No hace falta hacer ninguna encuesta: en la Argentina, la mayoría de los hinchas prioriza a su equipo sobre la Selección. El espíritu tribal se impone a la nación y el termómetro de la pertenencia se mide por fidelidades. Mientras cada semana se alimenta la cultura del aguante con el cantito “en las buenas y en las malas, mucho más”, el paladar del hincha argentino regurgita encima de Messi y compañía: ganar un Mundial o el cadalso. Sin embargo, nunca un hecho tan curioso sucedió en contra de la camiseta celeste y blanca como el 29 de agosto de 1974, cuando el seleccionado fue visitante, créase, en Argentina.
La herejía fue consecuencia de que se juntaron las dos tribus más grandes del país y en este caso sí aplican los sondeos: según los más rigurosos, Boca concentra en la actualidad aproximadamente el 41 por ciento de hinchas y River el 32. Pero lo que parece una utopía luego de haberse jugado la final de la Supercopa Argentina que ganó el conjunto de Marcelo Gallardo fue posible hace 44 años. En la cancha de Vélez, los hinchas de Boca y River ocuparon populares diferentes, pero gritaron los goles del mismo equipo: un monstruo de dos cabezas peleando bajo la misma bandera. Ese día, aquel día en que la Selección ganaba 2 a 0 y le empataron 2 a 2 sobre la hora, la patria fue RiverBoca.
“Antes los clásicos se jugaban a muerte, como hoy, pero los jugadores teníamos trato. Yo, por ejemplo, me llevaba muy bien con (Roberto) Mouzo”, rememora Carlos Morete. El goleador de River (donde jugó entre 1970 y 1975; luego, en 1981 lo hizo para Boca) marcó el tanto definitivo de aquel partido, en el descuento, y una caja de resonancia con más de 40.000 gargantas atravesó como un trueno una noche insospechada para estos tiempos: los de Boca y los de River festejando juntos. Esa última jugada, además, fue la consagración de lo que ahora parece imposible replicar: el éxito simultáneo de la doble camiseta. La elaboración fue patentada por autores intelectuales de Boca. La revista El Gráfico describió la jugada en un epígrafe: “(García) Cambón por la derecha toca para (Jorge) Benítez. Alargue hacia la izquierda para (Héctor) Ponce. Pase a (Osvaldo) Potente. La deja pasar para Morete. Zurdazo y gol”. La obra, finalmente, llevó la firma del número nueve de River. Morete, aquella noche, se dio otro gusto: jugar con el 10 de Boca. “Para mí fue una linda oportunidad, jugué con Potente, que era un jugadorazo; ponía unos pases bárbaros”, le dice a Enganche. Si fuese posible poner ese partido en una máquina del tiempo y trasportarlo a la actualidad, podría suponerse un amistoso post Supercopa Argentina en el que Edwin Cardona asista a Lucas Pratto y Nacho Scocco y la gente (toda) celebre en simultáneo. Aquella vez, el partido a beneficio de la obra social de Futbolistas Argentinos Agremiados no se jugó un día cualquiera: fue menso de una semana después de un superclásico, aún con los músculos tensos y los ecos del triunfo de Boca 1 a 0, con gol de García Cambón. “En el vestuario hubo chicanas, nada más. Pero podíamos convivir sin problemas”, cuenta Osvaldo “Japonés” Pérez. El lateral de River (ahí jugó entre 1970 y 1974; y en Boca en 1983) entró por Pablo Zuccarini la noche en la que los viejos rivales fueron aliados temporarios.
No quedan registros fílmicos de ese partido tan paradójico, aunque fue televisado en directo por el viejo canal 13. Para la reconstrucción hay que apelar a la memoria de los protagonistas y los archivos gráficos. El diario Popular anunció el partido con un título puramente informativo: “La nueva selección contra River-Boca”. El equipo dirigido por Vladislao Cap (ya entonces se rumoreaba que no seguiría como DT) arrastraba la carga de un mal Mundial para Argentina, incluida una goleada 0-4 contra la exquisita Holanda de Johan Cruyff. De la pretendida génesis de una Selección renovada, que se consagraría por primera vez a nivel mundial cuatro años después, aquella noche se pudo ver en canchaa los futuros campeones Luis Galván, Mario Kempes y Daniel Bertoni, que entró en el segundo tiempo por Santiago “Cucurucho” Santamaría. De todos modos, en la nota del diario Popular primero se mencionaba a la gran bestia Nac&pop: “Habrá un equipo excepcional, no tanto por la calidad como por la circunstancia de que se trata de hombres que militan en los grandes rivales de nuestro fútbol”. Recién unas líneas más abajo de River y Boca, se nombra a la Selección. En la previa del partido, Clarín aclaraba que era una buena ocasión para mirar a los nuevos jugadores de la Selección, aunque ponía el foco en el medio campo de River y Boca: “El público tendrá la oportunidad de ver juntos a (Marcelo) Trobbiani, Potente y (Norberto) Alonso, quienes formarán un medio campo de ‘lujo’”. Después, sobre el partido, nada dice de los hinchas. Apenas un mensaje subliminal en el título: “Todos quedaron contentos: empate”. Todos, por supuesto, eran los hinchas de Boca, River y el resto, representados por la Selección. “La gente hinchaba para nosotros. Es que la mayoría eran de River y Boca. Y además la Selección no se jugaba nada”, recapitula Pérez.
