La actriz Valeria Bertuccelli hizo una apuesta fuerte de cara a su futuro profesional: decidió debutar como directora de cine. Su ópera prima, La reina del miedo –codirigida con Fabiana Tiscornia–, en la que Bertuccelli es también la protagonista, resultó un ejercicio tan placentero como extenuante: su personaje carga todo el peso emocional de la película y está prácticamente en todas las escenas. La idea del largometraje, que se estrenará mañana, surgió hace siete años, cuando la actriz de Los guantes mágicos y Luna de Avellaneda imaginó unas escenas sueltas que no quiso dejar escapar de su cabeza, pensando en hacerlas en algún momento. Las imágenes se sucedían como un torbellino y, en determinado momento, Bertuccelli dijo: “Tengo que ponerme a escribir”. Y así fue, porque tiene un triple rol en La reina del miedo: además de dirigir y actuar, es la autora del guion. Como la película le iba a insumir mucho tiempo, dejó de aceptar otras propuestas por un período mientras escribía el texto de su opera prima. “Cuando empecé a escribir, todo el tiempo pensaba que era algo para que dirigiera y actuara yo”, reconoce Bertuccelli en la entrevista con PáginaI12.

El trabajo de codirección con Fabiana Tiscornia “fue buenísimo”, dice la flamante realizadora, sin dudar y con entusiasmo. “Hicimos todo juntas, excepto la dirección de actores, que era algo que yo quería hacer específicamente, más que nada porque sentía que tenía que ver con completar el guion, ya que uno no pone todo en el texto pero sabe que dirigiendo a los actores esas cosas van a aparecer”, explica Bertuccelli. “Excepto eso que lo hice yo, después con lo demás no nos repartimos tareas. Dijimos: ‘Hagamos todo juntas’. Y estuvo buenísimo. Hacíamos las puestas, yo llegaba tres horas antes de lo que debía y entonces dábamos una vuelta con Fabi, con el asistente de dirección y el director de fotografía, y veíamos la puesta que íbamos a hacer”, relata la actriz y cineasta.  

El film es una producción de Rei Cine y Patagonik, en coproducción con Marcelo Tinelli. El elenco lo completan Diego Velázquez, Sary López, Mercedes Scapola y Gabriel “El Puma” Goity, con la participación especial de Darío Grandinetti. La reina del miedo le permitió a Bertucelli ganar el premio a la Mejor Actriz en el prestigioso Festival de Sundance, creado en 1980 por Robert Redford y dedicado a lo mejor cine independiente internacional. El personaje que encarna en la película es también una actriz, Robertina, que sólo días del esperado estreno de su unipersonal, no logra concentrarse y vive en un estado de ansiedad constante. La expectativa es mucha y la presión también, pero esta famosa actriz vive con angustia su vida absurda, llena de fobias, paranoias e intrigas domésticas que parecieran protegerla de algún peligro más oscuro. Lejos de adentrarse en los preparativos, aún no sabe qué va a hacer. Un día, rumbo a uno de sus erráticos ensayos, recibe un llamado: su gran amigo Lisandro (Velázquez), que vive en Europa, está muy enfermo. Para desesperación de su representante y sus productores, Robertina se va a Dinamarca. Lejos de su casa, ella se deja llevar y consigue ver su existencia absurda. Junto a Lisandro pelea contra el miedo, se emborrachan, conversan sobre la amistad, el sexo, la vida y la muerte. Ella sabe que hay una vida esperándola en Buenos Aires, pero está dispuesta a destruir todo para poder ser quien es.

–¿En qué la ayudó ser actriz para dirigir? 

–Fue una ventaja. Me ayuda mucho ser actriz para dirigir a los actores. Siento que tengo idea de qué pueden necesitar, lo que les puede resultar dificultoso, cuál puede ser la dificultad con encontrar algo o no. Muchas veces sentía que dirigía medio actuando. 

–¿Cómo surgió la idea de la historia?

