Ante la inminente amenaza de “tormentas intensas”, la organización del Lollapalooza anunció que los shows de la segunda fecha del festival, para el que se esperaban nuevamente 100 mil personas, se adelantarían una hora. Eso modificó poco la impronta de una jornada que, al igual que el día anterior, se caracterizó por la diversidad de estilos, aunque haciendo base en esta ocasión en la electrónica, el indie y el hip hop. Por más que parezca descabellado, la cumbia villera cabe perfectamente en esta última cosmogonía. Y es que su irrupción e idiosincrasia coincidieron con la del gangsta rap, que ampara en su flow a los periféricos, los desamparados, los violentos y una realidad que pone los pelos de punta. Por eso Pablo Lescano es ídolo, más allá de su carisma y su alma nigromante, pues supo visibilizar lo que los demás negaban y desconocían. Y eso caló muy fuerte, al punto de que fue el propio rock argentino el que se encargó de legitimarlo. O de convertirlo en una estrella pop. De eso dio fe en su actuación en el evento, a la que se podría catalogar como histórica.
“Gracias a Diosito por frenar la lluvia”, espetó el líder de Damas Gratis a mitad de la tarde, al tiempo que le pedía al público que levantara las manos. Si bien el sábado escaseaban los nombres locales, salvo por Luca Bocci, Barco o Marilina Bertoldi, Lescano ofreció uno de los mejores y más convocantes shows de la fecha. Desató una literal pasión de sábado y aunó a diferentes clases sociales. Y en eso coincidió con el otro “working class hero” del día, Liam Gallagher. El ex frontman de Oasis, quien venía de ofrecer un sideshow desastroso (más por los problemas técnicos que por su fama de quilombero), en el que incluso casi perdió la voz, consiguió redimirse. Además, con altura. Lo que sí se mantuvo igual fue el repertorio que desplegó en el DirecTV Arena de Tortuguitas, arrancando con la terna “Rock ‘N’ Roll Star”, “Morning Glory” y “Greedy Soul”, y en la que se dedicó a repasar los temas de su primer disco solista, As You Were (2017). Hasta que se le acabaron. A partir de ese momento, rescató algunos clásicos de su otrora banda, a exactos 20 años de su debut porteño.
Previamente a que en el Main Stage 1 el menor de los Gallagher desenvainara para su cierre a “Wonderwall”, “Supersonic”, “Cigarettes and Alcohol” y “Live Forever”, en el escenario Alternative uno de los ídolos del indie nuestro de cada día, Mac DeMarco, llevó adelante un recital un tanto particular. Y es que el cantautor canadiense, quien juega de local, le bajó un cambio a su histrionismo para mostrar su faceta más crooner, a través de la que le dedicó al “Tío Perry”, según él mismo llamo al creador del Lollapalooza, uno de sus temazos: “Freaking Out The Neighborhood”. Polaroid idónea para ese pedazo de tarde. También estaba la opción de los ingleses Metronomy, a poco más de tres años de su última visita a Buenos Aires, de emplear al sol como energía renovable para el desarrollo de una performance fiestera. Bien ahí. Un poco similar a la que propuso el aforo Perry’s, pero a lo largo de la jornada, y en la que destacaron DJs milénicos de la talla de Louis The Child, Nghtmre, Deorro y Yellow Claw, cuyos sonidos giraban en torno al future bass, electro house y al trap.
Aparte de trap, el sábado en el Hipódromo de San Isidro hubo otras manifestaciones de la música urbana. Y es que, tal como lo evidenciaron Chance The Rapper o Anderson Paak el día anterior, la manera de entender el género es más abarcativa y contiene un sinnúmero de matices. Ese crisol comenzó bien temprano con el guatemalteco Jesse Báez y continuó con el estadounidense Khalid. Pero tuvo que llegar Mac Miller para complicar aún más la cosa. El rapero de Pittsburgh es un provocador en todos los sentidos: es lascivo y al mismo tiempo romántico (no es fortuito que su último disco se llame The Divine Feminine), es arengador y también cabrón. Le gusta chocar contra lo establecido, incluso cuando se acerca al dance. No obstante, en ese mismo escenario, el Alternative, le secundó su paisano y capo mayor: Wiz Khalifa. Ese sí que no tiene pruritos, considerando además que su leitmotiv es la cultura canábica. Para muestra estuvieron los dos porros inflables que lanzó al público. Ni hablar de su cadencia, a medio camino del toasting y del futurismo afro.
Si Wiz Khalifa se autoproclamaba en su recital el puto amo del spoken word, Lana del Rey no se sintió en la necesidad de alardear. Bueno, sí: a sus fans. “Argentina, estoy jodidamente enamorada de ustedes. Les agradezco por cantar conmigo mi tema favorito”, manifestó la cantante estadounidense tras hacer “Video Games”. Más allá de que sus fans, y vaya que son bastantes, cumplieron su sueño de verla en vivo, su debut en estos pagos, en 2013 en Tecnópolis, había dejado mucho que desear. Así que se ganó la aureola de “producto” y hasta de “bomba de humo”. Pero en el Lollapalooza tiró abajo cualquier prejuicio y preconcepto contra ella. Además, sin ánimos de revancha. Pese a su mundialización, fue el batacazo de la fecha. Esta neoyorquina de 32 años trajo una performance espectacular, que incluyó una escenografía en la que no faltaron palmeras ni hamacas, bailarinas y unos músicos que supieron lucir los ambientes más sombríos, no por ello sórdidos. Al contrario: la belleza fue la consigna.
No se sabe muy bien si espontáneo o estudiado, pero cada gesto de Del Rey, incluso cuando se toma su tiempo para bajar a saludar a sus fans, es perfecto. Al tiempo que su voz evoca la profundidad estadounidense, casi narcótica, de Chris Isaak y la taciturnidad de Madonna en los años de Vogue. Lo dejó por sentado en “West Coast”, “Lust for Life” (tema que le da título a su nuevo álbum), “Young and Beautiful” y “Summertime Sadness”, con el que se despidió a regañadientes, luego de enterarse que su set terminó. Justo del otro lado del Main Stage 2, en el escenario principal, los seguidores de The Killers ya estaban fastidiados por la espera. Apenas salió su frontman, Brandon Flowers, le secundó una lluvia de papelitos y el inicio de la fiesta. Una, por cierto, demasiado exagerada. Eso les jugó en contra, por ejemplo, al invitar, en “For Reasons Unknow”, a un fan a tocar la batería... para después enterarse que no sabía hacerlo. A pesar de que no faltaron los himnos, “Somebody Told Me”, “Spaceman”, “Run for Cover”, “Bones” y “Mr. Brightside”, y más papelitos, la sensación fue de déjà vu.