Los ojos del perro siberiano es un clásico atípico. Es una novela juvenil que se publicó en 1998 y se ha sostenido, no sólo en la Argentina, sino también en toda América Latina, con ventas que bordean los 700 mil ejemplares. Un auténtico best-seller. O, también, long-seller, porque las ventas siguen a buen ritmo, tanto, que en 2015 vendió 50 mil ejemplares, en su mejor año, siempre a nivel continental. A su atipicidad se suma el bajo perfil de su autor, Antonio Santa Ana. Además de escritor, es editor e incursiona en la música, sin mostrarse demasiado en público. “Lo que pasó con el libro es raro, nunca me moví demasiado para que vendiera. En su primer año habrá vendido 600 ejemplares en la Argentina, el resto fue el boca a boca”, dice Santa Ana sobre su novela, que acaba de tener una nueva y muy cuidada edición a cargo de Editorial Norma.
El libro narra la historia de Ezequiel, un adolescente de San Isidro que contrae SIDA, se va de su casa y rompe relaciones con sus padres. El narrador es el hermano menor de Ezequiel, que de a poco se va asomando a la realidad que lo rodea. Todo el relato se arma desde su mirada.
Para Santa Ana, el éxito fue algo misterioso “si bien el juvenil es un mercado algo silencioso. Apareció en la época de Harry Potter, que era para chicos, pero también lo leyeron los adultos. Creo que trascendió el género. Y eso que ningún libro posterior mío vendió tanto. Hay un fenómeno que va más allá de lo que digan los medios. En una época, en una cadena de librerías, de los 100 más vendidos, 16 eran libros juveniles”.
¿Cómo se explica un fenómeno de ventas tan grande?
Si los libros funcionan, en literatura infantil tienen larga vida. El libro apareció en el 98 y se empezó a vender muy bien en América Latina, en México, Colombia, Ecuador, Perú. Es curioso, porque no soy de hablar en público. Al principio sí, por temas de la editorial hacía muchos viajes y daba charlas. Ahora no tanto. En la Argentina tuvo mucho que ver el Plan Nacional de Lectura, se viajaba mucho a las provincias y los docentes fueron incluyendo textos contemporáneos en la escuela. Eso ayudó mucho en el país. Afuera vendió bien de entrada.
La novela aborda un tema tabú: el SIDA, y cómo altera la vida familiar cuando un chico contrae la enfermedad.
Sí, y encima era mi primer libro. Yo no quería que Los ojos…fuese una novela sobre el SIDA, sino sobre los costados autoritarios de la sociedad. Al final resultó más un libro sobre los vínculos. Por ahí habla del SIDA más de lo que yo quisiera, pero no funcionaría si fuese un relato sobre la enfermedad. La novela la comencé a escribir en el 92, todavía era la peste rosa y recién comenzaban los tratamientos con AZT. La carga del SIDA era más fuerte entonces que ahora.
¿Los lectores la han tomado como un relato sobre el SIDA?
No. Nadie me hace preguntas sobre el eso, no sale el tema del SIDA. De última, en alguna charla, los chicos preguntan cómo se contagió el personaje, cosa que no cuento. Hay cosas de las que mejor no hablar, como dice el personaje de la madre.
¿Hubo o hay chances de llevar la historia al cine?
Tuve ofertas, todas de acá, y de chicos muy jóvenes, de 23 años, que recién terminaban la escuela de cine, en tiempos que la novela aun no había tenido mucho recorrido. Cuando Los ojos…cumplió 15 años y medio millón de ejemplares vendidos me puse más exigente. Nunca tuve problemas en que se filme, no se hizo todavía, pero ahora me gustaría que si hay película sea algo serio, por respeto a los lectores. Una adaptación que aspire a tener tantos espectadores como lectores tiene el libro, digamos.
¿Por qué la renuencia a hablar en público en charlas sobre la novela?
Yo era editor cuando acababa de publicar la novela. No me parecía correcto sacarle el lugar a otros autores siendo yo editor. Pasaron como diez años desde que se publicó hasta que di alguna charla. Rechacé tantas que ya casi ni me invitan. Si aceptó en un lugar tengo que ir a todos. Una vez fui a una escuela por amiguismo y se armó lío porque no fui a otro colegio. El año pasado sólo fui a San Martín de los Andes. Igual me contactan mucho por las redes sociales.
¿Qué se lea en las escuelas fue un impulso?
La escuela fue un trampolín, sin dudas, ayudó al boca a boca. Casi toda la literatura infantil circula por ahí. Es un libro escrito luego de los indultos, me asombra un poco que tenga un recorrido tan importante. Y que llevó su tiempo de escritura, porque lo comencé en el 92 y recién se publicó en el 98. Soy muy lento con los procesos de gestación de un libro.
¿La literatura infantil y juvenil tiene otros parámetros distintos a la más convencional?
Es un mercado sólido, con una movida permanente. Es cierto que no se reseñan autores juveniles, y que no figuran en los medios, pero siempre se vende mucho. No lo digo en mi caso, solamente, también está Liliana Bodoc, con La Saga de los Confines, que como editor tuve la suerte de publicar. Es un mercado subterráneo, que se sostiene incluso en épocas de crisis. Nadie compra Los ojos… o los libros de Bodoc o Sergio Aguirre porque estemos de moda. Por ahí es más un mercado de mediadores y docentes. Hay reglas distintas al mercado convencional. Un autor que vende mucho en otro género con su primer libro difícilmente caiga en ventas con un segundo libro. A mí me pasó al revés. En pleno boom de la novela apareció Nunca seré un superhéroe, mi segundo libro, que no vendió tanto.
¿Los chicos de hoy leen, aun con el auge tecnológico que quizás los alejaría de los libros?
Sí, leen. Y más que antes. Las redes sociales y los booktubers ayudan por ese lado como canales de recomendación que no hay en los medios tradicionales. No sé si mis hijos leen más que yo a su edad, pero su núcleo de amistades lee más que el mío. Creo que es importante el rol de la escuela, dejando de lado lecturas que no envejecen bien y apostando a textos más cercanos.