Cuando recuerda las razones por las que lloró en el último tiempo, Lucas Biglia repite una, dos y hasta tres veces a la Selección Argentina. Mientras maneja desde Malpensa, el aeropuerto de Milán, hacia el centro de la ciudad, piensa en ese trayecto celeste y blanco como un camino en el que las rosas siempre pagaron la cuenta de las espinas. Son 35 kilómetros de reflexiones, gratitudes, enojos, ilusiones y sueños rotos y vueltos a hacer. Biglia mira el camino y rememora.

Aquella vez se agarró al volante como ninguna otra vez. Lo tomó con pasión, casi como en un abrazo, porque no podía manejar. Necesitaba sostenerse cuando todavía le temblaban las piernas después de escuchar, de boca de Alejandro Sabella, que estaría en el Mundial de Brasil 2014. “No puedo salir a la calle así”, pensó mientras sollozaba en un estacionamiento de Roma. Cuando las lágrimas se calmaron, recién pudo llamar a los más cercanos para hacerles saber que el gran sueño de su vida iba a cumplirse. Su voz agitada y feliz todavía parece flotar en el cubículo del auto.
 

Nunca más va a olvidar ese tono que todavía años después le hará erizar la piel. Aunque está llorando y siente que nunca podrá parar de hacerlo, esa frase (en la piel de la figura que tiene enfrente) se grabará a pleno en su memoria: “Ya me puedo morir tranquilo”. Julio Grondona les habla con calma y casi como si fueran sus nietos a ellos, un grupo de jugadores partidos al medio, que se desparraman por el vestuario del estadio Maracaná de Río de Janeiro, al tiempo que acaban de perder la final del mundo con Alemania. A Lucas le dolerá largamente.

“Nos vamos, ya está. ¿Para qué seguir?”. Lo pensó, pero al cabo de unos meses lo verá sólo como parte del sufrimiento, como algo vinculado a esa sensación negativa que te traspasa cuando perdés. Es como una nube que no te deja ver nada de lo positivo. Por suerte, esa bruma de pena que lo invadió luego de perder con Chile en Nueva Jersey, en la final de la Copa América Centenario, se disiparía con el tiempo. Con el tiempo y con la marcha atrás de Leo Messi de irse de la Selección. Si él está, todos deben estar, aunque la mochila sea pesada. Lucas lo sabe.

-Sos parte de un grupo que viene de un proceso largo y complejo. Llegaron a tres finales y se vive con la sensación de que están en deuda. Además, tuvieron dificultades en la clasificación al Mundial. ¿Sufriste por la Selección en el último tiempo?

-La sufrí mucho. Fue complicado para todos nosotros lo que pasó. Son golpes que de los que te quedan marcas y que, a su vez, te cargan la mochila de cosas. Pero, por suerte, siempre hay gente dispuesta a sacarte de ese lugar o, al menos, a escucharte y compartir que es lo que nos pasa. Ahí vas saliendo y ya querés revancha. El fútbol tiene eso, porque una derrota te mete en un montón de sensaciones negativas de las que parece que no vas a salir nunca, pero después pasan los días y la cosa se aclara. Y ahí te pica de nuevo el volver al sueño.

-¿En quién te refugiás cuando perdés una final, por ejemplo?

-En los compañeros, que son los únicos que te pueden entender. La familia está y te da todo. Los cercanos también. Pero el único que tiene en claro qué es lo que estás pasando es el compañero. Él vive lo mismo. Por eso, cuando tenemos que salir adelante, el refugio siempre son ellos, ya sea por chat, por teléfono o cuando nos encontramos, pero siempre ellos.

-A veces parece que el jugador es el responsable de darle a la gente las alegrías que necesita en otros lugares de su vida. ¿Se deposita demasiado en el futbolista en esos casos?

-Qué se yo, puede ser. Lo que puedo decir es que no somos héroes. Somos personas que intentamos dar lo mejor y que queremos ganar tanto o más que los hinchas. También es lo que genera este deporte. La gente se descarga en el fútbol. No digo que esté ni bien, ni mal. Es así. Pero nosotros somos normales y queremos ser así. No buscamos otra cosa. Después, si me decís, el lugar del jugador es un poco desmedido cuando se habla públicamente. Se dice que no nos importan los objetivos porque tenemos un buen pasar y es mentira. Nosotros no somos más que parte de un mercado que pone los valores de lo que cuestan nuestros sueldos o nuestros pases. Eso no lo dictaminamos nosotros. Y sí, al final está sobrevalorado el mercado.

-A veces parece que en la Selección nunca alcanza para darle valor a lo que ustedes han hecho, que es pelear por todo y generar un grupo de trabajo impecable durante muchos años...

-No. No alcanza nada que hagamos. Pero ojo que a nosotros tampoco nos alcanza. Hasta el día que nos vayamos de la Selección vamos a estar buscando eso, el objetivo final, el título, el que sea, en el campeonato que sea. Somos así y nos formamos así. Y de ahí sacamos la fuerza, incluso cuando escuchamos muchas críticas, algunas de las cuales son desmedidas o fuera del eje. Pero no importa. Si para jugar en la Selección me tengo que bancar esa crítica despiadada, lo hago. Es un precio que pago sin problemas, porque lo que se vive al entrar a la cancha en un Mundial no tiene comparación con nada. Estar ahí y sentir eso es algo que te cambia para siempre, por eso los golpes nos hicieron más fuertes.

-Sergio Hernández nos decía hace poco que una de las grandes virtudes de la Generación Dorada del básquet era poder convivir con la derrota. Que lo tomaban como parte del juego y que, naturalizada, los convertía en un equipo más peligroso. ¿Cómo conviven ustedes en la Selección con eso?

