Inspirado en el Hamlet de Shakespeare, el polaco Witold Gombrowicz comenzó a escribir El casamiento, su segunda obra teatral, mientras visitaba las sierras de Córdoba, en 1944. Por entonces tenía 40 años y ya un lustro como residente en la Argentina. Había llegado al puerto de Buenos Aires en agosto de 1939, invitado a cubrir como periodista el viaje inaugural de un transatlántico que unía Polonia con la Argentina. Ya en septiembre, cuando hubo que emprender la vuelta, la Alemania nazi inició la ocupación de Polonia y con ella, la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que el autor hubiese podido regresar a su patria una vez terminada la contienda. Sin embargo, el escritor resolvió quedarse hasta 1963 para luego morir en Francia seis años después.
Entre sus papeles, Gombrowicz llevaba el original de Ferdydurke, novela que había conseguido levantar una polémica recepción en su país, que fue traducida al castellano en 1947 por un grupo de intelectuales amigos del autor, Ernesto Sábato entre ellos. De la traducción de El casamiento, en cambio, solamente participó el joven estudiante de filosofía Alejandro Rússovich. Ese mismo texto es la que utiliza el director polaco Michal Znaniecki en la puesta que acaba de subir a escena en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, con un elenco integrado por Luis Ziembrowski, Roberto Carnaghi, Laura Novoa, Nacho Gadano, Gabo Correa, Federico Liss, Emma Rivera, Luis Almeida, Tomás Rivera Villatte, Teresa Floriach, Klau Anghilante, Juan Cruz Márquez de la Serna , Cristian Vega y Marco Gianoli. Cabe destacar que en 1981, en la misma sala se estrenó una versión de esta obra, bajo la dirección de Laura Yusem.
Si bien el autor calificó su obra de “mística Missa solemnis”, poco tiene El casamiento de solemne o de mística. Al igual que Ubú rey, de Alfred Jarry, es una obra compleja de llevar a escena sin caer en un absurdo trasnochado o en una farsa llena de lugares comunes. Desarrolla la historia de Enrique, un soldado que, al volver del frente, encuentra a su hogar y a su familia destruidos. Preguntándose permanentemente si está siendo testigo de un sueño o no (suenan ecos de La vida es sueño, de Calderón) Enrique intenta construir la realidad que desea a través del sortilegio de la palabra. Para devolver la honra de su casa, entonces, el protagonista crea un reino en el que él, como príncipe, intenta desposar a una novia. Finalmente usurpa el trono de su padre, se desentiende de la Iglesia y se convierte en un dictador sangriento.
“Muchas veces pensé en hacerla”, asegura Znaniecki refiriéndose a la obra. En la entrevista con PáginaI12 cuenta que, aun cuando es un conocedor de este texto, nunca encontró ni el lugar ni el momento propicio para estrenarla. “Los procesos creativos no se pueden forzar”, advierte en un buen castellano. Cuenta que, desde que vino hace diez años a Buenos Aires como turista, creyó sentir la sintonía que Gombrowicz estableció con la ciudad. Ahora, luego de recorrer el proceso creativo de su puesta afirma: “descubrí la posibilidad de dialogar como artista con una sociedad y encuentro que aquí Gombrowicz está vivo como no lo está en Polonia”. Asegura, además, que descubrir la actualidad de la filosofía teatral del autor es uno de los objetivos de su puesta.
En diferentes escenas de El casamiento se verán antiguos bancos de escuela, cruces y esqueletos de caballos, en directa referencia al Teatro de la Muerte, última etapa creativa del polaco Tadeusz Kantor. El director explica: “En este mismo teatro estuvo Kantor y, así como Gombrowicz se inspiró en Shakespeare y en Calderón, yo también quise compartir algunos elementos de mi propia formación teatral”. En opinión de Znaniecki, el personaje de Enrique “actúa como un director de escena que opina sobre lo que ve e incluso se enoja con sus actores, como el mismo Kantor hacía en sus obras”.
En la misma entrevista, Luis Ziembrowski –a cargo del protagonista– piensa que “en Buenos Aires Gombrowicz encontró la libertad que no tenía en su país, donde se sentía amordazado” Según el actor, el anonimato, el andar por las calles y el accionar clandestino fueron centrales en el afianzamiento de su rechazo por las máscaras sociales y el fingimiento, más allá de que el autor aseguraba pertenecer a una improbable familia aristocrática. También subraya el actor que, como la mayor parte de los escritos de Gombrowicz, esta obra está muy ligada a la propia biografía. Y, aunque lleva leídos sus diarios y novelas, el trabajo interpretativo fue muy arduo. “El mismo autor decía que era irrepresentable”, apunta.
“Me atrae el absurdo”, sostiene Ziembrowski, “y me gusta hacerlo seriamente, para convertirlo en una realidad propia”. Y sobre el tema de la Forma –uno de las preocupaciones centrales de Gombrowicz–, el actor asegura que “estar atrapado en la forma del otro, sentir esa alienación” es comparable a estar bajo las directivas de Znaniecki quien es, en definitiva, el que imprime la forma al espectáculo. Un montaje complejo que, según subraya el actor se logró con el trabajo conjunto de todo el elenco , sobre pautas espaciales, musicales y de movimiento.
En El casamiento, el protagonista y alter ego del autor tiene la necesidad permanente de descubrir la fuerza de la hipocresía, un tema que aparece en el montaje conjuntamente con una serie de pantallas donde se verán discursos visuales que contradicen lo que se ve en escena. Por otra parte, el ansia de poder y la ambición de superar al padre que siente Enrique le sugiere a Ziembrowski una imagen singular: “Pienso en Macri tratando de ‘vengarse’ de la opinión negativa que su padre tenía de él”, explica y observa: “Me gusta que la obra, de algún modo, hable del poder coyuntural que está viviendo el país”.
* El casamiento, Teatro San Martín (Avda. Corrientes 1530), de miércoles a domingo, a las 20.