–Empezó como una observación propia del miedo en mí, en los demás, lo que provoca el miedo. Y me gustaba mucho el miedo como motor. El miedo te puede paralizar o, por el contrario, para sobreponerte a él tenés que sacar unas fuerzas propias que ni sabés que las tenés. Por lo tanto, el miedo transforma a la persona. Eso es un poco lo que le pasa al personaje. A lo largo de la película, tiene que decidir enfrentar el miedo para poder transformarse en quien ella verdaderamente es. 

–Es una película que transita por distintos géneros, sobre todo el drama, pero también tiene suspenso e incluso algunos elementos propios del género de terror. Sin embargo, tiene humor, porque hay situaciones absurdas que causan gracia. ¿Cómo fue esa elaboración y cómo la definiría?

–Todo el tiempo pensaba mucho en eso: ¿qué es la película? O, ¿cómo va a ser? Básicamente, era un drama, pero había escenas que eran de un humor absurdo, sórdido por momentos. Y dije: “Lo voy a hacer como está escrito. No voy a pensar. No le voy a buscar la forma ahora. La forma se la voy a ver a medida que lo vaya haciendo porque todavía no entiendo exactamente qué es”. Y era algo que hablábamos mucho con Fabi. Decíamos: “¿Qué es la película? ¿Cómo es?”. A la vez, leyendo el guion lo tenía claro. Entonces dije: “Paso a paso, no me voy a preocupar por cuál es el género, la forma”. Siento que básicamente es un drama atravesado por comedia, pero una comedia más melancólica. Fue apareciendo y en la segunda semana todos sentimos qué película estábamos haciendo. Había momentos en que todos se reían y yo decía: “Eso me causa gracia”. No me imaginaba que a los demás también. Había momentos en que todos estábamos conmovidos, y ahí empecé a entender por dónde iba.

–Usted escribió la historia y aunque no es autobiográfica, tiene su marca como actriz.

–Sí, tal cual. No es autobiográfica, pero creo que uno siempre escribe mejor sobre lo que más conoce. Ahí hay mucho escrito sobre un mundo que conozco muy de cerca, que lo tengo muy observado. Al principio me peleé con la idea; no sabía si estaba bueno que ella fuera actriz porque se podía tornar autobiográfico. Por otro lado, me parecía que estaba buenísimo que lo fuera porque algo que ella hace a la noche en la oscuridad lo puede resolver bien arriba del escenario pero, sin embargo, eso mismo no puede resolverlo sola en su casa. Era interesante abordar cómo alguien puede con el “monstruo” del público y no puede en la intimidad, en la oscuridad de su casa. 

–Se nota que tuvo que hacer una construcción psicológica del personaje, una mujer fóbica e insegura. ¿Cómo trabajó esa psicología para construir la personalidad?

–Me sirvió mucho filmar todo lo más cronológicamente posible. Intenté tener en mi recorrido de lo que iba actuando, lo que iba cargando el personaje.

–La actuación tiene la dificultad de que el artista trabaja con sus ánimos. Por ese lado, se puede entender a su personaje. ¿Es una presión que sienten los artistas de tener que estar siempre dispuestos a trabajar emocionalmente, aun cuando no se encuentren en las mejores condiciones?

–Sí, es una presión tremenda. Me acuerdo de un viaje que hice a Córdoba y que mi viejo me contó que estaba muy enfermo. Volví, bajé del avión y me fui a hacer función y estaba en un estado que no podía ni entender la letra. Fue la primera vez que dije: “Qué raro, que ridículo es estar así, tener que salir y hablar de otra cosa”. Uno hace un trabajo físico muy claro antes de entrar. Tiene que ver con sacarte eso del cuerpo y entrar en otra zona. Es como obligar al cuerpo, a la mente y al espíritu a que entren en otra zona y dejar eso de lado. En la vida te pasa millones de veces que estás haciendo función y ocurrió algo en el día, o que estás triste o apenado por otra cosa. Y actuar tiene eso.

–¿Alguna vez le pasó de no querer salir al escenario?

–No, no me pasó nunca. 

–¿El actor o la actriz suben al escenario con miedo a defraudar?

–Sí, mucho. Defraudar es tremendo porque tiene que ver con que no te haya transmitido algo el otro. Si un actor transmite, la película puede estar mejor, peor, ser más larga, menos larga, pero seguro algo de tu atención va a estar un poquito llena. Cuando no logramos transmitir, sí, es el fracaso del actor. 

