La vida del G-20 tiene dos etapas muy diferenciadas, una, la que va desde su inicio en 1999 hasta 2008 que lo caracteriza como un foro de discusión técnica entre ministerios de Finanzas y bancos centrales. La segunda, a partir de la crisis de 2008, donde el G20 es consagrado como el foro central para la coordinación internacional de políticas macroeconómicas y de regulaciones financieras. Este upgrade impulsado por George Bush bajo sugerencia de Nicolas Sarkozy y Gordon Brown, elevó a nivel de presidentes las reuniones y amplió las temáticas a otros aspectos como la sociedad civil, las empresas, la infraestructura, la agricultura, las relaciones laborales y el medio ambiente.
La originalidad del G-20 radica en que por primera vez se introduce en estos foros a los países emergentes (representado por los 10 países supuestamente más importantes) en la discusión global que hasta el momento estaba reservada al G-7 o al G-8 que incluía a Rusia. El G-20 fue una forma de traer a China a la mesa de discusión acompañado por los otros países emergentes. Esto, para nada disgusta a los chinos que, cultores del soft power, no gustan hacer alarde de su importancia relativa.
Si hay que definir al G-20 en pocos hechos podemos decir, sin ironías, que más allá de los debates que son muy guionados, lo más importante son la “family photo” y el “comunique”. Estos dos gestos deben mostrar la unidad de acción y de visión de los líderes de los países que lo integran. La foto final es la prueba de que todos concurren y dialogan, el comunicado es la corroboración de que están de acuerdo.
En la fase más aguda de la crisis, el G-20 prometió mucho y logró concretar sólo algunos de esos objetivos. Primero, todos concordaron en hacer políticas fiscales y, sobre todo, monetarias muy expansivas. Esto fue muy original dado que en ese momento predominaba la visión que la política monetaria sólo se debía usar para estabilizar los precios. El G-20 dio soporte colectivo al masivo uso de la política monetaria para salvar el sistema financiero y revivir la economía. También promovió un cambio drástico en el gobierno del Banco Mundial y del FMI, proponiendo mayor participación de los países emergentes y disminución de la sobrerrepresentación europea. Esto sólo ocurrió en dosis homeopáticas. Uno de los debates más importantes fue entre Alemania y el resto de los países por el rol de la austeridad fiscal. Otros debates importantes fueron la regulación de los flujos de capitales que tuvo pocos resultados porque la OECD tiene un protocolo que lo prohíbe. Y durante la presidencia de Obama se discutió el impacto de la distribución del ingreso sobre el crecimiento. También se discutieron los desequilibrios globales de la cuenta corriente externa, pero sin acciones concluyentes y se discutió el impacto del aumento del precio de los commodities.
Donde hubo más resultados concretos fue en la esfera referida a la regulación financiera internacional. Se creó un organismo totalmente nuevo como el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB) del cual los países emergentes somos miembros. Este es un ente súper regulador que coordina a los reguladores sectoriales de los bancos, los seguros, los mercados de valores y los hacedores de normas contables. También fruto de la presión de países como Alemania, Francia y, en menor medida Estados Unidos con Obama, se fijaron muchas normas sobre el funcionamiento de los bancos internacionales, de los hedge funds, de los mercados de valores, de los seguros e incluso sobre las “finanzas en las sombras”. Gran parte del impulso para dejar en evidencia las guaridas fiscales y las financieras se tomó bajo el impulso del G20.
La presidencia del G-20 inicialmente era rotativa, a partir del upgrade en 2008 pasó a ser por consenso de los miembros, así en plena crisis la presidencia la ejercían los países principales. Que ahora esté Argentina en la presidencia del G-20, luego de haber estado en su momento Turquía y otros países medianos da una pauta del declino de la importancia relativa de este foro. Y esto es así porque, si bien la crisis internacional no está totalmente superada al mantenerse las políticas monetarias extraordinarias, ya no genera la aprensión de un próximo colapso.
Por otro lado, y más importante aún, la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, aceleró la perdida de importancia del multilateralismo como mecanismo de coordinación de la política económica internacional. Trump es partidario de la vieja teoría llamada “hub and spoke”. Estados Unidos se coloca en el centro y negocia individualmente con cada actor sus relaciones económicas. Y así configura las relaciones de todo el sistema. Esto vale para G-20, G-7, OMC, Naciones Unidas, FMI, etc. El equivalente internacional de América first de Trump es América en el centro. Es notable que en todos los comunicados del G-20 estaba la típica frase de defensa del libre comercio que ahora desapareció. Por otro lado, en las cosas en que el G-20 fue más efectivo –la regulación financiera– es justamente lo que Trump quiere desmantelar rápidamente.
Salvo que una nueva crisis lo reactive, todo esto prefigura para el G-20 un destino de poca trascendencia.
* Profesor de Finanzas Internacionales - UNLP. Ex jefe de Investigaciones del BCRA.