dice, y llora. 12 años tenía Yineth cuando fue reclutada (mejor dicho, secuestrada), entre 42 chicos campesinos, para convertirse en guerrillera de la FARC.
La experiencia en la guerrilla es por supuesto traumática. La película, con sutileza, entreteje diversas entrevistas a cámara con ella. Va reconstruyendo chispazos de esa época. Con material de archivo, recorta un período histórico y contextualiza el conflicto de 1998 que se prolongó hasta el 2002; cuando la FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) fue acusada de violar el tratado de Paz. Un tratado firmado a raíz de la creación de la llamada “zona de distensión”, 40.000 kilómetros cuadrados vallados para entrar en buenos términos entre el grupo armado y el Estado colombiano. La zona fue, sin embargo, zona de conflicto y de reclamos, incluso de enfrentamientos armados y violentos. Yineth no sabía de esta coyuntura. Incomunicada por años, su miedo estaba puesto en el camuflaje, la ropa que llevaba puesta, y que definía un nombre de guerra: Yira. Contrario a lo que se pueda suponer, el camuflaje la exponía: mientras que para el Ejército era un blanco enemigo, para sus compañeros de guerrilla podía convertirse en un posible muerto si llegaba a ejecutar la sospechosa idea que tenía de desertar.
“Bienvenidas a la libertad” le dijo un hombre cuando la vio a ella y a una compañera vestida de guerra, después de días de escapar sin mirar atrás (Yineth tenía fobia a morir de un tiro en la espalda, y en muchos casos peleaba corriendo para atrás, de frente a las balas del ejército) hasta el pueblo más cercano llamado Junquillo. Al poco tiempo de estar ahí, incomunicada también de su familia, Yineth cambia su nombre. De Yira se convierte en Tania. Una bailarina de club nocturno. La relación entre el sexo, su cuerpo y su historia personal, no era fácil ni sencilla; Yineth había sido abandonada por su madre cuando esta viajó a Bogotá para convertirse en Enfermera. Dejada al cuidado de su padrastro (se enteró años después que el hombre de la casa no era su padre biológico), sufrió abusos sexuales, violaciones y escenas de violencia física. Yineth estuvo años para desentrañar cual era el nombre que su padrastro le había puesto por aquellos años.
“Uno de los rasgos más evidentes del personaje es su feminidad, la que encontró y reinventó después de su paso por la guerra y por su historia personal. Este aspecto se impuso de manera tan notoria, que terminó siendo un tatuaje en su cuerpo, y su cuerpo la vía para acceder a su historia.” Grabada en 5 años, la película de Castro y Ordoñez hace foco en el presente atravesado por la Historia. Busca viejos personajes, se mete en la selva, recorre las mismas calles por las que Yineth tuvo que caminar buscando el trabajo que surgiera. Empantanada en su propia historia personal, Yineth cumple con sus obligaciones civiles; en lugar de pasar 45 años presa por haber peleado en la guerrilla, puede trabajar brindando servicios civiles. Yineth se mete en oficinas de empresas y en talleres de obreros para narrar una y otra vez su experiencia, para buscarle un lugar a otros desertores de la guerrilla que intentan una reinserción social. En la película Yineth dice que está preparada para volver a la vida en comunidad, pero la sociedad, ¿está preparada para aceptar a gente como ella? Según Castro, Colombia se encuentra polarizada y todavía no encontró un modo de reconciliar los dos mundos: “Direccionar el camino de la búsqueda de esta película me permitió como directora tejer aquello que no era evidente, lo que trascendía al relato injusto y doloroso. Recorrer su cuerpo, el único elemento constante en todas esas mujeres, el único que guarda la memoria de un camino inestable y al mismo tiempo es el detonador de la construcción de una memoria para otro futuro.”
Alias Yineth se puede ver los sábados a las 22 en Malba, Figueroa Alcorta 3415.