Marta Alanís dice que el feminismo le dio orden a piezas que estaban sueltas. Explica que fue “como que te hacen ver con unos lentes nuevos y decís ‘ah, estos lentes no me los saco nunca más’. Reunía todo lo que yo tenía pensado así, de a pedazos, de diferentes experiencias. Como que podés unir todo”. A la fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir Argentina, esta coyuntura particular en la que temas urgentes de la agenda feminista, como el derecho al aborto, están entre los temas prioritarios del debate social y político le da “satisfacción”, dice, sí, aún cuando en lo personal pueda sentir cierta contradicción porque el gobierno que –finalmente– manifestó la voluntad política de habilitarlo en el terreno legislativo es de derecha. Y sin embargo sucede. Alanís, la educadora popular de 68 años que conoció el exilio (en familia, con su marido, sus hijos entonces pequeños), que como católica insiste en señalar que la Biblia no establece que el aborto sea pecado, la compañera, madre y abuela que cada tanto va a misa y es una de las caras más conocidas de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, habla de una correlación de fuerzas.
–La Campaña, y sumo a todas las organizaciones de mujeres que han colaborado en esto, ha mostrado tener fortaleza. Es el movimiento más fuerte de la Argentina. Humildemente lo digo. No tenemos la fuerza del sindicalismo, porque no vamos a hacer un paro general que pare el país, ni vamos a tener la fuerza del campo, que paró el país hace unos años durante tres o cuatro meses. No tenemos esa fuerza concreta. Pero hay una fuerza simbólica, una fuerza política, una fuerza de movimiento, un cambio cultural tan fuerte. Esa fuerza simbólica ha permeado las clases sociales. Ha generado un cambio cultural y hemos logrado la despenalización social del aborto. Entonces, ahora falta lo que sucede en todos los procesos de cambio, que primero ocurren los hechos y después esos cambios quedan reflejados en una ley. Creo que estamos suficientemente maduros como sociedad para que este cambio se pueda plasmar en el parlamento. Tampoco sabemos si va a salir todo bien, pero mantenemos una cuota de optimismo. Está tan instalado el tema. Yo, la verdad, en mi vida desde que públicamente defiendo el derecho al aborto, nunca recibí una agresión. Entre otros lugares, vivo en una casa en un pueblito muy chiquito en las sierras de Córdoba, Agua de oro. Ahí toda la gente se conoce. Entonces viene gente a tocarme la puerta para felicitarme. No digo que toda la gente esté a favor, pero si alguien estaba en contra, respetó mi postura. Y ahora que estoy saliendo más en la tele, bueno, en mi edificio el portero, las vecinas, es toda una novedad. Y dicen qué interesante, cuentemé, no sabíamos. La gente se interesa.
–¿Cómo llegó al feminismo?
–En realidad, el tema mío fue la militancia social y política en los 70. Eso me llevó a tener que salir del país en el año 77. Antes yo estaba en Córdoba. En el 76 vinimos a Buenos Aires, nos radicamos en Avellaneda porque no podíamos estar más en Córdoba, allá el quiebre de la democracia se produce en el año 74, con un golpe en la provincia y comienzan las AAA a operar. No se podía estar. Entonces en el 76, en julio del 76, nos instalamos en Buenos Aires.
-¿Qué hacía? ¿Cómo era entonces su vida?
–Yo trabajaba, participaba en una comisión del barrio, era muy joven, era madre de tres hijos chiquitos. Y participábamos con gente vinculada a las comunidades eclesiales de base, al movimiento de curas de la Teología de la liberación, y muy vinculada a los movimientos populares de esa época.
–¿Su marido de entonces era su marido de ahora?