-La derrota es algo con lo que se vive siempre. Es una posibilidad. Creo que lo que nos tiene que distinguir a la hora de llegar a un partido que define cosas en un Mundial es la humildad. Si nos creemos más que alguien, estamos perdidos. Hoy puedo decir que llegamos buscando crecer. Que queremos mirar para arriba y mejorar. Venimos de cambios de entrenadores y de movimientos en la estructura de la AFA y nos estamos adaptando a un funcionamiento. Nuestros proceso de cuatro años no fue el ideal, pero logramos reacomodarnos. Si me preguntás, desde ahí, no somos candidatos. Tenemos que mejorar para serlo. Hay otros que llegan mejor, pero nosotros sabemos sufrir y vamos a dejar todo para corregir lo que haya que corregir y mejorar al equipo.

-¿Se disfruta en un Mundial o es todo competencia y obsesión?

-En 2014 lo disfrutamos un montón. Es uno de los recuerdos más lindos de mi vida. Fueron 35 días inolvidables para nosotros y para mucha gente. Armamos un grupo increíble, con todo lo que tenés que tener para ir por un torneo así y, lamentablemente, se nos escapó en el final.

-¿Hay un “ser y parecer” para evitar las críticas? ¿Si tenés amistad con algún periodista o si decís más o menos lo que se espera para la tribuna pagás menos costos?

-Sí, el fútbol en eso es careta. Se critica mucho la apariencia o te la dejan pasar si decís lo que todos quieren escuchar. Si vos cumplís lo que el ambiente quiere de un jugador, te la dejan pasar. Hagas lo que hagas. Y tal vez el que trabaja en silencio tiene que trabajar el doble para poder ser valorado. Pero el jugador se da cuenta de quién trabaja en serio. Lo que pasa es que cuando llegás a una determinada edad, no querés hablar para la tribuna. Al menos a mí me pasa. No me interesa. A algunos los conformaré y a otros no, pero voy a tratar de ser fiel a lo que hice siempre.

-¿Cuánto duele la crítica?

-Los jugadores ya estamos curtidos en eso, porque lo vivimos hace mucho tiempo, pero le duele a los cercanos, a los familiares, a los amigos y eso se te termina volviendo en contra, porque ahí te empieza a afectar a vos. Somos 40 millones de argentinos y la gente escucha cosas que a veces son malintencionadas y que se terminan dando por ciertas. Entonces, ahí vuelve y te afecta. Es feo que en 10 o 15 minutos y frente a una cámara, un periodista destruya años de trabajo de un montón de gente. Yo no quiero gustarle a todos, pero a veces siento que la crítica debería ser un poco más respetuosa. Lógica, vinculada al juego. Nosotros sabemos cuándo jugamos mal y no nos enojamos cuando nos lo dicen. Pero lo que veo es que no está alcanzando con decir que un equipo jugó mal. Hay que ir más allá y ahí se vuelve jodido. Los intereses rompen todo en esos casos.

-¿Hay que forjar una nueva identidad colectiva de cara al Mundial a nivel jugadores, periodismo e hinchas?

-Es que cuando nosotros volvimos a hablar con la prensa después de la clasificación intentamos bajar un mensaje de ir todos juntos, porque así somos más fuertes. Y también después de eso volvimos a ver que se hablaba de “los amigos de Messi” o de que los jugadores se ponían solos. Es duro, pero a la vez tenemos que saber diferenciar, porque no toda la prensa nos trata así y para nosotros es más fácil no escuchar nada y seguir de largo.

-¿Qué te imaginás para el final de esta generación?

-Siempre pienso, y lo pensamos muchos, que después de todo esto que pasamos, de todo este enojo, de toda la tristeza de haber perdido las finales, tenemos una recompensa delante. Que algo nos va a tocar. Tal vez sea la ilusión, que siempre está ahí. Pero creemos. Creemos en nosotros, en los compañeros y en nuestras chances. Y no es algo que nos va a venir de arriba, tenemos que trabajar sin parar todo el tiempo para lograrlo. Un Mundial es la suma de todos los sueños que uno tiene como jugador y, aunque hay chicos que ganaron todo, en la imaginación siempre era querer ganar el Mundial. Por eso uno sigue viniendo con el mismo entusiasmo, porque Rusia ya está ahí y nos morimos de ganas de jugarlo.

-¿Cuántas veces pensás en el Mundial? ¿En qué momento del día o qué estás haciendo cuándo se te viene a la cabeza?

-Hace cuatro años que pienso todos los días en el Mundial. No exagero. Cuatro años.

-¿Y cuál es la imagen?

-Mirá, lo que me pasa es que hace cuatro años que me veo pasando por al lado de la Copa del Mundo sin poder agarrarla. Cuatro años en los que todos los días visualizo esa imagen. Paso y no la puedo agarrar. Es terrible vivir cuatro años así. Y creo que a todos los que estuvimos ahí nos pasa. Nos quedamos tan cerca que cualquier cosa vale para poder tener revancha. Nos bancamos lo que venga, pero necesitamos ir ahí otra vez. Es duro saber que estuviste tan cerca, tan pero tan cerca y que no se pudo. Si jugamos mejor que ellos, aparte. Por eso no quería volver a ver ese partido de nuevo. Cada tanto vuelvo a ese día, a esa entrega de premios y a ese vestuario y sigo sintiendo lo mismo. Nadie quiere eso más que nosotros, te lo puedo asegurar.