“Brasil no es un país justo y Dios no existe”, asegura uno de los personajes de El Mecanismo. Su creador, José Padilha, concuerda con esa mirada. “Lo pongo en estos términos, si Dios existiera definitivamente no sería brasileño”, le dice el realizador de Tropa de Elite y Narcos a PáginaI12, inspirado en esta ocasión por el escándalo de Lava Jato. El thriller político y drama policial sigue a los investigadores que descubrieron el mecanismo al que alude el título y van decodificando el dispositivo de podredumbre institucional. La entrega, compuesta de ocho episodios, se podrá ver íntegra desde el próximo viernes a las 23 por Netflix.
En el inicio, el policía Marco Ruffo (Selton Mello) revuelve la basura de una financiera emplazada sobre un lavadero de autos de Curitiba. Es decir, una cueva que se encuentra justo arriba de una “Lava Jato”. El detective busca pruebas para dar con ese sistema de lavado de dinero monumental. La única que le cree es Verena (Caroline Abras), su aprendiz en la dependencia. El resto, sean superiores, jueces, fiscales, se desentienden de la investigación. Bastan algunas pocas escenas para darse cuenta de que el interés del realizador es ahondar en el chiquero que es el sistema de poder en el gigante sudamericano. Hay nombres reales, otros levemente aggiornados pero todo hecho y persona es fácilmente identificable al entramado que mantiene en jaque a Brasil.
“No es la violencia en las favelas lo que jode a nuestro país, tampoco es la falta de educación o el sistema de salud deteriorados, tampoco el déficit público ni las tasas de interés. Lo que jode a nuestro país es la causa de todo esto”, asegura Ruffo. La raíz de ese “cáncer” es lo que este thriller político se propone desmontar. Una enfermedad que hizo metástasis y tiene sus responsables. Uno de ellos es Roberto Ibrahim (Enrique Díaz), criminal de guante blanco que es la obsesión de Ruffo. Hay una marcada opulencia en los diálogos, grandilocuencia en la puesta en escena y giros narrativos impactantes tal como lo demanda esta historia de proporciones apocalípticas.
Padilha parece sentirse cómodos en relatos basados en casos reales en los que la estructura de un género le sirve para dar golpes ideológicos al espectador. En el piloto, de hecho, hay una crítica muy fuerte hacia el PT con la representación de Lula Da Silva y Dilma Rousseff. El director ha dicho que haber vivido en el exterior cuando se destapó el Lava Jato le sirvió para mantenerse equidistante. “Cuanto más avanza la serie se verá que todo el arco político estuvo involucrado, que fue parte de este sistema perverso de corrupción. La mirada es más bien contra todos. Nadie ha contado este caso así”, asegura.
–¿Cómo nació el proyecto?
–Me di cuenta de que en mis últimos trabajos venía trabajando con las temáticas de la violencia y la corrupción. Sea Narcos o el resto de mi filmografía. Pero de alguna manera siempre estaban por separado. Lo que quise hacer fue conectarlas. Porque en la realidad no se puede pensar a una sin la otra, violencia y corrupción trabajan en sintonía. Este caso tenía un molde excelente para ser narrado. Cuando apareció el libro periodístico de Vladimir Netto que cuenta el trasfondo del caso, la cosa tomó más forma. Netflix se interesó por el material y tras el resultado de Narcos todo confluyó.
–¿Por qué eligió el formato de un thriller político? Podría haber escogido otro género, incluso hacer un documental.
–Hice un thriller porque quería que todo el mundo lo viese. Hubo mucha discusión si el formato debía ser el de un largometraje o de una serie. Por las connotaciones del caso era perfecto para una serie de este tipo. En una película no se podría haber explicado a fondo. Lo hablamos mucho con la guionista, Elena Soarez. Pero me interesaba principalmente que la mayor cantidad de público lo viese por otro motivo: entender que la corrupción es una tragedia internacional. Está diseminada por todas partes. No es solo brasileña. Aunque tenga obviamente componentes locales y el contexto sea brasileño.
–Claramente es uno de esos casos en los que la realidad le gana a la ficción. Algunos ribetes, como que las financieras operaran arriba de lavaderos de autos son francamente increíbles. ¿Eso dificultó el verosímil que quería plantear?
–Es que el mundo se está volviendo más surrealista. Lo que pasó en Estados Unidos con Donald Trump, lo que sucedió en la Argentina con el caso de ese fiscal que apareció muerto, país que analizas país que tiene una realidad de ficción. Y Lava Jato no es la excepción.
–¿Se siente heredero de Glauber Rocha? En Terra em Trance demostró la capacidad del cine brasileño para la crítica social. También se podría mencionar el caso, más cercano e internacional, de The Wire con un polemista como David Simon. ¿Son adecuadas esas referencias?
–No creo que nadie que haga producción audiovisual en Brasil o en ninguna parte pueda ser heredero de Glauber Rocha. El creó el Cinema Novo en un momento muy particular. Su cine era hijo de ese momento. La industria audiovisual ha cambiado muchísimo. En mi caso tomo un género para dar luz sobre ciertos hechos de la realidad. Con Tropa de Elite mi búsqueda fue más directa, cercana a la acción, pero mi intención en este caso era hacer un thriller noir. Es un género muy cercano a esta historia.
–¿Fue consciente de que su crítica podía llegar a caer en una parodia? Hay una línea muy fina que separa la crítica del cinismo y el sarcasmo, amplificado además por estar basado en un hecho real.
–Eso es cierto, entiendo el punto. Pero hay un sustento en el relato y eso es la realidad documentada. A partir de allí generamos esta recreación que, como ya dije, por momentos parece surreal, dolorosamente surreal.