Pero todo es hojarasca comparada con una frase que destaca El Gráfico: “Se jugó en un gran clima y un agradable espectáculo, que fue una fiesta”. Si hoy el fútbol argentino mirase por su espejo retrovisor se encontraría con la convivencia pacífica de hinchas de River y Boca, que más allá de ubicarse en populares diferentes, compartieron plateas. De frente, en cambio, se choca con una realidad que en la prehistoria de la cultura del aguante sería ciencia ficción: un presidente, Rodolfo D’Onofrio, que tuvo que pedir que “no sea una guerra”; un jugador, Carlos Tevez, aclarando lo obvio, que “el fútbol no es una guerra”; una institución, la ONG Salvemos al Fútbol, que hizo una presentación en la Justicia para tratar de suspender el partido. Y la foto de la previa: la del presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, entre D’Onofrio y Daniel Angelici, como si fuera un mediador de los conflictos en Medio Oriente.
En la noche en que se enfrentaron a la Selección, Boca y River juntaron a nueve futbolistas que vestían la banda roja y siete, la franja de oro. Ese día, los 16 que jugaron con camiseta blanca y las siglas FAA fueron: José “Perico” Pérez (Carlos Barisio); Zuccarini (O. Pérez), Baudilio Jáuregui, Roberto Rogel (Daniel Passarella), Tarantini; Potente, Trobbiani, Benítez, Alonso (Edgardo Di Meola); Ponce, Morete y García Cambón. Los técnicos, salomónicamente, representaban a ambos equipos: una dupla compuesta por Rogelio Domínguez, de Boca, y Enrique Sívori, de River.
El tono festivo de los hinchas tampoco se transformó en histeria ni por el gol en contra de Tarantini ni por el de Rocchia, que según el diario Popular fue “merced a un discutible penal, sancionado por (Roberto) Goicochea”. Morete, compara: “Las épocas van cambiando y no sé si hoy se podría hacer algo así. Lo veo medio complicado”.
En ese momento River estaba todavía inmerso en su peor racha histórica. Una sombra sin vueltas olímpicas que se extendió entre 1957 y 1975. Boca, en tanto, no era campeón desde el Nacional de 1970 y recién ganaría en el 76 los torneos Metropolitano y Nacional. Las frustraciones se reflejaban en las estadísticas, pero no en la cancha. “Fue un acontecimiento de amistad”, lo describe Pérez. “En el campo de juego no hubo egoísmo, al contrario”, dice Morete. En ese entonces, River y Boca entendían a la perfección la lógica de su propia grandeza: el espíritu de retroalimentación del yo y su alter ego.
No hubo una única vez RiverBoca. En el amateurismo sucedió al menos tres veces: en 1910, 1911 y 1918. Algunos historiadores, incluso, refieren a que la experiencia se repitió en 1909, 1913 y 1914. El de 1910 se jugó un 25 de mayo, cuando se conmemoraba el centenario patrio. River y Boca, que todavía compartían el barrio, jugaron por una causa, según expresó una publicación de la época: “El producto líquido de la fiesta se repartirá entre los pobres de la localidad”. En 1911 y 1918 los duelos fueron territoriales: River y Boca jugaron contra Independiente-Racing. En esos amistosos que terminaron empatados (0-0 y 1-1), la pertenencia y los colores eran asuntos entre Capital y Avellaneda.
En la era profesional, el combinado Boca-River jugó en Brasil en 1948 contra un mix paulista integrado por futbolistas de Corinthians, Palmeiras y San Pablo. La particularidad de aquel amistoso, que terminó 1 a 1, fue que los jugadores argentinos utilizaron la camiseta de Boca en el segundo tiempo. Incluido Ángel Labruna, ídolo de River e ícono de una imagen: la nariz tapada con sus dedos cuando entraba a la Bombonera. En el primer tiempo, Boca-River había lucido la camiseta verde del Palmeiras. El partido, según reflejó el diario La Nación del 22 de enero de 1948, despertó “gran interés entre los aficionados”. Aquella vez, los dos grandes equipos argentinos fueron la patria. Hacía un año que no se enfrentaban las Selecciones de Argentina y Brasil y el partido, dicen, ganó la impronta internacional del gran clásico sudamericano.
La última vez que River y Boca convivieron en una cancha como una criatura mitológica de dos cabezas fue el 22 de octubre de 1975. Ese día, también a beneficio de Futbolistas Argentinas Agremiados, el equipo que formó con Ubaldo Fillol; Vicente Pernía, Roberto Perfumo, Mouzo y Tarantini; Juan José López, Trobbiani y Potente; Pedro González, Leopoldo Luque y Oscar Mas cayó 2 a 1 ante un mezclado de jugadores locales. Lo insólito es que a River-Boca le sancionaron dos penales en contra: uno convertido y otro errado por Juan Rocchia. Cuatro días después, Boca y River volvieron a ser Boca versus River y aquel superclásico del Nacional de 1975 fue para el Xeneize, que ganó 2 a 1, en el Monumental, con goles de Hugo Paulino Sánchez y Hugo Alves, mientras que Pinino Mas descontó para el equipo local.
Luego del mega operativo de seguridad en Mendoza y estrategias para evitar violencia en el Superclásico del miércoles pasado (fue la segunda final que jugaron River y Boca; la otra fue en el Nacional de 1976, que ganó Boca 1 a 0 con gol de Rubén Suñé), vale la pena acudir al archivo para rescatar partidos que hoy parecen surrealistas. Boca y River juntos. River y Boca con la misma camiseta. La patria futbolera haciendo de cuenta que no existen las fronteras.