–Sí. No soy tan moderna (ríe). Es el mismo, pero fue difícil, no todas las parejas que atravesaron estas cosas pudieron mantenerse como parejas. En el 77 tenemos que dejar el país, porque la situación ya era insostenible también en Buenos Aires. Antes de salir, me entero de que estoy embarazada, así que salí embarazada de mi cuarto hijo, que nació en La Paz, Bolivia, y sabiendo los riesgos que corríamos en ese momento, cuál era el costo en caso de una detención. Mis tres hijos mayores, una hija y dos hijos, habían quedado con una de sus abuelas, que al poco tiempo los llevó a La Paz. La militancia de esos años intentaba ser lo más igualitaria posible en las relaciones. No lo era, como no lo es ahora, pero teníamos una práctica de compartir la vida cotidiana, de compartir la crianza de los hijos. Yo digo ¿cuándo asumí el feminismo plenamente? Tal vez tardíamente. Yo toda la vida fui feminista, pero cuando me entero del feminismo fue cuando estuve en Francia.
–¿De qué momento estamos hablando?
–Año 78. Las feministas que conocí allí no querían tener hijos, tenían un discurso muy en contra de la maternidad. ¡Y yo ya tenía cuatro hijos!
–Ya era tarde.
–Ya era tarde para que asumiera ese discurso. Pero bueno, el primer contacto con el feminismo me vino en un mal momento. Estuvimos en Francia dos años, siempre en los países donde anduvimos la gente fue muy solidaria. Sabían que había refugiados, que habían llegado militantes de Argentina, con todo lo que pasaba en la época del Mundial, y se acercaban. Eran largas noches de buen vino y solidaridad de gente de otros países. Pero bueno, yo, con cuatro niños, se ve que no tenía mejor perfil para las feministas de ese entonces. Después decidimos ir a Nicaragua, fuimos con el apoyo del Consejo Mundial de Iglesias; viajamos a contribuir con la revolución nicaragüense, con el sandinismo. El día que triunfa la revolución nicaragüense yo cumplía 30 años. Y tenía cuatro hijos.
–¿A qué edad había tenido el primer hijo?
–A los 21 años. Por eso digo: era otra historia. Por eso digo también que la práctica nuestra fue de compartir la maternidad, porque de lo contrario yo hubiera estado sumida en mi hogar, cuidando a los chicos. Y además teníamos una gran experiencia de organizarnos. Con cuatro niños, nos levantábamos a las 4 de la mañana con mi marido, hacíamos una caminata de 8 kilómetros, veníamos, los bañábamos a todos los niños, los mandábamos a la escuela, nos bañábamos y nos íbamos a trabajar.
–¿Usted en esos años tenía la impresión de que estaba haciendo mucho?
–Una se da cuenta después. Hasta cuando es muy feliz se da cuenta después. En Nicaragua estábamos como viviendo lo que hubiéramos querido vivir en nuestro país después de años de militancia, de resistencia, a la dictadura, a todo. Fue una experiencia muy linda, pero ahí tampoco las mujeres eran feministas.
–¿Eran más conservadoras en términos de género?
–No, participaban. Y a los pocos años del triunfo de la revolución empezó el riesgo de la contrarrevolución, los bombardeos, las trincheras, las milicias. Fueron años difíciles y las mujeres se pusieron al frente a la par de los hombres, participaron de igual a igual. Ponían el cuerpo, politizándose, haciéndose cargo de que ese proceso les pertenecía como pueblo. Tuvo una participación muy alta de mujeres esa historia, los mejores años. Después más o menos. Y nosotros volvimos a Argentina en el año 84. Nos fuimos a Córdoba, creyendo que íbamos a encontrar a mucha gente ahí que ya no estaba viviendo en Córdoba o no estaba. Era muy reciente la salida de los militares del gobierno, había mucha mano de obra desocupada, había mucha intranquilidad. Pero bueno, evaluábamos intuitivamente como hacer las cosas y actuábamos. Nos fue bien. Y después, una vez que nos instalamos, nos insertamos, se empezaron a crear espacios de participación para las mujeres. Al poco tiempo fue el primer encuentro nacional de mujeres...
–Cuando dice que se insertaron, ¿en dónde, haciendo qué?
–Veníamos con cuatro hijos y un bolso de mano cada uno. No teníamos ni dinero ni condiciones para decir “ahora compro un departamento, paso mi currículum”. No. Mi compañero busca trabajo informal, esa es la realidad. Y hacemos un proceso de ubicar a los cuatro niños en la escuela. Instalarnos fue un proceso, no fue de un día para el otro. Entonces en ese proceso, en ese momento no trabajé el primer año, el segundo año, no tenía un trabajo estable. Y yo estaba vinculada a algunas organizaciones de los sectores cristianos, que se preguntaban qué será ese encuentro de mujeres.
