Quienes han visto los espectáculos del Cirque du Soleil en la Argentina lo saben: ir a la Gran Carpa significa salir con las palmas enrojecidas, los ojos extasiados y algo del espíritu infantil reactivado por dentro. La incredulidad. La admiración por la destreza de atletas / artistas que han hecho de su cuerpo algo diferente al del resto de los mortales. Difícilmente el Cirque aburra. Más difícil aún es que lo que se ve durante un par de horas no tenga unos estándares asombrosos de producción. Es decir, el Cirque du Soleil tiene un piso alto. Y no tiene nada que ver con la costumbre de sus acróbatas de andar por los aires.
Pero después, claro, están las particularidades de cada título. Dejando a un lado el algo decepcionante Sép7imo Día en el Luna Park –más un joint venture con la marca Soda Stereo que un show a la altura de la compañía creada por Guy LaLiberté–, la anterior experiencia había sido Kooza, un espectáculo de alta intensidad, en el que el número de la Rueda de la Muerte cortaba literalmente la respiración del espectador. Para el regreso de la carpa a Costanera Sur, no podía haber una propuesta más diferente a Kooza que Amaluna. No se trata solo del elenco conformado mayoritariamente por mujeres y la óptica femenina (aunque al cabo todo es una clásica historia de amor), sino un concepto de vuelta a las bases: sin grandes maquinarias, Amaluna apela más al despliegue físico, y un par de números introducen un notorio cambio de ritmo en la dinámica habitual de la compañía.
Con inspiración en La Tempestad de Shakespeare, el show creado por Fernand Rainville y dirigido por Diane Paulus sitúa todo en una isla gobernada por la reina Próspera, que celebra la mayoría de edad de su hija Miranda. Una tormenta conjurada por la reina y las Arielles –dos japonesas en milimétrica coreografía de monociclos– provoca el naufragio de un grupo de hombres que incluye al clown Yurick (típico comic relief en graciosos escarceos con Maïnha, la niñera de Miranda) y a Romeo. Bastará que el joven vea a Miranda ejecutar una bella performance acuática y con bastones –generando las habituales preguntas en la platea de si las ucranianas Iuliia Mykhailova y Anna Ivanseva en realidad no serán de goma– para que el romance quede servido.
La inicial resistencia de las diosas de la isla a la aparición masculina es lo que va hilando los números de Amaluna, y ahí está el gran valor de este espectáculo. Los hombres tienen sus momentos con trampolines, los impactantes descensos en velocidad de Romeo en el caño chino y las torres humanas del final, pero el protagonismo es de las mujeres. Hay vuelos con cintas y contorsiones, hay un asombroso juego con aros de la Diosa Luna, un potente despliegue de las Amazonas en las barras asimétricas, pero un pasaje en particular le da otro matiz a esta puesta, parece el corazón de la idea: cuando la suiza Lara Jacobs Rigolo, Diosa del Balance, realiza su extraordinaria performance poniendo en equilibrio poco a poco una enorme estructura de varas, en la carpa no vuela una mosca, todos acompasan su respiración con la de ella. Y cuando deja todo imposiblemente apoyado en el piso y luego provoca un coreográfico derrumbe, el lugar estalla.
Desde lo musical, Amaluna es además el espectáculo más rockero visto hasta la fecha aquí. Rachael Wood, Rose Ana Laguana (guitarras), Cassandra Faulconer (bajo), Didi Negron (batería) y Amanda Zidow (Próspera, cello y voz) ponen el pulso perfecto; en su vestimenta y en su performance recuerdan a esas bandas femeninas que acompañaban por todo lo alto a Prince, dan el entretejido perfecto para canciones en las que, como es usual en el Cirque, lo verbal se reemplaza por un canto sin idioma que las hace universales. Y aunque a esta altura resulte repetitivo, hay que apuntar que los maquillajes, el vestuario, el diseño de iluminación, las coreografías al milímetro, redondean un espectáculo de excepción. Sí, cuando hay varios performers en escena, sigue produciendo ese efecto de no saber bien dónde mirar para no perderse algo. Pero a diferencia de otros espectáculos por momentos más recargados y abrumadores, Amaluna se permite –y permite al espectador– otra respiración. No solo el mero asombro ante lo que parece imposible: una poesía del cuerpo.
* Amaluna, del Cirque du Soleil. Costanera Sur, Av. España 2500. Funciones hasta el 1° de abril.