Berthe Morisot estuvo a la cabeza de las mujeres que demostraron, hacia finales del siglo XIX, que eran capaces de ejercer un oficio artístico y de vanguardia, como lo fue el Impresionismo en su época. Y que eran poseedoras de la fuerza y el talento necesarios para hacerlo. Junto a ella, Marie Bracquemond, la norteamericana Mary Cassatt, amiga de Edgar Degas, y Eva Gonzalès, elogiada por Emile Zola, forman un cierto bloque femenino de avanzada en la producción y difusión del movimiento.

Pero la particularidad de Morisot parece ser su aporte individual en la perfección de los retratos y en la representación de interiores domésticos, planos en los que descuella, con una pintura más bien recogida, silenciosa, a veces de trazos impalpables. Los críticos hablan de su “delicada exploración de la femineidad”: la visión más íntima del mundo femenino en su obra fue tan aguda que Paul Valéry afirmaba que su pintura podría considerarse “el diario de una mujer, expresado a través del color y el dibujo”. Berthe Morisot quedará un tanto limitada a los temas genéricos, los únicos autorizados a las mujeres en su época, pero, pintora cabal, dará a sus modelos sensualidad y encanto con una resaltada estética. El mismo Valéry, al hablar de los artistas y de la pintura, le rinde admirativo homenaje: “Berthe Morisot vivía en sus enormes ojos, cuya atención extraordinaria para la función, para la actividad continua, le daban ese aire extranjero, distante, que separaba de ella. Extranjero, es decir, extraño; pero singularmente extranjero, distanciado por presencia excesiva. Nada otorga más ese aire ausente y distinto del mundo como ver el presente puro. Nada, quizás, más abstracto que lo que es”. 

Berthe Morisot era una rebelde. Rechazó, muy joven, la enseñanza académica y fundó con Edgar Degas, Claude Monet, Camille Pissarro, Auguste Renoir, Alfred Sisley, el grupo de vanguardia de los “Artistas Anónimos Asociados”, que pronto devino la “Sociedad anónima de artistas pintores, escultores y grabadores, la cual agruparía a los impresionistas. En 1874 se casó con el hermano de Édouard Manet, Eugène, y se dice que es ella la que atrajo al maestro, quien nunca se consideró miembro del grupo, al Impresionismo. (Se sabe que Manet, entre otras cosas, usaba y amaba el negro, color eliminado por antinatural del abanico de los impresionistas, y es el que utiliza, casi provocativamente, y de abundante modo, en el bello retrato de Berthe, de 1872). Con Eugène tendrán una hija, Julie, también artista y también casada con un pintor, Ernest Rouart. Berthe Morisot, junto a Camille Pissarro, fueron los dos únicos pintores que expusieron cuadros en todas las muestras impresionistas originales. Asimismo, Berthe fue la modelo de Manet, tanto en diversos e importantes retratos como en su obra de gran formato “Le Balcon”, donde el pintor francés da cuenta de su admiración por la obra de Goya, tratando el mismo tema de “Las Majas en el balcón”. Hay quienes afirman que, más allá de aquellas familiaridades, mundos íntimos y domésticos, se destacan en Morisot espontaneidades y evanescencias finales (“Muchacha con sombrero de paja”, 1892, “En bote”, 1892, “El peinado”, que está aquí, en nuestro Museo Nacional de Bellas Artes, de 1894) que la llevan casi al post impresionismo de un Paul Gauguin, de un Vincent van Gogh.

En marzo de 1895, Berthe Morisot sufre una neumonía de la cual muere. Todas sus obras son transmitidas por testamento a sus amigos Edgard Degas, Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, entre otros. Un año después de su fallecimiento tiene lugar una gran exposición de sus obras que se celebra con más de trescientas telas en la Galería Paul-Durand Ruel, de quien se dice que “inventó” el Impresionismo. Sus valores se prolongan, además, con los de su hija, Julie Manet, cuya educación artística sus padres han confiado para después de sus vidas al escritor Stéphane Mallarmé y al pintor Pierre-Auguste Renoir. Es ella quien la continúa en sus relaciones pictóricas y estéticas y, sobre todo, sociales y políticas: desde adolescente, Julie lleva un Diario (que se publicará bajo el título Growing up withthe Impressionists: Creciendo con los impresionistas) en el que da cuenta justamente de aquellas familiaridades y, en especial, de la atmósfera que los rodea durante esos finales de siglo signados por el clima más bien turbio que viene del aplastamiento de la Comuna, la invasión prusiana y, casi como corolario, el “affaire” Dreyfus. 

Este desata un malestar creciente y pone en tela de juicio el papel de los intelectuales (la propia palabra, con el sentido que tiene actualmente, empieza a circular en ese momento), y contra esa maquinación se alzan voces, a veces inesperadas, como la de Marcel Proust, quien hasta entonces pertenecía al campo de las familias bien pensantes de derecha. El militar Alfred Dreyfus es condenado injustamente, debido a sus orígenes judíos, por la acusación –nunca probada– de entregar secretos militares a los alemanes, y recluido en la Isla del Diablo. Del rechazo a este proceso viene el famoso “J’accuse...!”, de Émile Zola, un alegato en favor del capitán, en forma de carta abierta al presidente francés, Felix Faure, publicado por el diario L’Aurore el 13 de enero de 1898 en su primera plana.

Todo ello aparece en la novela de Proust, de finales del  XIX, Jean Santeuil, publicada póstumamente en 1952. Fue Marcel Proust, efectivamente, uno de los primeros intelectuales franceses, y de los más activos, en hacer circular una petición favorable a la revisión del proceso al capitán francés acusado de traición, y quien obtuvo, entre la de otros notables, la firma de Anatole France. Proust vio en el affaire, clara y brutalmente, a la aristocracia desmistificada, lo que le permitió destacar “el horrible materialismo, tan extraordinario en esas gentes (de espíritu)”: hasta entonces había frecuentado casi exclusivamente ese medio y especialmente a la familia de León Daudet, militante nacionalista de derecha, un ambiente en el cual escuchará decir cosas muy ofensivas sobre los judíos, algunas de las cuales pasan a boca del duque de Guermantes en su mayor novela, En busca del tiempo perdido. Guermantes, no por casualidad, será el otro “lado” de aquel al que pertenece Swann, el judío intelectual de élite. Hay también cartas a su madre que atestiguan cuánto sufrió Marcel en aquella época trágica de Francia. Pero, más que como a un frère juif, según Jean Recanati, él siente a Dreyfus como a un “hermano proscripto”. Muy acorde con la sensibilidad de Proust, se compromete del lado del condenado, aunque conservando su retención, su tacto y, sobre todo, su independencia, para que no se confunda su solidaridad humana y de marginado, también él de “rechazado”, con una supuesta y en su caso inexistente solidaridad “de raza”. 

Julie Manet, la hija de Berthe, la escritora de este valioso Diario, se casó en mayo de 1900 con Ernest Rouart, otro gran pintor. La ceremonia se celebró en Passy, en una boda mixta, donde también, el mismo día, en el mismo lugar, contrajo matrimonio Paul Valéry, con la prima de Julie, Jeannie Gobillard.

* Escritor, docente universitario.