–¿El primero, el que se hizo en Buenos Aires?
–Sí. Después de ese se hizo uno en Córdoba. Era toda una curiosidad, y de a poco fue como ir encontrándonos. Mucha gente que vino del exilio, que se quedó en el país, que hizo una reflexión, estaba ahí. Y empezó a haber espacio para participar en la búsqueda de construcción de un nuevo paradigma con las mujeres, más que de una organización política que me representara.
–¿Le interpelaba más la idea de construir desde ese espacio?
–Claro. Era muy difícil la oferta política que había en ese momento. Y después, más adelante, yo comienzo a trabajar en una institución de la Iglesia católica que suena muy mal, en Caritas Arquidiciocesana de Córdoba. Participo en el equipo de capacitación de animadores comunitarios, una Caritas que en ese momento tenía una línea muy progresista. Teníamos bastante autonomía para la capacitación. Una vez, llegó Leonardo Boff y dio una seminario de toda una semana. Luego, fuimos a hacer un curso de una semana completa a un convento. La que lo daba era Ivone Gebara, una teóloga feminista que no se presentaba como tal.
–¿A usted le sonaba el nombre de Gebara?
–¡No! En ese seminario, conozco la teología feminista. Y ahí también conocí a las uruguayas de la coordinación de Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) para América Latina.
–¿Sabía que existían?
–¡No, no sabía nada! Y hablamos media hora y ya habíamos armado un plan de trabajo. Estábamos en plena crisis de la salida de Alfonsín. En los barrios populares se habían formado ollas populares, porque la gente no podía comer, como en 2001. Yo estaba en una coordinación de las ollas populares de la zona norte de Córdoba. Cuando cuento eso y que esas organizaciones populares estaban muy apoyadas en la parroquia, a las CDD les interesa muchísimo. Así que hicimos una investigación y talleres, un tipo de investigación-acción con mujeres católicas de sectores populares. Cómo decir, era el espacio ideal para hacer una investigación.
–¿Porque todo afloraba?
–Y porque había confianza, había vínculos, podía convocarlas a un taller y venían. Decían lo que realmente pensaban porque era un espacio de confianza: cómo vivió la maternidad cada una, cómo vivieron el aborto. Ese fue el inicio de CDD en Argentina.
–¿Usted había estado pensando en relación al aborto como derecho o se encontró con una perspectiva nueva?
–Yo encontré cosas nuevas. Siempre había entendido el aborto como una cuestión no sé si de derechos, pero sí de necesidad, de justicia social. En Nicaragua, viví muchas urgencias de mujeres que tenían que resolver la interrupción de un embarazo. Viví la vida. A ver: no estaba al margen. También viví mis propios abortos. Y tenía un relato, pero nunca un relato tan liberador y amplio como el que me dio la visión de Católicas.
–¿Que concilia?
–Concilia y reconcilia, desculpabiliza. Cada vez me doy cuenta más de la cantidad de aristas que tiene el derecho al aborto, por qué es tan resistido, por que es tan transgresor. Porque rompe con un mandato muy fuerte del patriarcado, que lo legitima la iglesia todo el tiempo.
–En su caso, primero son las experiencias, cosas que por ahí hacía sin tener marco de referencia feminista. Y después, cuando lo conoce, se inscribe en ese contexto y continúa.
–Es demasiado soberbio decir siempre fui feminista, pero siempre luché por mi autonomía económica. Desde muy chica. Siempre traté de trabajar y tener mis ingresos, de decidir a la par de mi compañero, de estar empoderada en la vida desde muy joven, a pesar de todo. De los golpes, quiero decir.
–¿Cuándo se reconoció como feminista?
–Me asumí como feminista con Ivone Gebara. Antes, el feminismo que había conocido era muy sectario, o no era el momento como para que yo lo entendiera.
–¿Por qué sí en ese momento?