–La actriz tiene que lograr que la inseguridad no sea un bloqueo para su profesión, pero a veces actuar cuando tiene un problema emocional también puede resultar liberador, ¿no?

–Sí, también. Es algo que pasa mucho en el teatro. Es muy común en los actores. Uno dice: “Entré re bajo de energía y tuve una función muy buena”. La energía del público es tan fuerte que muchas veces tenés una función buenísima en la que no sólo recibís esa energía sino que podés hacer algo y es un golpe que te cambia. 

–Su personaje está omnipresente en toda la película. No hay escena sin Robertina, prácticamente. ¿Fue una dificultad para la dirección?

–Era un poco agotador. Pero no fue una dificultad porque arranqué ya sabiendo eso.

–¿El personaje del Puma Goity funciona como contrapeso del suyo? Sin develar mucho, es al que le interesa el negocio, es más frío y calculador, mientras que Robertina es pura emoción. ¿Usted lo ve así también?

–Sí, incluso no sólo por el contrapeso por los intereses sino también por lo difícil que le resulta a ella decirle a alguien cercano con quien trabaja: “Me está pasando algo muy importante. No sé si yo tengo que estar acá”. Y ahí funciona muy bien lo que hace y dice el Puma, que va más allá de los intereses.

–¿Cree que el suyo es un personaje romántico, en términos filosóficos, y por eso no lo pueden comprender desde la razón?

–Totalmente, es romántico y en el sentido que usted lo dice. De hecho, en un momento que le hablaba a mi marido cosas del guion y que estaba pensando, le dije: “Ella busca sentir que está parada en el lugar correcto. Si no estás en el lugar correcto, te hace mal”. Y Gaby (N de la R: el cantante y músico Vicentico) en un momento me comentó: “Tendrías que leer a Spinoza, que habla de eso que vos decís”. Me lo puse a leer y me volví loca. No conocía a Spinoza. El habla en un momento de lo que te compone y lo que te descompone, cómo eso que te compone hace que seas vos más en tu esencia, o algo que sentís que no, te puede descomponer. Justo cuando lo leí estaba con el guion y empecé a ajustar cosas que por ahí no quedaron en el libro pero estaban en mí para actuarlas, y que tenían que ver con eso: con lo que ella sentía que se descomponía si no iba hacia un lugar, y se componía a pesar de que tirara y se derrumbara todo.

–El refrán dice que el miedo no es zonzo. ¿Cree que aplica para este caso?

–Sí, porque el miedo muchas veces es una alerta. No es bueno estar aterrado, pero muchas veces el miedo es una tensión, una observación de algo. Cuando era chica, mi viejo me dijo una frase que me quedó grabada: “Valiente no es el que no tiene miedo sino el que tiene miedo y lo enfrenta”. Para mí, la película tiene algo de eso. No está mal vivir con miedo. El tema es qué haces con eso, para dónde vas después con miedo. 

–¿Qué significó ganar el premio a la mejor actriz en el Festival de Sundance, una muestra muy prestigiosa del cine independiente?

–Estuvo buenísimo, fue muy halagador. Me sentí muy bien, primero porque es un festival divino. Las películas y los directores que más me gustan están ahí. El festival es súper cálido. Se muestran muy interesados en la obra que llevan de uno. Los escuchás cómo hablan, cómo la presentan, y decís: “Esto es de alguien que le estuvo prestando muchas atención a la película”. Vas a un pueblito alejado a las 11 de la noche, donde es la proyección, pensás que no va a haber nadie porque viajaste cuarenta minutos por la montaña, llegás y está la sala llena aunque sea tarde. Cuando termina la proyección, mucha gente se queda para hablar. Me hizo muy bien al espíritu. 

–Si bien es una creación suya, ¿esta película está más cerca de Rejtman que de Campanella?

–Sí. De hecho, Martín fue el único director y una de las pocas personas que invité para que viera el primer corte. Estaba aterrada y le decía: “No sé, Martín, me parece que es un desastre”. Cuando la vio, le encantó. Sí, siento que estoy mucho más cerca de eso.