A mediados de mayo del año pasado, para contar de qué iba el espectáculo Historias con voz que estaban por brindar en el Teatro Opera, Jairo y Juan Carlos Baglietto se sorprendían por la “inusitada” respuesta que estaban teniendo entre el público, en un momento de crisis económica. Ya habían recorrido cinco ciudades (Santa Fe, Rosario, Córdoba, Olavarría y Mar del Plata) y, tras el Opera, se iban para San Juan y Mendoza. “Creo que pasa esto porque contamos con la adhesión de la gente. Vos te das cuenta que salís al escenario, no tocaste una nota, y ya te están aplaudiendo. La gente está bien predispuesta, nos cree”, fue lo que dijo el cantor rosarino ante PáginaI12, cuando la cosa era cumplir con lo pactado, y ver qué pasaba. Ya habían ensayado horas y horas en un estudio de Martínez; ya se había consensuado un repertorio de veinticinco canciones, pero ninguno de los dos sabía que aquellos ocho conciertos se iban a transformar en cincuenta y dos. Y que tal proeza los iba a convertir en uno de los dúos argentinos más populares en lo que va del siglo XXI. Contar entonces lo que pasó durante el recital ¿despedida? que el tándem de cantores ofreció anteanoche en el Luna Park implica un desafío: no caer en repeticiones. Un desafío inútil, al cabo, porque lo único por saber es que, más allá de una puesta escénica magistral, se trató de una noche más.
Por caso, lo que dijo Baglietto para entrarle a “El valle y el volcán”: “Mientras recorría las ocho cuadras que había entre la escuela y mi casa, debía ser el año 73`, vaya a saber en qué dispositivo aún inexistente yo escuchaba cantar a Jairo. Seguramente era mi disco rígido interior que almacenaba ya selectivamente algunos archivos sonoros, que luego formarían parte de la banda de sonido de mi vida”, dijo él, apoyado en un fino colchón de teclas. Va de suyo que la interpretación posterior no causó ni menor ni mayor emoción popular que su reiteración en retrospectiva durante los cuatro Opera repletos, o los casi cincuenta conciertos (sin incluir los recién citados) que ambos realizaron por buena parte del país. Va de suyo también que el tremor interno que recorrió las entrañas de las casi nueve mil personas que asistieron al Luna, cuando al trovador rosarino le dio por cantar “Salzanitos”, equivalió a las palabras que ambos dedicaron a Daniel Salzano, su autor.
“Cuando pensamos el repertorio con Juan, sin querer nos salió elegir varias de sus canciones, porque hay poetas que no saben ser letristas, y hay letristas que no son buenos poetas, porque un poeta es un artista, y la función de los artistas es conectarse con los momentos de la vida en los que uno siente que el corazón se expande… eso fue Daniel”, sostuvo Jairo, a manera de homenaje a Salzano, el letrista y poeta que nutrió a ambos, fallecido en diciembre de 2014. Y a quién no solo Baglietto tributó en alto grado de belleza con “Salzanitos” –descansando en la solidez del pianista Adrián Charras– sino de quien ambos tomaron “Los enamorados”, “Carpintería José”, y la única canción que sonó dos veces (¡dos veces!) en la noche: “Los poetas no se rinden jamás”.
Un latiguillo –también– al que Jairo y Baglietto recurrieron no solo para rendir honor a ellos, sino también para tirar algún que otro chiste. “¿Te acordás del dúo Juan y Juan?.... `queeee lindo que es estar en Mar del Plata, en alpargatas, con mucha plata`”, canturrearon ambos a capella, mientras el remate de Baglietto no se hizo esperar: “Los poetas no se rinden jamás”. Fue para iniciar el segmento dual que incluyó una recurrente versión de “Rasguña las piedras” y, como feliz contraparte, una linda visita country-folk -en castellano y con Charras tocando el acordeón a piano– a “The Boxer” (Simon & Garfunkel), ambas calcadas del DVD, y ambas debidamente coreadas por la multitud. Pero no tan sentidas como las palabras de Jairo al introducir “Milonga del Trovador”.
“La última vez que vi a Astor Piazzolla (aplausos fuertes) fue en una clínica de rehabilitación. Estaba muy mal, ya era el final. Recuerdo que cuando entré, su mujer Laura Escalada me dijo `no te vayas a poner mal, si no te reconoce… y así fue, llegué, me senté a su lado, y efectivamente él no tenía más ojos que para ella. A mí me ignoraba completamente. Entonces Laura me dijo `hablale, decile nombres, hablale de tus hijos, de los amigos de París`, y así lo hice. De repente me miró, abrió los ojos grandes, me agarró la mano para acariciarse la cara, mientras con la única mano que podía utilizar, agarró una pizarrita de madera, y la empezó a golpear con ritmo de milonga. Laura me decía `cantale, él está esperando que la cantes, y vos sabés cuál es`. Yo, con un nudo en la garganta, la canté”, memoró Jairo en el momento más conmovedor de esta noche, y seguramente de todas las que la precedieron. A capella, y tal vez con el mismo nudo en la laringe, inició la preciosa milonga, que Astor había compuesto junto a Horacio Ferrer en 1981.
No menos tremores en el alma provocaron, sin sorpresas a esta altura, claro, las versiones de “Tonada de un viejo amor”, de Falú-Dávalos (“pilares fundamentales de nuestra cultura musical, responsables en gran medida de que tanto ustedes como nosotros hoy estemos aquí”, Baglietto dixit); de “Piedra y camino” (Yupanqui); o de “El ferroviario”, cuya historia, aunque Jairo la cuente mil veces, jamás se rinde. “Cada mes, tu viejo te acariciaba la cabeza, te decía `vení, acompañame que vamos a cobrar el sueldo. Entonces se paraba ante la ventanilla, se mojaba los dedos, y contaba los billetes. Cuando llegaba al final, te daba algo a vos… ¡eso era vivir!, sentado en un bar, comiendo papitas, hablando. `La argentina`, te decía, `es el octavo país más grande del planeta`… ¡palabras de ferroviario!… “palabras de hijos de ferroviario”, pluralizó Baglietto, también hijo e`tigre, para dar con el comienzo de esa pieza hermosa en su melancólica historia.
Descansando también en la percusión de Yaco (el hijo de Jairo) y en el bajo y el contrabajo de Leonardo Introini, devinieron una poderosísima versión de “El témpano” (Abonizio), un mimo de Jairo hacia Baglietto (“Juan es el cantante más creativo de la argentina”); una vuelta interesante y profundamente climática de “Antiguo dueño de las flechas” (Luna-Ramírez); y otra, más en plan acústico, de “Palabras para Julia” (José Goytisolo), para ir preparando el bis-bis del final: el de esos poetas que nunca levantan la bandera blanca. Suma, entonces: no habrá sido como la gira interminable de Bob Dylan, pero la ciclópea tarea que encararon estos dos muchachos de 64 años y medio promedio (uno tiene 69, el otro, 62) ha superado con creces las moderadas expectativas de su origen. Su última noche no hizo más –ni menos– que refrendar tal proeza.