–Porque fue como que te hacen ver con unos lentes nuevos y decís “ah, estos lentes no me los saco nunca más”. Reunía todo lo que yo tenía pensado así, de a pedazos, de diferentes experiencias. Como que podés unir todo.
–¿Después volvió a tener contacto con ella?
–¡Sí! Y estamos por hacer un evento al que queremos que venga.
–¿Tiene referentes?
–Yo cuando era muy joven leía otras cosas. No buscaba feminismo, sino inspiración para la lucha revolucionaria. Leí cosas que después me sirvieron, como por ejemplo cosas de Engels. ¡Claro! El origen de la familia, la propiedad y el Estado. Eso me sirvió un montón. Cada vez que lo hojeo de nuevo, digo “qué maravilla este hombre, cómo pudo escribir esto”.
–Hace un rato decía que CDD de Argentina cumple 25 años este año.
–Sí. Para mí ha sido una experiencia de muchísimo aprendizaje: construir una organización, sostener una disidencia con la jerarquía católica y andar al filo de la navaja entre inclusión y exclusión.
–Deben haber desarrollado mucha cintura política en estos años.
–No es fácil. Es más fácil sostener un discurso feminista llano que decir “soy católica y feminista”. Primero, no te creen.
–¿Quiénes?
–Los demás. ¿Cuál es la contradicción? La contradicción la tiene la jerarquía con los valores propios del cristianismo, no nosotras que disentimos de ciertas enseñanzas. Entonces la tarea es cómo ayudar a formar a las compañeras para que logren una posición equilibrada entre ser feminista y el ser católica, y ser disidente y no atacar a la iglesia sino criticar lo que nosotras criticamos.
–¿No querer romper la institución sino mejorarla?
–No sé si mejorarla, pero en sí queremos que tenga menos poder. Ni mejorarla ni empeorarla, que tenga menos poder, que sea un lugar para albergar a los creyentes, para la espiritualidad, para la convivencia, pero no para influenciar sobre los estados, no para decir qué tenemos que hacer, cómo tenemos que obedecer, quién dirige la familia. No necesitamos una jerarquía, porque el patriarcado justamente está amparado en las jerarquías entre el poder y la subordinación permanente, cosa que es muy contraria al feminismo. Entonces reconstruir todas esas enseñanzas es un largo proceso. Y favorecer la formación de las nuevas activistas jóvenes es un largo proceso.
–¿Se están acercando más jóvenes en el último tiempo a CDD?
–Siempre hay un grupo de activistas estables y un gran grupo de adherentes, de simpatizantes. Ahora está pasando que nos convocan más de los medios, por el debate sobre aborto, porque tenemos otras cosas para decir. Nosotras no decimos “mi cuerpo es mío”, sino que la Biblia nunca habló de aborto, que la prohibición no es un tema religioso, que es una responsabilidad de diputados y senadores legislar. También decimos que el discurso de la jerarquía no es el único discurso de la iglesia, y que no se puede legislar ni gobernar con creencias personales. Podemos hablar desde otro lugar, como desarticulando el discurso de nuestros opositores.
–La victoria de la jerarquía es también hacer parecet que ese discurso es monolítico, ¿no?
–Sí, pero no lo es.
–¿Va a misa?
–A veces. No siempre, como la mayoría de católicos y católicas de nuestro país. Hablo con el cura párroco de estos temas, por supuesto. Hay curas que están totalmente de acuerdo con nuestra postura, y hay teólogos que están de acuerdo, y hay expertos en derecho canónico que están absolutamente de acuerdo con nuestra postura también.
–¿Qué le pasa cuando lee o escucha comentarios de Aguer?
–Yo creo que Aguer ya quedó en la historia, ¿no?
–¿A qué atribuye que la Iglesia como institución tenga una posición tan dura en contra de la legalización del aborto?
–Que esté en contra de la legalización a mí no me preocupa tanto, porque eso es lo que vienen diciendo desde hace mucho tiempo, pero sí me preocupa que nuestra clase política escuche estos discursos y sea complaciente con estos discursos. Legisladores y funcionarios no pueden legislar ni gobernar en base a sus creencias personales.